Por: Natalia Perez Alcolea
Recuerdo que de pequeña pensaba: “Quiero conocer París, quiero estar ahí y ver en vivo la Torre Eiffel”, pero conforme pasaron los años cometí el error de que ese sueño fuera muriendo poco a poco, hasta llegar al punto en que nada quería saber de Europa.
Cabe mencionar que este viaje lo realicé por parte de mi maestría, para tomar un curso durante una semana en Madrid, y bueno, todos querían aprovechar unos días más, ya que andaban por otro continente, para conocer otros lugares y… me uní, pero siempre percibí que era la menos emocionada sobre el viaje.
Es más, en Diciembre pasado mis familiares y amigos me preguntaban cuál era el tour y yo no tenía nada visto, no por viajera improvisada, si no porque no me daba a la tarea, ni las ganas de ver qué hacer; me preocupaban otras circunstancias a las que les di prioridad y dejé que mataran la emoción de ese primer viaje a Europa hasta que escuché a mi mamá emocionada insistiendo en animarme a ir a París y Roma por lo menos, los sueños que son también de ella, y bueno poco a poco me animé y ese sueño por París resurgió.
Después de esa semana en Madrid, llegó el día de partir a París, acompañada de mis dos amigas peruanitas que resultaron convertirse en mis hijas de viaje, a las cuáles debía estar vigilando que no se me perdieran porque seguro no iban a saber regresar. Llegamos por la tarde de un domingo, en el que clasifiqué como el peor vuelo de mi vida; empezando por el descortés trato en el counter y terminando por un aterrizaje que me hizo sentir cómo se movía cada órgano del cuerpo.
Tomamos un taxi porque nos salía de precio igual que irnos en bus hasta el hotel, el cual quedaba a unos 10 minutos caminando de la Torre Eiffel; habíamos tenido una semana súper atareada, así que descansamos un ratito y por la noche, salí a caminar con una de mis amigas.
Había un frío que nos calaba y entumecía las manos, lo bueno que fuimos preparadas con ropa térmica, abrigo y guantes, solo me faltaba el gorrito que dejé olvidado en Madrid, así que mis orejas eran un hielo, pero ni eso iba a detenerme ¡Al fin estaba en París!
Caminamos rumbo a la torre porque queríamos encontrar el spot perfecto para la mañana siguiente; en lo personal las fotos de noche no me gustan mucho, más que nada porque pienso que solo salen bonitas con cámaras profesionales, así que siempre procuro tomar mis fotos de día, pero aquella noche la torre iluminada me hipnotizó, la piel se me hacía “chinita” y no por el frío, si no por la emoción de estar ahí.
Atravesamos el puente que pasa sobre el río Sena, lo cual es un recorrido verdaderamente bonito, hasta llegar al museo Palais de Chaillot ¿han visto la foto que es un “must” con la Torre? Bueno pues estas fotos son tomadas desde el parque y las escalinatas de este museo naval y de arquitectura, para que salga Eiffel completa detrás de ti.
Si vas de noche encontrarás muchísima gente tomando vino y cerveza que te intentarán vender ahí mismo; yo la verdad no acepté porque no sabía si eran de dudosa procedencia y mejor no arriesgué, lo que sí compré fue un deliciosa crepê de Nutella en el foodtruck que está antes de llegar al Palais de Chaillot.
La mañana siguiente, la primera en París, caminamos al mismo rumbo, ya que por ahí debíamos tomar el metro; eran eso de las 9 a.m del lunes y estaba vacío nuestro spot mágico para las fotos, lo cual era perfecto porque la noche anterior nos había costado bastante sacar una buena foto con tanta gente, así que aprovechamos un rato a estar por ahí.
Para tomar el metro, debíamos comprar en la caseta nuestro ticket y ni mis amigas ni yo hablamos francés, así que dije deberán hablar inglés o español; no sé si cometía un error pero obvio si no sabía su idioma pregunté si me entendían en español o en inglés, aquella señora se hizo que no entendía ninguno hasta que le señalé lo que necesitaba y me entregó los tickets como haciéndome el favor, respiré y me fui renegando un poco, al final ya tenía lo que necesitaba.
Poca experiencia tenía movilizándome en metro, si no es que nula, pero con estos viajes terminé experta; en el caso de París, sentía que mi vida se iba en ellos de lo rápido que andan. La línea 6 nos dejó en Kléber, justo frente al Arc de Thriomphe (Arco del Triunfo).
Si algo no sabía de París es la cantidad de autos y el tráfico que hay, casualmente en el Arco del Triunfo en donde se forma el nudo de más de 3 calles; estuvimos caminando y admirando los bellos paisajes que París ofrece, edificios llenos de historia que permanece con vida, recorriendo los Campos Elíseos que nos llevaron como destino al museo Louvre.
El mágico Louvre, otro sueño cumplido, entre que andábamos como niñas tomando fotografías desde el exterior, llegar al museo me hizo darme cuenta del pequeño espacio que ocupamos en el mundo y de todo lo que nos espera por conocer. Hicimos la fila para comprar entradas, pensé que sería más tardado y de verdad que, a pesar de haber bastante gente, entramos relativamente rápido.
Es un lugar sin fin, entramos y ya estábamos perdidas, alberga una colección tan amplia que se necesitaría más de una visita para poder conocer todo el museo. Claramente la más asediada es la Gioconda, pero puedo decir que hay muchas obras más que también son demasiado dignas de admirar, como las bodas de Caná, la Venus de Milo.
Procuramos recorrer todo el museo en tiempo récord, porque todavía nos esperaba supuestamente un destino más para ese día, Sacré-Cœur (Basílica del Sagrado Corazón), tomamos la 12 con destino a la terminal Abbesses, lo primero que hicimos fue buscar comida y lo sé, puede que piense que buscábamos algo francés pero moríamos por hamburguesa y a 2 cuadras del metro, llegamos a un local llamado “B&M”, les juro que han sido las mejores hamburguesas que hemos comido y una súper atención; el chico que nos atendió hablaba español así que nos sentíamos más cómodas de expresarnos y ser entendidas.
Con el estómago feliz, caminamos 2 cuadras más para subir la que parecía una eterna escalinata para poder llegar a la basílica, con el hígado en mano del cansancio acumulado y estando en la cima, obtuvimos una vista hermosa de París desde otro ángulo; vale mil veces la pena ir por todo lo que involucra: el paisaje, la fachada y el interior es espectacular.
El frío seguía y saliendo, encontramos un carrito que vendía vino caliente, jamás había probado eso que se convirtió en el elixir de los dioses, es vino que se cocina a fuego lento con especias como anís estrella, cardamomo, clavo, nuez moscada y un toque de limón… ¡es espectacular!
La bajada es menos tediosa por suerte, así que con más aire en el pulmón, caminamos para ver qué encontrábamos para curiosear, la basílica está en calle Saint-Pierre, llena de locales para comprar souvenirs y cosas súper linda a un precio adecuado para ser París, pero también pueden recorrer la calle que queda perpendicular a ella y da justo frente a la escalinata, la calle Steinkerque, por ahí encontramos una tienda de macarons buenísima (una amiga me dio el tip) y yo compré mis amados chocolates amargos con trocitos de avellana que estaban de locura, si son amantes del chocolate artesanal amaran el local de verdad, se llama Maison Georges.
Bueno según yo, ahí quedaría el día, hasta que una de mis amigas propuso ir de una vez a Notre Dame, que estaba un poco más retirado y requería tomar 2 líneas de metro para llegar a Cité, la 12 y la 4, pero fuimos.
Justo bajando del metro empezó a llover y mis amigas sacaron los paraguas que compraron en Madrid por 5 euros, los cuales no sirvieron de mucho, ya que, con el aire se volteaban y torcían de la estructura; claro que para lo que sí sirvieron fue para reírnos de lo sucedido, o al menos yo no paraba de burlarme de mis amigas batallando con ellos, así que, sin manera de cubrirnos de la lluvia mejor nos apuramos para entrar a la catedral.
Confieso que por fuera, Notre Dame no me asombró después de ver Sagrado Corazón pero al entrar… el juego de las luces con los vitrales azules se convirtió en una de mis catedrales favoritas, sentí una paz interna, como pocas veces, y agradecí infinitamente la oportunidad de poder estar ahí.
Para el día siguiente, solo contábamos con unas horas antes de partir al próximo destino, el cual en otra ocasión les platicaré, así que dedicamos ese rato a caminar por Rue de Passy viendo tiendas de maquillaje, ropa, zapatos, todo lo que implica el glamour de París. Nosotras encontramos algunas cosas en oferta a un precio considerablemente bueno, pero ojo, si van a comprar en boutiques que solo se encuentren en París, adelante, pero si son tiendas que encontrarás en otros países y los piensas recorrer, mejor espera porque seguro estarán a mejor precio. El tiempo se nos pasó volando hasta que tuvimos que correr para llegar a tiempo con el tráfico al aeropuerto que queda rumbo a Disneyland Paris, el cual espero conocer en algún otro momento.
Y así fue París, arte a la vena, vivir la historia, vistas deslumbrantes, paz interior y sueños que habían estado en el olvido y que revivieron para poder cumplirse, fue perder el aliento en un sitio para recuperarlo en otro.