Por: Thelma Contla
Llegar a Tromsø, en Noruega, nos implicó un viaje con dos escalas: una en Estocolmo y otra en Oslo. Fueron casi 24 horas desde Hong Kong. Llegamos agotados pero muy dispuestos a disfrutar la “caza” de auroras boreales. Nuestra investigación indicaba que ése era uno de los mejores lugares para la observación de ese fenómeno meteorológico, así que ahí estábamos.
Elegir el número y tipo de tours que haríamos para buscarlas nos implicó un reto, pues solamente estaríamos cuatro días ahí. Somos un matrimonio que viaja con dos hijos adolescentes y ellos al principio no muy emocionados por tal viaje. Después de dormir un poco y desayunar, salimos a hacer un recorrido por el pueblo para reconocer el área y buscar la dirección de la agencia que nos llevaría esa noche y las siguientes a la caza de las Auroras.
Tromsø es una ciudad pequeña, de 70,000 habitantes. La mayoría de las personas que nos encontramos eran turistas. Las tiendas cerradas. Para ser mediados de febrero, no había mucha nieve, se podía caminar bien. Las construcciones se ven como setenteras; fuimos al muelle, vimos muchos veleros y pequeñas embarcaciones anclados, las aguas son cristalinas. Con una temperatura de -4°C hicimos un buen recorrido y nos dimos idea de la vida en ese lugar. Hay mucho turismo en esta época invernal, comercio e investigación marina, hay varias agencias que organizan diferentes tours: caza de Auroras Boreales (en auto, minibús o autobús), recorridos en trineos jalados por renos o huskies, paseos por los fiordos, observación de ballenas (desde noviembre y hasta principios de febrero), tours en helicópteros para buscar así las Auroras, etc. Todo depende del gusto de los turistas.
Se llegó la hora, nuestro guía se llamaba Julián, un español. Éramos 15 personas en un minibús. En el camino nos fue explicando acerca de las auroras, cómo se forman, bajo qué condiciones y de los sitios electrónicos que las predicen… nada está asegurado: el verlas o el no verlas depende de las condiciones meteorológicas y todo puede cambiar en cualquier instante. Eran 5:40pm y él calculaba estar de regreso como a las 11:00 pm. Después de un recorrido de 40-50min, él descendió y fue a “ver” si era un lugar propicio; regresó e indicó que sí.
Estábamos a la orilla del mar. Bajamos, todo bien oscuro, sólo se escuchaban el ruido de las olas. El cielo súper oscuro y salpicado con cientos de estrellas, un espectáculo simplemente hermoso, y a nuestras espaldas montañas cubiertas de nieve.
Había que caminar cuidadosamente, mucho hielo, arbustos secos y “el piso” disparejo. Mucho frío, pero “tolerable”, íbamos supuestamente muy preparados para aguantar esas temperaturas. El guía con su cámara notaba la actividad del cielo. Las lentes captan mejor que el ojo humano ese tipo de actividad. (Unos días antes de realizar el viaje, me puse a pensar más a detalle cómo sería observar las auroras: ¿las veríamos como en las fotografías que circulan en internet? ¿El ojo las percibiría en esas tonalidades, o solamente las cámaras fotográficas las captan de esa manera y “en vivo” se verían totalmente diferentes? Decidí no investigar más y dejarme sorprender por la naturaleza). Empezó a pasar el tiempo y el guía instaló su cámara en un trípode, prestó otros a los que los necesitaran, nosotros incluidos, y se dispuso a ayudar a configurar las cámaras de las personas que las llevaban. Ayudaba, checaba y cambiaba de lugar a cada rato la suya.
Nos enseñó a mirar el cielo, indicó las estrellas de referencia: la constelación de las 7 hermanas, la Estrella del Norte, y otras más que no recuerdo, así pudimos ubicar y apreciar la Vía Láctea.
El tiempo pasaba y yo no veía nada… él decía que había actividad, que tuviéramos paciencia. Sobra decir que debido a la ropa que llevábamos, no nos podíamos mover muy bien, era torpe nuestro caminar. El frío se sentía cada vez más… Julián seguía dando consejos para ajustar las cámaras. Nos dió después unas pieles para sentarnos y hacer más agradable la espera. En ratos titiritábamos de frío, a los que desearan ofreció unos mamelucos térmicos, guantes, zapatos… El tiempo pasaba y no se veía nada, se sentía más y más frío… de pronto comenté: “allá se ve algo blanco” e inmediatamente Julián mencionó: “¡ahí viene, está empezando!”. Poco a poco se fue formando una tira blanca en el cielo, en la cámara de Julián se apreciaba en tonos verdes, como en las fotografías que muestran las auroras; entonces pensé: “¡estaba en lo cierto, no se ven en esos colores, las auroras son blancas/grisáceas en realidad!” Esa “tira” fue haciéndose más y más nítida, el guía comenzó a tomar fotografías con su cámara a todos: individuales, por parejas, en grupo… Se formó poco a poco otra franja, también blanca, en otra zona de la bóveda celeste… “Lady Aurora” estaba presente y se hacía notar . Yo pensé un poco decepcionada: “bueno, pues son en esos tonos entonces, qué padre, pero pensé que se verían mejor”. Julián nos ofreció chocolate caliente en tazas metálicas y galletitas que nos supieron simplemente deliciosas.
Después de tres horas, sentía ya mucho frío y los pies congelados, así que decidí acompañar a mis hijos que ya tenían rato en el minibús.
Me estaba quedando dormida cuando el chofer nos dijo: “¡bajen, se está presentando mucho mejor la aurora!” Me despabilé y bajamos lo más rápido que pudimos, al descender la vimos en todo su esplendor: ¡el cuadro era maravilloso! Tonos verdes, blancos y rosas, ¡bailaba! La bóveda celeste era el escenario perfecto: todo negro, como de terciopelo, la aurora era inmensamente grande para observarla en toda su magnitud, el cuello había que girarlo mucho, “¡las auroras boreales son como en las fotografías, así se ven, en esos tonos!” ¡Qué espectáculo, mis ojos se llenaron de lágrimas de la emoción! No encuentro adjetivos para describirlo, todos se quedan cortos. De repente, Lady Aurora dejó de “bailar” y “tocó el piano” para nosotros: se movía como si efectivamente tocara un piano, ¡titileaba a todo lo largo! ¡Tonos verdes y rosas! ¡¡Simplemente mágico!! Todo mundo gritaba y exclamaba admiración, los ojos no alcanzaban a cubrir toda la extensión de la Aurora, ¡¡había que voltear para todos lados y poder apreciarla en su totalidad!! Seguía “bailando” y “tocando el piano”, fueron 15-20 minutos en éxtasis, increíble . Espirales y franjas iban y venían navegando en el cielo.
En lo que todos estábamos embobados viendo el espectáculo que la naturaleza nos ofrecía, el chofer hizo una fogata y nos ofrecieron entonces una sopa de vegetales caliente en termos individuales y luego bombones para poner al fuego. La aurora continuaba. Yo, honestamente, no tenía hambre y mientras el guía contaba historias acerca de lo que pensaban antiguamente los pueblos Sami de la región sobre este fenómeno meteorológico, me aparté un poco del humo de la fogata y continué observándolas. Todavía transcurrió una hora más en la que poco a poco se fueron desvaneciendo las luces del norte. Julián recogió todos los utensilios y como a las 12:30 de la noche se dispuso el regreso. Nos instalamos en el camioncito y nos quedamos dormidos; de pronto, a medio camino, el guía dijo “¡bajen, aquí está nuevamente!” Rápidamente descendimos, el minibús de nosotros y otro de la misma compañía que venía delante nuestro se estacionaron a media carretera, y ahí estaba, danzando nuevamente, ¡tonos aún más verdes y rosas también! Todos gritábamos emocionados. ¡Qué espectáculo! Suerte de principiantes, la primera noche tuvimos el privilegio de verlas por mucho tiempo.
A la 1:30am llegamos al hotel, simplemente felices. Por ver esto, había valido la pena el viaje. La experiencia de nuestras vidas.