Tú x el Mundo

La amabilidad canadiense

Por: Cintia

“Ven, mira, acabamos de pasar por la CN Tower”- me dijo mi amiguita del avión cuando estábamos a punto de aterrizar. Tenía 13 años y viajaba sola; fue en ese momento que me di cuenta de que no importa cuántos años tenga, nunca quiero dejar de emocionarme por las pequeñas grandes cosas de la vida, ni dejar de admirarme de la grandeza que mis ojos me permiten ver. Para mí, el simple hecho de salir de mi casa representa la oportunidad de aprovechar al máximo cada momento y aprender lo más que pueda de lo que veo, de lo que escucho y de la gente que me rodea. Todos tenemos una historia valiosa para contar, porque aunque suene poético, todos formamos parte del paisaje.

Nunca pensé visitar Canadá. No estaba en mis planes, pero la vida tiene maneras de acomodarse y a veces te regala oportunidades de conocer partes del mundo en las que muy probablemente aprenderás valiosas lecciones que te acompañarán para toda la vida.

La primera y única impresión que tenía de Canadá es que era un país casi casi perfecto, donde toda la gente era feliz, amable y atenta. Aunque no estaba muy lejos de la realidad, creo que más que “amable”, Canadá es un país en armonía, porque todos hacen exactamente lo que se supone deben hacer. Durante mi estancia no vi que nadie se confunda al realizar su trabajo, o que hayan malentendidos entre los empleados de algún establecimiento: todo transcurre en orden porque todo está bien delineado para que así sea.

Los canadienses no dejan mucho a la imaginación: ellos expresan exactamente cuál es el comportamiento que esperan de la gente, ya sean visitantes o habitantes. Por ejemplo, en el autobús del tour hay un letrero donde se puede leer cuánta es la propina que se le debe dejar al guía; o por ejemplo, en el paradero del bus pude leer un cartel donde se explicaba que las personas debían ser amables y cordiales con los otros usuarios para que todo fluyera con más armonía; o también, dentro del camión, pude encontrar un letrero en donde hablaban de más o menos seis características que se debían adoptar para que TODOS tuvieran una mejor experiencia en el transporte público; de esas, alcanzo a recordar algunas: cordialidad, puntualidad, amabilidad (y todas explicadas con un tipo de comportamiento, por ejemplo: ceder el lugar, pedir parada a tiempo, no ocupar más espacio del debido, etc.)

Podría llegar a sentirse que todo es automático, simple, pero a la vez lleno de vida y de cultura; y no sé si sea la edad, pero uno empieza a relajarse mucho más, a esperar menos, y en el proceso empiezas a apreciar más y mejor todo aquello que te toca vivir y a la gente con la que tienes la oportunidad de convivir. Si es así, es un gran regalo de la vida. ¿No es bonito ser parte de algo que está en constante formación, que detrás de todo hay horas y horas de dedicación y esfuerzo? ¿què puedes ser más empático cuando te esfuerzas por conocer la historia de las cosas y de las personas?

Al estar en un país que puede llegar a exigirte propinas para casi todo me di cuenta de que si bien es cierto que éstas son muy útiles, tal vez sea buena idea empezar con pasos más pequeños en ocasiones en las que no nos es posible gratificar el trabajo de una persona con dinero: elogiar el desempeño de los demás, expresar el aprecio por el esfuerzo que la gente pone en él, decir más por favor y gracias; es más, a veces hasta una sonrisa podría bastar para motivar a una persona y hacerle más feliz el día.

Sí, es cierto, no siempre es fácil salir de casa, pero creo que las lecciones que aprendemos cuando salimos un ratito de ella nos deben acompañar para ser mejores y hacer mejores cosas. Salir al mundo implica dejar la comodidad de lo conocido, de lo vivido, de lo que nos arropa, de lo que nos conviene, de lo que conocemos; nos obliga, en cierta forma, a abrir los ojos y despertar los sentidos, a observar el ejemplo para ser, en algún momento, el buen ejemplo. A escuchar otras voces para que, en algún momento, sea la nuestra la que hable cuando las cosas no estén yendo como deberían.

Pero si no estamos dispuestos a ser receptores de las lecciones que podemos aprender, creo entonces que salir al mundo no habrá valido tanto la pena.