Por: Beatriz Correa
Siempre soñé con viajar y en la medida que he podido se han acumulado experiencias únicas que no me canso de compartir con quien se deje, aún no lo he hecho fuera del país (a excepción de la frontera con E.U.) pero estoy segura que algún día lo haré.
Hace algunos años, junto con mi mejor amiga, organizaba viajes en autobús desde Monterrey hacia algunas ciudades o pueblitos, la verdad era muy joven (23 o 24 años) y aunque la mayoría de las veces no obteníamos beneficios económicos, saciábamos nuestra sed de viajar y conocer lugares diferentes.
En una ocasión organizamos un tour hacia Real de Catorce, San Luis Potosí, éramos puros “chavos” e íbamos con la intensión de acampar, así que abordamos el autobús con la mejor actitud de pasar un fin de semana de “puente” inolvidable. Llegamos al famoso Túnel de Ogarrio, un lugar en el que no importa cuantas veces pase por ahí, siempre al llegar al otro extremo del túnel y contemplar tan pintoresco y bello lugar, no puedo dejar de emocionarme y esbozar una enorme sonrisa, pareciera que fuera la primera vez; sus colores, el mercado, la iglesia, la plaza, sus paseos a caballo, los willys (vehículo 4×4, similar a un jeep) y sus recorridos al desierto y al pueblo fantasma, su comida y hasta su vida nocturna nos esperaban con los brazos abiertos.
Después de una “tarde libre” nos dirigimos al lugar acostumbrado para acampar, armamos nuestras tiendas (como 6 en total), no abrigamos muy bien y volvimos al pueblo para una noche de mucha diversión. ¡Sí! ahí dejamos nuestras “casas de campaña” y algunas pertenencias no de mucho valor, no era la primera vez que al menos yo lo hacía y la seguridad jamás me había defraudado. Todo iba conforme a lo planeado hasta que por ahí de la medianoche comenzó un agüacero impresionante e inmediatamente se fue la luz en todo el pueblo, después de un rato por fin pudimos salimos del bar en el que estábamos y a oscuras (no había smartphones, la app de la linterna nos habría ayudado bastante jajaja) nos fuimos a nuestro “campamento”, obviamente al llegar no encontramos más que las tiendas totalmente inundadas e incluso algunas pertenecías literalmente nadando, la pregunta era ¿y ahora dónde pasaremos la noche?, caminamos oootra vez hasta el pueblo con la esperanza de encontrar algún hotel económico, el resultado fue LLENOS TOTALES, ni un cuarto disponible y menos para alrededor de 20 personas, además, ¡empapados y muriéndonos de frío! al fin, un buen hombre tuvo piedad de nosotros jajaja y nos ofreció pasar la noche en el lobby de un hotelito del cual él era el encargado, el lugarcito no era más que una entradita con un comedor como para 12 personas, recuerdo que entre todos movimos los muebles e hicimos un“tendido” en el piso para intentar dormir un poco.
A la mañana siguiente, el encargado ¡no quería cobrarnos nada! ni siquiera quería recibirnos una propina y yo no podía más que agradecerle y corroborar una vez más la calidad de la gente que habita este lugar.
Después de esta experiencia he regresado por lo menos 4 veces más y en cada ocasión redescubro su belleza, sus amaneceres y atardeceres, y por las noches contemplo las estrellas y disfruto su maravilloso silencio.
La experiencia de viajar (ojo NO vacacionar) es una de las cosas que más me han enriquecido en la vida, perder noción del tiempo, caminar, caminar y más caminar, disfrutar las maravillas que tenemos a nuestro alrededor, algo que en nuestra vida cotidiana a veces se nos olvida hacer.