Me pasa que cuando viajo y estoy fuera disfrutando al máximo de algún lugar, de ser yo fuera de la rutina, de crear experiencias y lograr sentirme como en casa, valoro mi casa verdadera. Mi país, mi lugar de origen, mis raíces.
Es uno de los regalos más increíbles y fuertes que te da viajar. Valorar, entender y extrañar tu lugar.
Durante este invierno tuve la oportunidad de viajar a diferentes destinos de centroamérica, observar su cultura, vivir su ambiente y crear lazos que me unieron a estos países. En concreto, me di cuenta que, grandes países, como Panamá y Colombia entienden que la colaboración y la apertura entre ellos fomenta un crecimiento más fuerte para ambos. Me llevé el corazón lleno de Aruba, Curacao y Bon Aire, con una fusión muy interesante de placeres caribeños y raíces holandesas. Aprendí a entender las diferencias políticas de Venezuela y a añorar la fuerza de su gente.
Pero más que nada, aprendí a querer de una manera diferente a mi México. De una manera que en conjunto nos lleve a crecer a todos como uno mismo. De una manera que un país tan diverso, rico y lleno logre esto en nosotros: otorgar un sentimiento de casa que sólo encuentres aquí, que añores cuando la dejes y que te invite a siempre regresar.
Regresar para compartir, compartir para crecer.
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