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Rusia en silla de ruedas: el espíritu indomable de una viajera

Una vez mi mamá me confesó que le preocupaba que ante las dificultades que se me presentaran por no poder caminar, la gente no me ayudaría cuando lo necesitara.

Por: Mónica Montoya 

Una vez mi mamá me confesó que le preocupaba que ante las dificultades que se me presentaran por no poder caminar, la gente no me ayudaría cuando lo necesitara. Hoy al mirar fotos de mis viajes y en específico este, me doy cuenta que mamá puede estar tranquila, porque aunque dificultades encuentro en todos lados, son muchas las manos, sonrisas y buenas personas que me han ayudado a llegar hasta rincones que ni yo misma imaginaba visitar.

En mi vuelo hacia Rusia, desde el primer momento presentía que iba a ser una experiencia única y en definitiva así fue.

Vista desde el avión cruzando el océano Atlántico

Vista desde el avión en el descenso a San Petersburgo.

San Petersburgo me recibió con un frío esperado y llevaba varias horas sin dormir, así que descansar era primordial para iniciar la exploración.

El segundo día fue totalmente destinado al museo Hermitage. Estaba realmente entusiasmada y con justa razón pues el museo es impactante tanto en arquitectura como en el precioso tesoro que guarda. Tardé mucho en recorrer pocas de sus salas y solo pude acceder a una pequeña parte, porque hay muchas escaleras; y aunque en definitiva es un museo inaccesible para silla de ruedas, mi emoción por querer ver más no disminuyó y valió toda la pena del mundo.

Escaleras en la entrada del Museo Hermitage.

Museo Hermitage, San Petersburgo.

Madonna Benois por Leonardo Da Vinci, Museo Hermitage.

Vista del Río Neva desde el Museo Hermitage.

Ese misma noche, otro inolvidable momento estaba por llegar; tomé un tren de San Petersburgo a Moscú. Abordo cené una hamburguesa y bebí una relajante cerveza. El asiento del camarote se transformaba en cama, un viaje de más de 8 horas me arrulló y por la mañana desperté con un rico desayuno servido a un costado de mi cama. Por la ventana podía ir viendo las casas y la blanca nieve. En el tren tampoco cabía mi silla, así que me baje de ella para ingresar y me limité a asegurarme de que mi fiel compañera y equipaje viniesen conmigo.

A punto de abordar el tren rumbo a Moscú.

Cerveza Krusovice.

Compartimiento del tren rumbo a Moscú.

Vista desde el tren de San Petersburgo a Moscú.

Al llegar, percibí más frío en Moscú. Los guantes me volvieron a fallar, pues los térmicos que llevaba para mantener mis manos calientes se resbalaban de la agarradera de las llantas por el frío; así que tuve que optar por andar sin guantes en casi todo el viaje. A excepción de cuando entré a la catedral de San Basilio, donde dejé mi silla en la entrada porque no cabía en el interior y había que subir muchos escalones. A mitad del recorrido, un hombre que cuidaba dentro me prestó un par de guantes que parecían de construcción, gesto que agradecí porque ¡el suelo estaba helado! Pareciera que nunca estoy preparada en cuestión de guantes, pero nunca antes me había puesto a prueba como lo hago al viajar; ahora sé que tipo de guantes debo llevar.

Catedral de San Basilio, Moscú.

Plaza Roja, Moscú.

Para ser honesta, no esperaba los caminos difíciles de Rusia, pero ni el empedrado de la plaza roja, los infinitos escalones, ni las lejanas rampas me detuvieron. Disfruté mucho conocer un pedacito de este tan lejano lugar; además siempre recibí apoyo. En una ocasión un par de jóvenes vieron que intentaba cruzar una carretera, los cruces grandes son subterráneos y aunque había un elevador, este no servía, ellos no hablaban inglés, así que ambos casi sin pedir permiso, cargaron mi silla y me ayudaron a bajar y subir del otro lado. Al final uno de ellos me robó un beso en la mejilla, yo no sabía qué hacer, y me limité a dar las gracias (era la única palabra que aprendí a pronunciar en ruso) y huir lo más rápido posible.

Explanada en Moscú.

Oficial ruso.

Desde mi punto de vista, es cierto que los rusos son serios, pero solo cuando no te conocen. Como buena mexicana estoy acostumbrada a sonreírle a todo mundo. El primer día me costó un poco asimilar no recibir una sonrisa de vuelta; sin embargo, una vez que estableces algún vínculo con alguien, el frío desaparece.

Cuando comenzaba a familiarizarme, el menú de la hora de la comida me recordó lo lejos que estaba de casa. Para mí, Rusia fue retador en cuanto a la silla de ruedas; sin embargo, el poder observar obras de Da Vinci, tomar café por la mañana en un tren mientras la nieve aparecía por la ventana y haber sido besada por un ruso, son cosas que jamás olvidaré.

Menú en ruso.

Menú en ruso.