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Un minuto de silencio por Playa del Carmen

Hace ya varios años que pisé Playa del Carmen por primera vez, lo hice en compañía de personas que aún siguen en mi vida de manera cercana y las nostalgias de ese viaje las guardo profundamente en mi corazón.

Hace ya varios años que pisé Playa del Carmen por primera vez, lo hice en compañía de personas que aún siguen en mi vida de manera cercana y las nostalgias de ese viaje las guardo profundamente en mi corazón.

Recuerdo que en un día martes caminábamos por la Quinta Avenida casi vacía. Aunque para ese entonces Playa del Carmen ya no era un secreto y su popularidad había crecido enormemente, las calles estaban increíblemente tranquilas. Las grandes acumulaciones de gente estaban reservadas para la temporada alta del año. Algunos desarrollos importantes ya se levantaban en la famosa avenida y anunciaban el progreso, pero nada que le robara su esencia o por lo menos aquella con lo que yo conocí ese destino. Para mí estaba en un estado perfecto.

Playa era el destino ideal para los que querían salir huyendo (como nosotros) de Cancún, su fiesta y sus springbreakers. Era un destino para otro tipo de gente, más joven, más alternativa, más europea según las palabras de uno de sus habitantes. Los americanos la encontraban aburrida y la ausencia de resorts “All Inclusive” los mantenía alejados a excepción de algunos días en que llegaban autobuses que hacían road trips para visitar el pueblo.

En ese viaje convertí a Playa del Carmen en uno de mis destinos favoritos de México. Hoy con tristeza lo elimino de mi lista.

Vinieron más viajes a Playa. Con amigos, solo, con historias, con aventura, con arrepentimiento. Las calles de Playa del Carmen me conocen sobrio, borracho, de la mano, de cabeza, en silencio, desnudo, vestido. Inclusive viví un mes en este sitio mientras filmaba la película “Lluvia de Luna”.

En cada uno de mis visitas me daba cuenta que Playa se transformaba, cada vez llegaban más hoteles, más turistas, más tiendas, más restaurantes. Lo cual no me parecía malo pues muchos de ellos se adaptaban al “concepto” Playa del Carmen y lugares como Hotel El Deseo y Mamitas formaron parte de la historia que hizo legendario este sitio. Pero no todo cambio es bueno y cuando se abrió “Cocobongo” todo empezó a valer un poco madre.

Seguramente también hay un antes de mamitas y El Deseo, pero de ese no puedo hablar, no lo conocí.

En mi última visita a Playa del Carmen me di cuenta que ya todo estaba perdido, de repente tuve ante mí un gran centro comercial de tres pisos en plena quinta avenida con tiendas como Forever XXI, Sanborns, Starbucks y todas esas que pueden encontrarse en casi cualquier otra ciudad. Me dio mucha tristeza.

De verdad la gente viaja cientos y hasta miles de kilómetros para tomar el mismo café que encuentran en la esquina de su casa? Para comprar en las tiendas que hay en su ciudad de origen?.

Platiqué con varias personas que viven en Playa y les expresé mi sentir, la mayoría coincidía. “Ya está horrible” contestaban. No tengo nada en contra del desarrollo pero sí de las cosas hechas con la patas. Lo que alguna vez fue un encantador pueblo de playa está convertido en un “Cancuncito”. Con menos cosas únicas y más de esas que hay en todos lados.

Hace casi dos años me hospedé por invitación en el hotel Paradisus Playa del Carmen. Lo odié. Un hotel perfecto para Cancún pero extremadamente invasivo para Playa del Carmen.

No pretendo que las cosas se mantengan como en mis nostalgias, pero robarle la esencia a un lugar en el nombre del progreso y la economía me pone triste. La globalización y la ignorancia del turista están haciendo del mundo un lugar plano, igual, sin personalidad.

Viajeros no dejemos que esto suceda!

Ojalá que los ahora llamados “nuevos Playa del Carmen” como Tulum o Puerto Morelos no tengan el mismo destino. Y repito, no se trata de desarrollar o no. Se trata de desarrollar de manera inteligente y respetando la esencia de cada sitio.

Si alguna vez viajan miles de kilómetros, por favor no tomen un café en Starbucks, no compren en las tiendas que tienen en su ciudad. Busquen lo local, esa clase de experiencias que alimentan al viajero y que lo obligan a contar historias únicas, originales y especiales. Corremos el riesgo de que nuestros souvenirs mentales también estén fabricados en serie.

Qué triste sería.