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Lo que los viajes me han enseñado sobre la religión

Hablar de religión es meterse en la arena movediza. Es un campo de batalla donde fácilmente se hieren susceptibilidades y donde nos aterra escuchar lo que otros tienen que decir.

Hablar de religión es meterse en la arena movediza. Es un campo de batalla donde fácilmente se hieren susceptibilidades y donde nos aterra escuchar lo que otros tienen que decir. Antes de cualquier cosa debo aclarar que la intención de este post no va más allá de compartir mi propia búsqueda y lo que he encontrado en el camino. Aquí hablaré de mi experiencia, de lo que he aprendido a través de mis vivencias como viajero y todas mis anotaciones serán a título personal en el entendido que vivimos en un mundo en movimiento al igual que el pensamiento y las ideas.

Yo como la mayoría de los mexicanos crecí en una familia conservadora, donde la religión influye mucho más en el aspecto cultural y social que en el espiritual. Acudí a un colegio de hermanos Maristas 10 años de mi vida y además de matemáticas, física y química tenía materia de religión. Nadie me dio a escoger, desde pequeño me dijeron en qué creer sin darme más explicaciones que el temor al infierno. Comulgaba cada viernes primero y confesaba mis “pecados” a sacerdotes que sentía mis abuelos y me interrogaban con perversas preguntas.

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Dentro de todo fue una época genial en mi vida. Nunca cuestioné mi fe y acudí a retiros espirituales donde estaban prohibidos los relojes -en esa época no había ipods ni esas cosas- y donde rompían figuras de Cristo culpándonos de su dolor por faltarle al respeto a nuestros padres. Me sabía la historia completa de Marcelino Champagnat y hasta en algún momento sentí la vocación de seminarista o hermano de la congregación aunque no duró mucho.

Un día tocaron a la puerta de casa de mis padres un grupo de Testigos de Jehová. Yo contesté el interfon y les pasé a mi madre para que hablaran con ella pues yo no entendía exactamente que querían. Mi madre les colgó y me dijo que nunca le abriera a esa gente, que eran personas que no creían en Dios y que su única intención era convencernos de pensar como ellos. Lo cuál significaría irse directo a la casa del diablo, el hogar para todos los no creyentes.

Esas frases despertaron mi temor y curiosidad por igual. Fue la primera vez que supe que había en el mundo personas con otra creencias.

Varios años después visité la India en un viaje que me transformó la vida. Puede conocer templos hindúes, musulmanes, jainistas, budistas, cristianos, incluso hay un templo en Delhi dedicado a todas las religiones. En el transcurso del viaje me impactó ver como la gente le rezaba con fervor a un Dios con cara de elefante, cómo los musulmanes se lavaban antes de entrar a la mezquita y rechazaban adorar imágenes y como los jainistas se cubrían la boca con una tela para no inhalar ni una mosca y matarla por error.

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 Pocos días después ya en Camboya mientras observaba la selva desde los templos de Angkor Wat un joven monje budista se acercó a mi para practicar su inglés -que no era peor que el mío- comenzó a hacerme preguntas sobre mi país, mi familia y trabajo hasta que llegamos al tema de la religión. Me preguntó cuanta gente en México seguía la enseñanzas de Buda. Yo le contesté que muy poca, que la gran mayoría de la gente mexicana seguía el camino de Jesús. Me miró como si le hablara en Chino. Le hice un breve resumen de la historia de Jesús y la religión católica mientras el “monjecito” abría los ojos cada vez que algo le parecía… digamos extravagante. Me preguntó con asombro ¿Entonces los católicos no meditan?…no supe que contestar. Mientras hablaba con él no podía quitar de mi cabeza la imagen de todo lo que había escuchado desde niño sobre las personas de otras religiones, la lógica me decía que ese monje se iría al infierno pues yo acababa de presentarle a Jesucristo y el no mostraba el más mínimo interés de cambiar la meditación por los padres nuestros. En ese momento cuestioné mi fe.

No podía entender porqué Dios castigaría a alguien que decidía creer en otro cosa. Antes de emitir cualquier juicio, intenté abrir mi mente, analizar y cuestionar todo. Quizá mi educación religiosa había sido impartida de forma incorrecta, quizá algunos métodos no eran del todo efectivos. Mi mente era demasiado joven y poco experimentada para obtener una respuesta y creo que aún lo es.

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Poco a poco con cada uno de mis viajes he descubierto el apasionante mundo religioso desde un aspecto -debo decirlo- cultural. Los humanos creemos en un Dios con mil caras, los sintoístas lo ven en la naturaleza, los hinduístas en sus millones de dioses míticos y los aztecas lo veían en Quetzalcóatl y Huitzilopochtli. Pero en el fondo de las cosas creo que todo es exactamente lo mismo.

Incluso he llegado a imaginar a los egipcios adorando al sol y ¿cómo no?. Imaginen que no saben nada de nada en la vida y de repente aparece en el horizonte una bola incandescente que produce calor y lo ilumina todo, sonríen y saltan felices hasta que esa misma bola decide desaparecer por el lado opuesto de donde llegó horas antes. Yo no se ustedes pero a mi me saldría la más profunda y honesta petición a ese objeto de que vuelva a darme calor e iluminar mis días. Los egipcios llamaban Ra a el sol y significa “Gran Dios”. Hoy en día la ciencia nos ha enseñado lo que es el sistema solar y hasta hemos descubierto miles y miles de galaxias como la nuestra, por lo que ese Dios Ra ha quedado prácticamente abandonado.

Las religiones van de la mano con la historia, todas forman parte vital de los acontecimientos del mundo a lo largo de miles de años. Las religiones han provocado guerras y salvado vidas, han hecho feliz e infeliz a mucha gente, le han arreglado y fastidiado la existencia a muchas otras y le dan color a la paleta folklórica de nuestro planeta. Impresionantes muestras de fe se llevan a cabo en todo el mundo, desde la peregrinación a la virgen de Guadalupe hasta los enormes rezos en La Meca. Cada uno tiene su razón de ser y cada ser humano tiene distintas necesidades.

Me parece fascinante el mundo de las religiones y aún no tengo los conocimientos para criticarlo o analizarlo a profundidad. Creo que todos necesitamos creer y buscamos en miles de formas reafirmar nuestra fe en algo que esté más allá de nuestras manos. En algo divino.

Ahora bien, me resulta curioso los estudios que se han hecho en naciones con bajos índices religiosos. Países como Noruega, Suecia incluso Canadá han dado paso al desarrollo y la educación y la fe ha quedado a un lado o prácticamente ignorada. Sin embargo estos países han arrojado datos por demás interesantes, bajos niveles de crimen, mayor nivel de educación incluso niveles más altos de felicidad.

La misma España que estuviera gobernada por los famosos reyes católicos y fue uno de los países que más derramó sangre en nombre de la fe es ahora un valioso cúmulo de iglesias museo a las que asisten más turistas que fieles.

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Cito a Greg Graffin profesor de ciencias en UCLA, vocalista de la banda Bad Religion y autor del libro “Anarchy Evolution: Faith, Science, and Bad Religion in a World Without God” 

-Países con altos porcentajes de no creyentes están entre los más libres, más estables, mejor educados y más saludables del planeta. Cuando las naciones son calificados de acuerdo al índice de desarrollo humano, que mide factores como esperanza de vida, alfabetización, y seguimiento de la educación, los cinco países en los primeros lugares -Noruega, Suecia, Australia, Canada y Los Países Bajos- todos tienen altos niveles de no creyentes. Los cincuenta países en los últimos lugares del ranking, todos son fervientemente religiosos; aquellos con los más altos niveles de igualdad de género son de los menos religiosos. Estas asociaciones no dicen nada acerca de si el ateísmo conlleva a indicadores sociales positivos o de manera contraria. Pero la idea de que el ateísmo es de alguna forma menos moral, menos honesto o menos confiable ha sido descartado estudio tras estudio.-

 La posición del maestro Greg me parece digna de dedicarle tiempo de análisis y estudio. Qué tanto creemos por miedo y qué tanto por que realmente creemos?

Fue al enfrentarme a tantas y tan variadas formas de fe, que supuse que algo estaba mal con la mía. Se me había dicho que no hay otra verdad más que Jesús pero tenía yo enfrente a miles de personas rezándole a un Dios con forma de mono. Se me había enseñado a jamás cuestionar mi fe, pero me daba cuenta que al cuestionarla podía fortalecerla. Por momentos tuve miedo, me sentí culpable por conocer nuevas creencias, me sentí mal por descubrir por medio de la historia que algunas cosas no eran del todo como las contaban. Me sentí de repente, como si tuviera en frente una mesa con distintos pasteles entre los cuales estaba el que siempre había comido, pero ahora podía elegir.

No elegí, no me cambié de religión ni se fortaleció la que ya tenía. En su lugar decidí trabajar en mi tolerancia y abrazar a cada persona que conociera sin importar su creencia. Me convencí entonces de que ninguno de mis amigos budistas o hinduistas se iban a ir al infierno. Al contrario! es ahí, en el vencer mis miedos y culpas donde realmente debe estar Dios, en el amor. Quizá yo había adoptado a las instituciones religiosas como objetos de fe dándoles un carácter divino en lugar de una institución de inspiración divina. Quizá me había empeñado en ser más religioso que espiritual. No lo se. Pero viajar me ha ayudado poco a poco a entender la diferencia. Y hoy me siento lejos de las instituciones religiosas pero más cerca de Dios que nunca.

Yo no se quien tenga la razón y cuál es la verdad absoluta. Y no es mi intención cambiar las creencias de que quienes me leen. Pero me da curiosidad pensar que pasará en un futuro y hacia a dónde apunta la evolución humana. Y aunque personalmente no creo en instituciones, no puedo negar que en cada ocasión que entro a un templo, a una mezquita, a un santuario, me estremece la fe y la energía de la gente que mira al cielo con agradecimiento y la esperanza de tener una vida mejor cada día.

Imágenes. www.maldemar.com

Alan Estrada

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