Colaboraciones

El Yucatán que no conocías

¡Hola Bandita! hace unos meses hice una encuesta por Instagram para que me recomendaran algunos lugares poco turisteados en Yucatán. 

Así que combiné sus recomendaciones con algunas cosas que Cope y yo nos moríamos por hacer y resultó un viaje hermoso. 

Nos faltaron lugares, sí, pero en definitiva volveremos para visitar todo lo que nos faltó. Aquí les pongo 6 experiencias que nos volaron la cabeza en Yucatán.

SAN CRISANTO

De Mérida -la capital- manejamos una hora hasta el poblado de San Crisanto y nos instalamos en la preciosa Casa Chukum.

Después de instalarnos, nos fuimos a los manglares de San Crisanto. Aquí abordamos una barca que apenas y soportaba nuestro peso y nos fuimos flotando a través de un túnel de ramas que se abrazaban entre sí, impulsados -lentamente- por nuestro “trajinero” José. 

Él nos llevó al Ojo de Agua “Helecho” -no había nadie- así que Cope y yo aprovechamos para nadar un poco en esa poza cristalina. 

Después de un rato dimos marcha atrás, admirando un poco de la fauna local -iguanas y aves pescadoras. 

Más tarde hicimos una parada rápida en sus charcas rosas. Son parecidas a Las Coloradas, un poco más pequeñas, pero la ventaja es que aquí no te la arman de pedo para entrar. Por cierto recuerden que Las Salineras no son para meterse a nadar eh, solamente para verlas y amar sus tonalidades. 

Para acabar el día comimos mariscos y pescado en la playa de Telchac Puerto, hasta que el atardecer dio por terminada la jornada.

HACIENDA SOTUTA DE PEÓN

Nos levantamos temprano, desayunamos panuchos y salbutes, y manejamos poco menos de dos horas hacia un lugar muy especial.  

La Hacienda Sotuta de Peón es una de las pocas -si no la única- hacienda viva de Yucatán.  Aquí siguen cultivando y trabajando el Henequén, usado por artistas locales para sus tejidos. 

La belleza del casco original de la hacienda es mágica, y un lugar que te transporta a la época del oro verde en la Península. 

Lo primero que hicimos fue dar una vuelta para conocer sus hermosas instalaciones: sus cabañas, su cenote y hasta una casa original maya. Esto forma parte de un tour que ustedes pueden hacer, ya sea que se estén hospedando o solamente de visita por La Hacienda. 

Después le inyectamos adrenalina al asunto y nos fuimos a andar en cuatrimoto. Volamos a toda velocidad a través de la carretera, algunos poblados, terracerías y veredas, que levantaban gran cantidad de polvo.

Yo iba entre muy emocionado y muy asustado -me asusta pero me gusta- pero la verdad es que amé la experiencia, a pesar de haber quedado todo enharinado por la polvareda jajaja (pambazos por el mundo). 

El viaje de 45 minutos nos llevó a un cenote y a sus gloriosas aguas frescas y cristalinas. Estuvimos aquí solos nadando un buen rato, hasta que le tocó el turno de entrar a otras personas -hay capacidad limitada y controlada por la Nueva Normalidad Viajera. 

De regreso, nos detuvimos en el casco antiguo de una hacienda abandonada Uayalceh y es el tipo de lugares donde me vuelvo loco tomando fotos. El sitio es espectacular.

De vuelta a la Hacienda Sotuta de Peón comimos un delicioso poc-chuc y con la noche encima volvimos a Mérida. 

BUCEO DE CENOTE KANKIRIXCHÉ

Por ahí de las 10 am aparcamos la camioneta a unos metros de la entrada de un agujero inmenso en la tierra: el cenote Kankirixché.

Gerardo, nuestro instructor nos habló un poco de la inmersión y nos ayudó a preparar el equipo. Meterme el traje de neopreno fue como forzar un vestido de quinceañera en el cuerpo del padrino de la quinceañera jajaja. Fue culpa de los panuchos de los últimos días. 

Bajamos por unas escaleras de madera y en el muelle nos colocamos las pesas, los tanques, los visores, encendimos nuestras linternas y saltamos al agua. 

En la primera inmersión no grabamos nada. Para practicar y por seguridad. Empezamos a descender poco a poco, y todo comenzó a volverse negro. Aleteando, nos adentramos en esa oscuridad hasta alcanzar los 23 metros de profundidad. Perdón a Cope y a Gerardo por las patadas involuntarias que les propiné en la cara jajaja. Después de unos minutos que parecieron eternos, comenzamos a ascender poco a poco. 

Para la segunda inmersión nos sumergimos solamente unos 10 metros. Esta vez encontramos unos huesos de animales y nos maravillamos observando el haz de luz que se colaba por la bóveda del cenote y creaba un túnel de azul brillante. Cope y yo nos dedicamos el resto del tiempo de oxígeno a explorar y a flotar en el agua, como astronautas en la estación espacial.

Nos despedimos del cenote con un par de “clavados”, nos quitamos el equipo y cerramos con una comida deliciosa en casa de Lady y Calixto, una amable familia local, como parte del mismo tour. 

HACIENDA TEMOZÓN

Una luz cálida me despertó al colarse por la ventana. Los techos altos, y la habitación antigua me recordaron dónde estaba. La Hacienda Temozón otrora una prolífica hacienda henequenera, hoy es un vibrante hotel que no ha perdido la esencia de su esplendor. 

Además a través de la fundación Haciendas del Mundo Maya ha creado un fuerte vínculo con las comunidades circundantes a través de empleos, pero no sólo, también con proyectos sociales, educativos y económicos -empresas sociales y comercio justo. 

Muy temprano caminamos sobre un empedrado enmarcado por palmeras y henequenes hasta llegar a la comunidad local donde tres morritos nos esperaban debajo de un majestuoso árbol Pich para llevarnos a “Pajarear”. 

No tuvimos suerte con las aves así que fuimos a la tortillería que abastece al hotel. Aquí aprendimos sobre la elaboración tradicional de tortillas con maíz criollo -otro proyecto de sustentabilidad implementado en la zona- y después visitamos uno de los tantos talleres artesanales que buscan preservar la cultura maya. 

Doña Ceci nos contó sobre la técnica para trabajar el cuerno de toro y lo entusiasmada que está por reactivar su taller, tras varios meses de clausura pandémica. 

Dejamos la comunidad y volvimos al hotel donde Don Iván, un legendario jardinero nos dio un recorrido por toda la hacienda mientras nos contaba su historia. Los ecos de los espacios son como espíritus que habitan este lugar: todo el legado henequenero, el antiguo almacén de pacas, el corazón mecánico de la Hacienda Temozón, entre otros rincones coloridos y fascinantes. 

Para terminar el recorrido tuvimos dos experiencias gastronómicas. En un episodio más de Gordos por Yucatán. La primera en el museo del maíz, donde probamos algunos antojitos típicos yucatecos: y después nos mostraron cómo cocinar la tradicional cochinita pibil yucateca. 

El resto de la tarde la dedicamos a nadar, solitos, en su asombrosa piscina central ¿Se imaginan tener esta hacienda para ustedes nomás? No se lo imaginen aquí está:

GRUTAS CHOCANTES DE TEKAX

Pedrito nos guió desde el estacionamiento hasta la Palapa donde estaba su papá Don Pedro y su tío Goyo; este último, tocayo del Popocatépetl  fue quien nos acompañaría al inframundo maya, en las grutas de Tekax.

Equipados con cascos y linternas emprendimos el camino. Primero Goyo nos habló de las virtudes de las flores, las facultades curativas de las plantas y el poder secreto de los árboles. 

Después de unos minutos llegamos a la entrada de las Grutas Chocantes, y nos metimos en un agujero en la tierra que nos guiaría al inframundo maya.

Comenzamos a descender en completa obscuridad y de vez en cuando nos deteníamos para que Goyo nos contara alguna historia fascinante: nos habló de cómo los mayas bajaban alumbrados con antorchas, su forma de comunicación subterránea a través de silbidos -usando las manos en forma de caracol- y los artefactos que construían usando las rocas y los minerales del subsuelo. 

Como una mezcla de arqueólogos y espeleólogos -científicos que estudian las cuevas- pudimos observar a nuestro paso osamentas humanas, vasijas rotas de varios colores y por supuesto las blancas cascadas petrificadas de carbonato de calcio. Por cierto, Don Goyo es más ágil a sus 62 años que yo a mis 35 jajaja. 

De vuelta a la superficie visitamos La Caverna del Toro, donde nuestros antepasados salvajes solían descansar en la frescura de su sombra y emboscar animales para cazarlos. 

Y para terminar con el recorrido, nos lanzamos de una tirolesa de 150 metros; la vista desde el mirador es muy reveladora y la caída muy vertiginosa y divertida. 

Fue así que nos despedimos de Goyo, Pedro y Pedrito Damián y nos fuimos a comer Poc Chuc y Papadzules a los pies de la ermita de Tekax. Finalmente, después de una larga sobremesa manejaríamos casi tres horas hasta nuestro último destino peninsular: el mágico Valladolid. 

CENOTE CHICHIKAN Y RECORRIDO MAYA

Despertamos en Valladolid.  Desayunamos en el restaurante de nuestro hotel, El Mesón del Marqués; en sus paredes tiene Boteros originales, que anticipan como queda uno después del desayuno jajaja. 

Fui con Cope a dar el rol al parque central de Valladolid, aunque en esta ocasión no visitaríamos el pueblo mágico. 

El Cenote Chichikán no es sólo un cenote, sino toda una experiencia de reconexión y aprendizaje del mundo maya. El recorrido es de hecho bilingüe -español y maya- y todo inicia con una exaltación a los dioses. 

Fuimos de casa en casa descubriendo algunos de los principales productos que nuestros antepasados intercambiaban a través del trueque, su proceso artesanal: el cacao, la miel melipona, el xtabentún, el chicle y hasta la urdimbre de hamacas.

Terminamos echando la reta del juego de pelota ancestral -a puro caderazo shakiriano- y con una ceremonia maya de bailes, humo y percusiones que nos transportaron de vuelta al pasado. 

Después de aquel viaje astral por la cultura maya, nos cambiamos y comenzamos a descender los 90 escalones de madera hasta las aguas frías del cenote. El lugar es precioso, es una cueva abierta, alta, coronada por un álamo con sus largas raíces colgantes. Se dice que en Yucatán, debajo de un álamo, siempre hay un cenote. 

Estuvimos nadando aquí un buen rato, haciendo mini apneas porque Cope y yo aguantamos súper poquito la respiración subacuática jajaja (ni porque soy manu manatí jajaja). 

Mientras nos secábamos, nos echamos una de las mejores cochinitas pibil del viaje y nos despedimos del Cenote Chichikán (recomendadísimo). 

Despuesito del atardecer llegamos a Mérida. No les había contado, pero para algunos destinos de este viaje estuvimos yendo y viniendo a la capital yucateca. Es algo que les recomiendo mucho, rentar un auto y tomar como base estratégica Mérida. 

Nosotros nos hospedamos en el bellísimo Fiesta Americana de Paseo Montejo, es un hotelazo y muy bien ubicado. Enfrente de hecho, se encuentra Paseo 60,  un corredor comercial y cultural que entre otras cosas, tiene una gran oferta gastronómica. 

Nosotros cenamos dos veces aquí, en dos restaurantes que nos encantaron. Así que un el último episodio más de Gordos por Yucatán los dejamos con Querreke  y con Teya Viva.

Esta nueva normalidad viajera va para largo bandita, así que esta adecuación del sector turístico es imprescindible, y pues va de la mano con la responsabilidad de los viajeros. 

Para mayor información visiten: https://yucatan.travel/

Manu Espinosa

Manuel Espinosa Nevraumont, mejor conocido en redes sociales como @manumanuti es creador de contenido especializado en turismo. Documenta sus viajes a través de sus crónicas, fotos y videos, en México y en todo el mundo, con un especial interés por proyectos relacionados con turismo comunitario y ambiental. Ha trabajado con diferentes oficinas de turismo nacionales e internacionales. En 2017 creó junto con Alan por el Mundo la cuenta foodie de Instagram @gordosxelmundo para compartir experiencias gastronómicas durante sus viajes.