Tú x el Mundo

Tailandia: El País de las sonrisas que enamoran

Por: Karla Macías

¿Qué clase de locura acabo de hacer? Fue lo primero que pensé al comprar mi boleto de avión, era una sensación entre emoción y miedo, desde ese momento, no tienen idea la cantidad de blogs que leí sobre “10 consejos para tu primer viaje sola”, “Verdades incómodas sobre viajar sola”, “8 razones por las cuales debes hacer un viaje solo en tu vida”, leí mil y un historias, buenas y malas, de niñas que han viajado sin nadie que las acompañe.

Mi nombre es Karla, tengo 23 años y soy arquitecta; hace un par de años, viví un intercambio de 6 meses en Europa donde conocí muchísimos lugares y personas, una de las mejores etapas de mi vida y desde entonces, mis ganas por conocer lugares nuevos fueron aumentando, así que un día me propuse que mi siguiente viaje debía ser a Asia, sin embargo, en mis planes jamás estuvo ir sola, luego de no poder ponerme de acuerdo con mis amigas, ni conseguir quien quisiera o pudiera venir conmigo, decidí verlo como un nuevo reto, no sería ni la primera ni la última.

Soy de las personas que disfruta el viaje desde el momento en que se le mete la idea a la cabeza, todo lo que conlleva la organización, leer todo acerca de mi destino, lugares qué visitar, cosas super MUST por hacer (obviamente no les digo cuantas veces vi los videos de Alan por el mundo: Tailandia, antes y durante mi viaje) contaba los días para el inicio de lo que sería una de las experiencias más cool de mi vida.

Después de poco más de 14 horas de vuelo, finalmente llegué a Bangkok, una ciudad enorme, donde existe el equilibrio perfecto entre lo tradicional y lo moderno: edificios con la más alta tecnología y templos antiguos y bien conservados. El Gran Palacio es de los lugares más impactantes e imponentes que he visto, la arquitectura jamás me dejó de sorprender, la calidad de los materiales, el detalle en la decoración, y ni hablar del Budah reclinado, lo había visto cientos de veces en fotos, pero verlo en persona, es totalmente otra cosa.

Y que les digo de la fiesta en Khao San Road, música de todo tipo, gente bailando en las calles; ese día conocí a muchísimos viajeros (y viajeras) que al igual que yo, iban por su cuenta y con los cuales coincidí en varios lugares las siguientes semanas, fue lo mejor, como pequeños reencuentros familiares.

Días después tomé un vuelo a Chiang Mai, una ciudad que definitivamente me enamoró, tenía los “night markets” más preciosos que había visto. En este lugar fue donde tuve la oportunidad de ¡convivir un día completo con elefantes! Creo que era de las experiencias que más me emocionaban de este viaje y sin duda no me decepcionó, aprendí sobre la historia de cada uno de los elefantes rescatados que conocí, comí, jugué y bañe con ellos, definitivamente algo que jamás olvidaré.

Después de haber estado en Bangkok, Chiang Mai y Chiang Rai, llegó uno de los días más esperados para mí: mi vuelo a Phuket y las Islas Phi Phi. Si algo me había llamado la atención desde que descubrí Tailandia, eran las miles de hermosas fotos que vi sobre estas islas, y les digo algo, no hay foto que le haga justicia a lo hermosas que son, te maravillan de otra forma, no sé cómo describirlo, porque esto es algo que no creó el hombre, como los templos, sino que por sí misma, la naturaleza nos lo regaló, de verdad, de los paisajes más hermosos que veré, no tengo fotos, más que en mi memoria. Si hubo algo que disfruté al máximo fue la caminata al View Point en las islas, recuerdo que estaba pronosticada lluvia y la pensé mucho para ir, fue una escalada un poco pesada, pero la vista que se tenía, valió totalmente la pena, les juro que después de un par de fotos que tomé, comenzó a llover, justo a tiempo.

El recorrido por las islas es un MUST en este viaje, llegar a Monkey Beach puede ser algo estresante, me tocó ver como un par de monos casi roban una cámara, y por acercarme demasiado, casi me quitan mis lentes de sol. Antes de este viaje me daba no miedo, pánico, hacer snorkel y de verdad, al principio del viaje intente vencer mi miedo y me quedé congelada al final de la escalera del bote, no fue hasta horas más tarde que vencí mi miedo y de verdad, no tenía idea de las cosas que me estaba perdiendo, la cantidad de colores y animales que vi tan cerca de mí, a veces me resultaba difícil darme cuenta que esta era mi realidad y no un sueño.

Debo admitir que viajar sola fue una de las mejores experiencias que he tenido hasta ahora, te abre los ojos a otro punto de vista, darte cuenta de que existe muchísima gente buena en el mundo, el saber de lo que soy capaz, el poder inspirar a otras personas a hacer lo mismo, ¡me encanto escuchar a gente diciendo que admiraba mucho lo que estaba haciendo! Aunque la verdad, jamás estuve sola y cuando lo estaba, era porque así lo quería, desde el momento en que me subí al avión, conversé con adultos mayores, conocí personas en los vuelos, en los hostales, en las fiestas, hubo quienes me invitaron una comida, me regalaron una flor, un abrazo, cada uno de esos gestos me los traje conmigo y son recuerdos que tendré para toda la vida.

Y sí, viajar solo es peligroso, porque después, ya no vas a poder parar.