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Disculpe las molestias, estamos construyendo un pueblo mágico: Viesca, Coahuila.

Por: Andrés Agui-Ram

Viesca, un poblado ubicado al sur de Coahuila — a 70 km de la ciudad de Torreón para ser exactos — fue nombrado Pueblo Mágico en el 2012; aunque, si me lo preguntan, mejor hubiera quedado nombrarlo como pueblo fantasma. Y es que, entre más te acercas a Viesca más te aborda un atmósfera llena de melancolía y añoranza.

O al menos eso pensaba al llegar, déjame te lo cuento…

Decía Juan Rulfo, en su novela Pedro Páramo:

“Hay pueblos que saben a desdicha. Se les conoce con sorber un poco de su aire viejo y entumido, pobre y flaco como todo lo viejo.”

Viesca, es así. Viejo y desolado.

¡Vaya! No me malinterpreten, que nada de esto quiere decir que sea feo, yo a este pueblo regreso una y mil veces, porque, ya les digo: Viesca, magia seguro que tiene. Tanta magia como la que envuelve la obra clásica de “El Fantasma de la Opera”. Digo, es viejo y desolado, claro, pero lleno de encanto y misterio.

El problema aquí es que, con la etiqueta de Pueblo Mágico, uno se imaginaría llegar a un lugar donde al entrar se vería inmediatamente envuelto entre colores, artesanías, gastronomía, naturaleza, y tradición. Y no es así. Pues al llegar, vemos al pueblo como el escenario de un teatro que se ha quedado sin actores.

Viesca lo tiene todo, menos gente. Y sobre esto va esta nota, que no es una queja, sino todo lo contrario, es una invitación a redescubrir su belleza. Un pueblo mágico no se construye por si solo, se construye con apoyo de la gente.

“Disculpe las molestias, estamos construyendo un pueblo mágico”, señalaba un letrero hace 6 años en el libramiento; indicaba el inicio del camino que nos lleva a Viesca y al ejido Emiliano Zapata. Un letrero que, más que advertir sobre las mejoras de la carretera, se convertía en una señal de esperanza para un pueblo lleno de ganas de acoger al turista con toda su historia y cultura.

Hoy, seis años más tarde, el letrero ha desaparecido pero las esperanzas de los viesquenses de ver a su pueblo lleno de turistas parecen no desvanecerse. A pesar de las dudas, la falta de promoción turística y la escasez de apoyos por parte del mismo gobierno, Viesca se alza orgulloso como un Pueblo Mágico gracias a su gente. “Resurgiremos siempre” es el lema que porta su escudo, mismo que fue sugerido por los viesqueneses para decirle al país — y a sí mismos — que no dejarán que su hogar se convierta en un pueblo fantasma.

Lindsey Baker, autor de Pueblos fantasmas de Texas, decía que un pueblo fantasma era “un pueblo donde ya no existe la razón de ser”. Más de un viesquense se levantaría en armas contra Baker. Es cierto que, al llegar al corazón de Viesca, sus calles y casas vacías expresan nostalgia; ancianos sentados en sus pórticos que, al ritmo de Chalino, esperan a que llegue la tarde y el día siguiente. Los comercios que rodean La Plaza — la única plaza — lucen casi vacíos. Sin duda, la calma es el factor común.

Y déjenme decirles algo sobre la calma: Me costó muchas tormentas encontrarla y las transitaria mil veces más hasta volverla a encontrar.

Es por eso que, a mi parecer, Viesca, tiene una razón de ser: Mostrarnos — con mucha calma, color y sencillez — como era la vida antes de la vida. Y es que, aquí, el tiempo se detuvo hace muchos años. En la plaza, una torre pequeña con un reloj marca el tiempo, cada hora suenan unas ruidosas campanas como si le gritaran al universo cuánto tiempo le han robado. Ya te lo digo: aquí el silencio se disfruta. Existen pocos lugares donde la oferta turística es el mismo tiempo.

“Disculpe las molestias, estamos construyendo un pueblo mágico”, me decía Martha Hernández, dueña del hostal “Mi Tierra Querida” — uno de los tres establecimientos que ofrecen hospedaje en el pueblo y en el que tuve el gusto de amanecer — al preguntarle dónde podría encontrar un buen lugar para desayunar. No tuve tiempo de responder que no había molestia alguna, cuando ya me sorprendía en la cocina con un riquísimo desayuno lagunero acompañado de un café. Habrá que decir que, el desayuno no venía incluido en la tarifa de hospedaje; podía ver en su rostro la preocupación por hacer de mi visita a Viesca tan agradable como pudiese como para que yo quisiera volver.

Lo logró.

Y no es que en el pueblo no existan establecimientos donde desayunar, comer o cenar, sino que, la señorita Martha me estaba confirmando — sin saberlo — lo que ya había leído yo muchas veces sobre Viesca: El amor de su gente es lo que lo sustenta. Resurgiremos siempre, el mensaje está claro, el amor y el corazón deben seguir latiendo.

No en vano, Martha y sus dos hijas, decidieron nombrar a su hostal como “Mi Tierra Querida”, pues en familia ennoblecen mejor que nadie el deseo de ver a su tierra querida crecer. En múltiples ocasiones, la familia Hernández, se ha encargado — por sus propios méritos — de reavivar el pueblo. Por mencionar algunas pocas: se han plantado árboles, se ha decorado la iglesia, se ha vestido la plaza con las ya tradicionales banderillas de colores que caracterizan a todo pueblo mágico, e inclusive, se han pintado a mano y colocado alrededor del pueblo decenas de botes de basura.

«Hemos tratado de darle el folklore y el color que a todo turista le gustaría ver al llegar a pueblo mágico — me decían mientras terminábamos nuestro café — claro, sin olvidar que, un pueblo limpio habla bien tanto de su gente como de la gente que lo visita»

Pasada ya la tarde, ya había terminado de fotografiar cada fachada del corazón de Viesca y la única sensación intensa que parece encontrarse es la del calor del sol.

“Disculpa las molestias, estamos construyendo un pueblo mágico”, me decía ahora Alejandra, una de las hijas de Martha, la cual se encarga de la promoción turística del hostal. Seguramente, al verme deambulando en el pueblo, como aquel que sufrió mal de amores — desviviéndose por conocer aunque sea tantito de vida — debió pensar que yo llegué a Viesca en busca de una nueva aventura de la cual pudiera escribir. Y tal como su madre, asumió el papel de encargada, ya no del hostal sino de encargada de que mi “aventura” en Viesca sea considerara como tal: Sin preguntar, me llevó a conocer las Dunas de Bilbao — acción que hasta el día de hoy todavía agradezco — se trata de un sitio donde se acumuló arena fina y brinda un aspecto de auténtico desierto.

Las Dunas de Bilbao, más que ser el principal atractivo turístico de la zona, es el lugar perfecto para estar, así sin más. Sin importar el tiempo — esto parece ser ya un característico del vivir en Viesca — se disfrutará del momento; descalzo y con los pies sumidos en la arena, contemplar el amanecer, el atardecer o el anochecer, será un gran recordatorio del privilegio que es estar vivo.

Ayer quería ser luz, hoy no soy más que otro grano de arena blanca contra la que la luz choca para que su haz se esparza. Hay aire y sol, hay nubes. Allá arriba un cielo y detrás de él tal vez haya canciones que hablen de un pueblo que ya no existe. Aunque, sin duda, hay esperanza.

Viesca: un pueblo fantasma lleno de magia sobre un interminable llano reseco y polvoriento, con una fachada promisoria — colorida sí, pero hostil y melancólica— que esconde detrás de ella los prodigios buscados: El Tiempo, La Calma y La Esperanza.

Dentro de poco, encontrar estos tesoros será un lujo muy caro.

El mensaje de Viesca al mundo es claro: Resurgiremos siempre. Un recordatorio incesante de que no puedes darte el lujo de perder aquello que más felicidad te otorgue.

A todos los viesquenses que hicieron de mi viaje una enseñanza:

Disculpen las molestias. Gracias por todo.