Colaboraciones

Selfis y una reflexión de cuarentena

Hace unas semanas quise hacer un post en Instagram con fotos que tuviera de personas en diferentes lugares del mundo para escribir unas preguntas que dieran espacio a la reflexión acerca de las fronteras, el lugar de nacimiento, el orgullo nacional, entre otros. Me conmovió profundamente encontrarme que aunque viajé por tantos lugares y conocí tantas culturas, alrededor del 30% de las fotos que tenía de esos viajes y esos lugares eran selfies. 
La RAE define “selfi” del inglés selfie, derivado de self  ‘uno mismo’; como autofoto. Una tercera parte de las fotos que había tomado eran de mi misma. 

Con la tristeza de no encontrar las fotos que quería para el post llega la reflexión más importante que tuve durante la cuarentena. 

Tuve la suerte de recorrer varios países del mundo durante dos años y sin embargo en lo que me había enfocado, a juzgar por mis fotos, era en tomarme una buena foto en cada lugar que visitaba. Me di cuenta que tenía muy pocas fotos de otras personas en esos lugares. Me sentí triste por no tener más retratos de las personas que había visto: cómo se visten, sus sonrisas, cómo viven. Tenía 30 fotos posando desprevenida en la misma esquina y casi con la misma pose y ninguna foto de las personas que realmente vivían allí. Vi por primera vez con otros ojos lo que llevaba haciendo por tantos años. Estaba tan perdida repitiendo lo que se esperaba que hiciera que me desconecté del resto. ¿Cuánto tiempo perdí posando? Posar desprevenida también es posar, no nos engañemos. Cuán paradójicas son estas fotos en Instagram, donde parecemos inocentes de la presencia del fotógrafo, aún con total conciencia de haber pedido la foto.  

Cuando abrí mi cuenta personal de Instagram hace casi 10 años, me gustaba subir fotos del mundo que me rodeaba, momentos de mi día a día en la oficina, mi perra Luna Langas, mi pareja, mis aficiones, la bici, mis compañeros y amigos. Cualquier detalle que llamara mi atención dentro de lo cotidiano, lo fotografiaba y subía. Cuando comencé a registrar mis viajes en Instagram empecé a captar en fotos lo raro, lo nuevo, lo diferente que encontraba en cada destino, o aquellos pequeños detalles que aunque fueran comunes se robaban mi atención porque hacían parte de toda una experiencia que quisiera recordar 20 años después con esa captura. Pero eso no fue siempre así. 

Durante los viajes de esos años conocí a mucha gente y mi forma de pensar se iba cuestionando y cambiando sobre la marcha. Cada conocimiento y experiencia nueva me ayudaban a reinterpretar mis creencias pasadas. Una vez, una amiga que me regaló la ciudad de Los Ángeles y el destino, viendo mi cuenta me dijo: “hay muy pocas fotos tuyas en Instagram, esas fotos que tienes las puedes encontrar en Google, casi todas”. Ese día pensé, es cierto, si de aquí a 20 años veo estas fotos, me gustaría verme sobre las montañas que subí, los lugares que visité, las playas que recorrí, las ciudades por las que caminé, y no tengo registro. Y así fue, durante otra larga etapa de mi vida me dediqué a tomarme auto-retratos en mis viajes, y así lo hicimos también en la cuenta de @colombiannomads que en aquel entonces se llamaba El diario de Moni y Beto, cuenta en la que nos habíamos dedicado a subir únicamente fotos de los paisajes y lugares que visitábamos. 

Con el tiempo nos fuimos dando cuenta que si publicábamos una foto donde no apareciéramos los dos, la foto no tenía tantos likes, y aunque en sus orígenes la cuenta no la habíamos concebido con ningún otro propósito que no fuera un reportaje de nuestro viaje para amigos y familiares, en el camino vimos las oportunidades de tener una cuenta de Instagram que gustara a los demás, así que fuimos cambiando para hacerlo. Lo que comenzó con la inocencia de tener un recuerdo para la posteridad con todas esas hazañas de los viajes de juventud, que estaban sucediendo en nuestro presente, con el tiempo se fue convirtiendo en una cuestión narcisista, en donde terminamos buscando gratificación en redes. 

Todo lo que pensaba no podía evitar relacionarlo con lo que estamos viviendo en el mundo en este momento de tantos cambios. Es precisamente ese pronunciado enfoque en nosotros mismos lo que nos mantiene desconectados de lo que pasa a nuestro alrededor. ¡Qué ganas de cambio! Qué ganas de aprender cosas que sean útiles para que la próxima emergencia nos coja preparados. Qué ganas de hacer todas esas cosas que son útiles para ayudar a los demás, para ayudarnos entre nosotros. Desde donar sangre, hacer un curso de primeros auxilios, de rescate, enseñar y compartir nuestros conocimientos, visitar a los que están privados de su libertad, visitar a quienes están enfermos, ser amables con quienes dedican su vida a salvar vidas en un hospital, inscribirnos como donantes de órganos, aprender a cocinar sano, aprender cómo mantenernos saludables en tiempos de crisis, meditar, hasta aprender idiomas para comunicarnos con más personas o saber cómo utilizar una máquina de coser y hacer mascarillas. Hay tantísimas cosas útiles por aprender y ser un poco más serviciales para la sociedad que estar posando frente a una cámara en la casa y aprendiendo a retocar fotos. 

¡Ah! Y ahora creo que cuando viaje y tome fotos buscaré algo más que un autorretrato. 

“Nadie que haya aliviado el peso de sus semejantes habrá fracasado en este mundo”. 

Charles Dickens

ColombianNomads

Somos una pareja de amigos, ex-esposos, amantes de la vida y de los viajes, disfrutamos el exterior tanto como nos gusta crecer en el interior. Procuramos un estilo de vida minimalista pero moderno y práctico. Amamos la naturaleza, la aventura, el deporte y la buena mesa.

Nos fuimos a darle la vuelta al mundo durante dos años, lo logramos trabajando como nómadas digitales y haciendo voluntariados en el camino. La ganancia, muchos amigos, lecciones y un cambio profundo en la manera de entender las cosas.