Por: Andira Reyes
Soy lo que se llama una “chica pueblerina bien paseada”. Nací y crecí en San Juan del Río, una pequeña y tranquila ciudad de Querétaro. Desde pequeña me fomentaron el gusto por la lectura, la cual fue convirtiéndose en una gran inspiración para viajar y conocer culturas muy diferentes a la mía. Recuerdo también que siendo adolescente, cuando veía pasar un avión, pensaba: quiero ir ahí, a ver a dónde me lleva.
A mis padres también les gustaba viajar, por lo que en familia pudimos ir a distintos lugares de nuestro hermoso país, y a un par de bellos sitios en Estados Unidos y Canadá. A los 19 años tuve la oportunidad de vivir un año en París trabajando como fille au pair, niñera de 2 graciosos francesitos. Fue una experiencia única y enriquecedora, espero algún día escribir sobre ella. Durante ese año pude viajar a varias partes de Europa, el viejo continente que enamora.
Pero esta historia se trata de otro viaje, uno bastante inesperado, que surgió de la llamada desesperada de una buena amiga. Ella se encontraba en medio de una crisis emocional, al no estar feliz con su trabajo ni sus relaciones personales. Buscaba respuestas y como recientemente había descubierto la meditación, vio la luz al final del camino en un retiro espiritual en nada más y nada menos que la India. Ella también había hecho su dosis de viajes, pero no estaba lista para viajar sola a un lugar tan lejano y extraño, así que me llamó para convencerme.
En ese tiempo yo vivía en Puerto Vallarta y tenía un estable trabajo en una oficina de Congresos y Convenciones, por lo que la llamada realmente me cayó de sorpresa. Le dije a mi amiga que lo pensaría, pero por dentro pensaba que estaba chiflada.
Sin embargo, la idea fue germinando y creciendo en mí. Además, parecía que desde esa llamada “casualmente” se me aparecían películas hindús, documentales sobre la India, o música de ese exótico país, lo cual encendió en mí una chispa de emoción que todo viajero conoce. Llamé a mi amiga y le dije: Vale, ¡nos vamos! En poco tiempo buscamos vuelos y opciones de Ashrams, que son centros espirituales donde puedes hospedarte y dar servicio a la comunidad. Además, yo notifiqué mi renuncia pues el viaje sería de un poco más de un mes (y también quería un cambio laboral para ser sincera).
Ya con todo listo, otro giro inesperado ocurrió: a mi amiga le ofrecieron un trabajo que anhelaba desde hace tiempo, y además había conocido a un chico increíble que no quería perder de vista…así que tenía que posponer el viaje. La noticia, aunque maravillosa para ella pues estaba muy contenta, no me caía tan bien a mí. Pero le metí a calma al torbellino de preocupaciones en mi mente y decidí continuar yo sola con el viaje. No creo en las casualidades, así que elegí ver esto como una señal.
Después de un viaje de más de 30 horas incluyendo conexiones, llegué al Ashram Amritapuri, de la Gurú Amma, en la localidad de Trivandrum, al Sur de la India. Yo de por sí me encontraba aturdida por el desfase de horario y el cansancio, y justo ese día había una inmensa multitud en el ashram porque Amma estaba ahí festejando su cumpleaños. La mayoría eran hindús pero también había muchos extranjeros. Fue realmente un shock ver a miles de personas vestidas de manera tan peculiar, haciendo rezos, cantos y bailes completamente extraños para mí. Darme cuenta que estaba tan lejos de casa y que pasaría al menos un mes en este país me puso bastante ansiosa.
Sin embargo, me calmé en la tranquilidad de mi habitación, la cual compartía con una española que casi nunca se encontraba ahí. Más tarde salí y encontré a un grupo de latinos, que al poco tiempo se volvieron increíbles amistades, y de quienes aprendí mucho en verdad: Juan, mexicano; Aidée, boliviana; Rafa, argentino y Ricardo, chileno. Personas que al día de hoy, 4 años después, aún considero entrañables amigos. También me hice muy amiga de una chica Suiza, Corina, divertida y dulce, además de otros muchos amigos de distintos países con quienes hice una increíble conexión.
Estar en el ashram de Amma fue maravilloso, incluso si no tienes ningún tipo de búsqueda espiritual, es asombroso ver lo mucho que Amma hace por su comunidad y por el mundo entero, tiene muchas fundaciones de ayuda a enfermos, a viudas (que en India es “lo peor”), a estudiantes, a ancianos. Y aun así tiene energía para abrazar amorosamente a todos sus seguidores uno por uno, lo cual a veces le toma hasta 28 horas sin descanso. Yo tuve la fortuna de ser abrazada por ella durante mi estancia y sentí un amor maternal indescriptible.
Luego de dos semanas en el ashram, mi nueva amiga Corina y yo decidimos viajar juntas por algunos sitios de India. Estuvimos en Karnataka, un sitio asombroso selvático, con canales en vez de calles, donde la gente vive entre el agua, algo así como una Venecia hindú. También fuimos a Hampi, una ciudad llena de inteligentes y traviesos changos que se pasean por todos los antiguos templos de piedra. Conocimos Kerala, donde pudimos ver una impresionante festividad religiosa con muchos elefantes ataviados para la ocasión. También estuvimos en Mumbai, donde comimos deliciosamente y vimos famosas películas bollywoodenses. Corina y yo nos la pasamos increíble y a la fecha somos buenas amigas. Ella de vuelta en Suiza y yo en México.
En Mumbai nos separamos pues Corina aún permanecería en India otro mes, iría al lado este del país. Yo estaría sólo un par de días más por lo que iría a conocer el imperdible Taj Mahal antes de salir del aeropuerto de Nueva Delhi.
No sólo estaba al final de mi viaje, también estaba al final de mi presupuesto. Aunque las cosas son bastante económicas en India, luego de un mes mi tarjeta ya estaba casi vacía. El Taj Mahal se encuentra a unos 200 km del aeropuerto de Nueva Delhi, un viaje de aproximadamente 4 horas en autobús. Puesto que salía muy temprano en la mañana, decidí ir al Taj Mahal el día anterior y viajar por la tarde y pasar la madrugada en el aeropuerto para no tener que pagar otra noche de hospedaje.
El día del Taj Mahal, me encuentro con la sorpresa que la entrada para los extranjeros es bastante más elevada que para los nacionales. Para extranjeros 900 rupias, algo así como $400 pesos mexicanos, lo cual acortaba aún más mi presupuesto. Hice cuentas y no me alcanzaba para todo lo que me faltaba gastar: boleto de entrada, taxi a la estación de trenes, boleto de tren a Nueva Delhi, taxi al aeropuerto de Nueva Delhi. Tampoco podía hablarles a mis padres, los bancos en México estaban cerrados y sólo los preocuparía. Ups…no debí haber comprado esos recuerditos que van a acabar arrumbados en el clóset, pensé. Hasta sentí que se me bajaba la presión. Tenía que hacer una elección, pero no podía estar en India y NO conocer el Taj Mahal, me arrepentiría toda mi vida.
Entonces, sin ser muy religiosa, me encomendé a todos los santos, a los ángeles y a los dioses hindús, y entré al Taj Mahal, a ver cómo lo resolvía cuando saliera con la mente más despejada.
Disfruté muchísimo del Taj Mahal, es una obra de arte y un testimonio de amor de una belleza inigualable. Para quienes no han ido y sienten curiosidad por lo que hay adentro, no se angustien, no hay nada impresionante, lo maravilloso es lo de afuera.
Durante el recorrido vi a un hombre joven que me resultaba muy conocido, parecía mexicano, e iba acompañado de otros jóvenes, mujeres y hombres, que no sé si eran argentinos o españoles, pero eran de cabello castaño rubio. Lo vi un poco más de cerca y me resultó muy familiar, pensé: seguro lo he visto en algún lado, ¡tal vez es alguien conocido y puedo pedirle dinero prestado! Me quedé observándolo sin que él me viera a mí, escudriñando mi cabeza para saber si realmente lo conocía. Llegué a la conclusión de que era alguien que salía en la tele o el cine, pero como casi no tengo el hábito de verla, realmente no sabía su nombre ni en qué programa o película salía. ¿Cómo iba a pedirle dinero prestado si no sabía ni su nombre, aunque era alguien famoso? Qué dilema. Decidí no acercarme a él, pensé: Estoy en la India y aquí son bien “bisneros”, seguro puedo vender algo.
Así fue, salí y tomé un taxi de esos chiquitos negros de moto que salen en las películas. Medio mundo habla inglés allá así que si dominas algo ese idioma puedes librarte de muchas cosas.
Le ofrecí a taxista darle unas playeras polo a cambio de que me llevara a la estación de trenes. Aceptó y le pregunté si me compraba unos tenis Nike, para comprar mi pasaje del tren. El taxista no quiso, pero muy amable me llevó con un amigo que podría estar interesado. Era el dueño de una tienda y afortunadamente me compró los tenis para su esposa, y mi celular Samsung para uno de sus hijos. ¡Estaba liberada! Una gran lección: puedes confiar en la gente sin importar donde estés, usando tu intuición obviamente. Somos más los buenos.
Pude tomar el tren sin contratiempos, y con la fortuna de hacer una amiga hindú que me pasó a la clase media para ir platicando con ella (yo había comprado baja, el boleto más barato). Tomé un taxi económico al aeropuerto de Nueva Delhi, y esperé mi vuelo tranquilamente y divertida de pensar en la aventura que acababa de vivir. Hasta me alcanzó para cenar algo rico jaja. Temprano por la mañana salió mi vuelo.
Ah…y una anécdota más para este increíble viaje… el joven mexicano que vi en el Taj Mahal era Alan Estrada, nuestro querido Alan por el Mundo. Casi dos años después me enteré que era él porque empecé a leer sus post a través de las redes sociales. Y hasta ahora, que he visto su sección de “Tú por el mundo” pensé que sería divertido contar esta historia que ocurrió a finales de octubre del 2013.
Ahora vivo en la ciudad de México con mi novio a quien amo y admiro, y con mi perrito, que diario me hace suspirar de tanta ternura. Tengo una empresa propia de consultoría en la que diseño currículums y preparo a la gente para sus entrevistas laborales, se llama PROIMPACTA. Mi último viaje fue a Perú en el 2015, y espero pronto tener un nuevo destino; mientras tanto sigo en el incesante viaje de autodescubrimiento.
Gracias por leerme… ¡Feliz vida viajeros!
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