Colaboraciones

Viaje con Causa: Turismo Regenerativo en Puerto Escondido

Día 1. El casi trágico Road Trip a Puerto Escondido.

Nunca me ha costado trabajo levantarme temprano; pero las 3.30 de la madrugada es más bien una hora para acostarse y dormir que para empezar la jornada. Nos esperaban muchas horas de road trip por delante, desde la hermosamente desquiciada Ciudad de México hasta el paraíso -ya no tan secreto- de Puerto Escondido, en Oaxaca. Después de empacar las maletas, el equipo fotográfico y la hielera de Corona en la Lupe -una van Volkswagen del 72 que mi primo @imjustafox intercambió un día por su auto del año- partimos en medio de la oscuridad de la noche.

Antes de comenzar a narrarles lo que pasó, les cuento bien de qué va esta travesía. En los últimos años se ha hablado mucho de la responsabilidad del viajero y sobre todo del turismo sustentable, pero es una concepción un tanto reduccionista porque la sustentabilidad solo mantiene la situación actual de los destinos turísticos pero no la mejora. Es por eso que para este viaje -y los que vendrán en el futuro- nos aliamos con la organización Nomad Republic que se dedica al Turismo Regenerativo, una forma de viajar que nos enseña a interactuar con los lugares y sus comunidades para generar paridad de oportunidades y desarrollo. En este viaje a Puerto Escondido, participaríamos en tres proyectos importantes: monitoreo y liberación de tortugas marinas, reforestación de manglares, y rescate y cuidado de perritos callejeros.

Al volante, mi eterno compañero de viajes @imjustafox capitaneaba la embarcación sobre el pavimento; de copiloto el flamante director de Nomad Republic, Santiago, libraba una feroz batalla contra el sueño; en la parte de atrás mi amigo Santi, se tapaba con todo lo que podía para abrigarse del crudo frío matutino, y lo que existía de mí en ese momento, que era más bien un horcrux harrypotteriano, pretendía ser un humano despierto. Me dormí casi de inmediato, y así estuve en letargo hasta que comenzó a amanecer con una mágica coincidencia: nos encontrábamos rodando en la Autopista del Sol, cuando el sol, comenzó a levantar.

¿Puedo manejar la van al rato? Preguntó Santiago. “Claro” mintió Arturo, que jamás cede el volante a nadie. Y no es broma, aquel jueves “el fox” manejaría 17 horas con un par de paradas intermitentes hasta nuestro destino final, incluidos también dos contratiempos en el camino. Santiago se resignaría, y se revelaría entonces como el peor copiloto del mundo, cabeceando por varias horas en un narcótico movimiento perpetuo.

“Traen la llanta baja” nos dijo un agente regordete en la caseta de cobro, “Bajando la curva hay una vulcanizadora”. En unos 15 minutos un habilidoso mecánico le cambió la válvula a la llanta de la Lupe y así pudimos seguir adelante.

Kilómetros después realizamos una segunda parada, esta vez en en el mirador del Puente Mezcala. Aquí decidimos volar por primera vez a Sir William II, nuestro sensual y sofisticado drone; sin imaginar, que minutos después todo acabaría en tragicomedia. Para hacerlo breve chocó contra un cable casi invisible que colgaba del puente, perdió dos hélices, cayó en picada arremolinándose en el viento y se perdió en una cañada, llena de arbustos y árboles espinosos, para estupor de los 4 que veíamos en la pantalla del celular la desgracia ocurriendo en vivo. Por supuesto, que temerariamente, nos improvisamos exploradores y fuimos a buscarlo. Después de un buen rato lo encontramos, estaba a salvo y funcionaba correctamente con sus hélices de repuesto). Tras un bolillo y una chela “pal susto” proseguimos ya sin ningún contratiempo.

Los viajes en carretera siempre me han parecido fascinantes, te permiten pensar y al mismo tiempo no pensar en nada, platicar extensamente con tus compañeros de viaje, o ignorarlos para dormir, o leer un libro, y luego marearte, y hacer otra cosa. Amo las paradas para cargar gasolina y comprar algo “yico” de comer en la tienda de autoservicio, o para orinar, o los dos, y luego proseguir, con las ganas de que el viaje nunca acabe, pero con más ganas de llegar a tu destino final. Así son los viajes en carretera.

El atardecer nos tocó cerca de Pinotepa Nacional, desafortunadamente famosa por ser el epicentro de tantos sismos al año en el país. La hora dorada la vimos desde la ventana, en movimiento, con una luz cálida acariciando los pastizales, una nube colosal, color rosa en el cielo y un letrero anunciando nuestra inminente llegada a Oaxaca.

Cuando por fin llegamos en la noche a Puerto Escondido, lo único que hicimos fue bajar las maletas de la van, hacer el check-in en el Experiencia Surf Camp, el hostal que sería nuestro hogar durante los próximos días, y finalmente, después de un baño de agua fría, colapsamos en nuestras camas. Alarma a las 7 am, nos esperaban 3 días de mucho trabajo.

Día 2. El Surf en Zicatela y las Tortugas Marinas.

Ignoramos la alarma un par de veces hasta que fue inevitable despertarnos. Abrí ambas ventanas de mi cuarto -mi favorita daba hacia el mar- y comenzamos el itinerario del día.

La primera parada fue en la escuela de español para extranjeros. Era muy temprano así que estaba vacía, no había nadie a excepción de Víctor, nuestro anfitrión y un par de gatos que nos seguían como sombras para todos lados.

De ahí nos dirigimos al Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica (Conalep), para dar una plática sobre los proyectos de Nomad Republic y el  turismo regenerativo. Los estudiantes de hospitalidad turística estaban muy interesados en estos temas, y participaron activamente durante la charla con preguntas e ideas.

Al salir del Conalep, el hambre por fin nos venció e hicimos una parada técnica en La Juquileña. Mi madre siempre me enseñó que la calidad de un restaurante es directamente proporcional a la cantidad de comensales en sus mesas, y este lugar desbordaba gente; así que decidimos desayunar ahí.  Yo pedí unos sopes y una “embarrada” de tasajo. Fue inevitable no hacer un par de bromas vulgares sobre las “embarradas de chorizo” y por supuesto fue la ocasión perfecta para un episodio más de Gordos por el Mundo.

Tras una parada breve en el Experience Surf Camp, nos fuimos a ver las clases de surf en la Punta de Zicatela. Allí cerca de las rocas, novatos y expertos se acumulaban como una manada de mamíferos marinos, esperando la ola perfecta para dominar el mar con sus tablas.

He practicado el surf un par de veces en el pasado, aquí mismo en Puerto Escondido, otra en Chacahua y mi primera vez fue en Puerto Vallarta. En esta ocasión decidí nadar cerca y solamente contemplar a aquellos entusiastas surfistas. “Cuando logras agarrar tu primera ola, alcanzas la gloria, y es cuando te enamoras perdidamente del surf”. Me dijo alguna vez un amigo.

“¿Desde cuándo llevas surfeando?” le pregunté a un niño que flotaba sobre su tabla y al que le faltaba un diente. “Desde hoy en la mañana” me respondió, aunque en realidad yo quería saber la edad a la se había iniciado, así que solo me reí, mientras él se alejaba retando a la próxima ola.

Sin nada de tiempo que perder, pasamos al hostal a recoger lo esencial y nos fuimos directo al Campamento Tortuguero Boca Barra. Allí contamos tortugas recién nacidas y con la ayuda de jícaras las liberamos en el océano justo al toque del atardecer. Los de la cooperativa lanzaban arena al aire para ahuyentar a las gaviotas, y también Sir William II, el drone, hizo doble función de espantapájaros. Sin embargo, pude presenciar cómo una gaviota depredadora descendía vertiginosamente para llevarse a una de ellas como una vil botana, y por más rabia que me dio, luego comprendí que era parte del ciclo natural, y que no debía intervenir.

Una de las mejores historias que me llevo de esta experiencia es la de Sergio, uno de los líderes de esta cooperativa. Antes de dedicarse al proyecto de cuidado y conservación, él se dedicaba a la venta de huevos de tortuga. Sin embargo a través de la concientización y una correcta educación ambiental, Sergio entendió su error, y le dio un giro total a su vida. Ahora dentro de la cooperativa, él tiene un empleo que lo ha redimido, y se encarga justamente de acompañar a todos los visitantes a la liberación responsable y el monitoreo nocturno de las tortugas que anidan en estas costas. Este, es en esencia, el extraordinario valor del turismo regenerativo. 

Después de volver al hostal para cenar y recargar la batería de todos los dispositivos, nos trasladamos nuevamente al Campamento Tortuguero donde pasaríamos toda la noche, en turnos, monitoreando la playa. En uno de los paseos nocturnos, notamos un movimiento sigiloso a la distancia, y al acercarnos más nos dimos cuenta del fantástico acontecimiento: una tortuga golfina comenzaba a excavar en la arena, con un movimiento refinado de sus aletas traseras; tras varios minutos y alcanzar la profundidad adecuada, comenzó a desovar. Dicen que estos animales entran en trance profundo, así que en ningún momento la tortuga se sintió amenazada por nosotros, quienes la contemplábamos con asombro a un metro de distancia con un silencio casi sepulcral.

Nuestra tarea consistía en recolectar los huevecillos al mismo tiempo que iban cayendo para después llevarlos a un lugar seguro, lejos de los cazadores. Un líquido viscoso, repelente de insectos, acompañaba a los huevos, que son como suaves pelotas de ping pong a prueba de caídas libres. La tortuga pone entre 80 y 100 huevos, luego aplana la arena con sus cuatro aletas y su propio peso para resguardar el nido y no dejar rastro aparente; y girando 180º, a una velocidad parsimoniosa, vuelve a su vida del océano.

Los huevos después son llevados a algo así como un invernadero techado con una malla especial que mantiene una temperatura constante -al igual que los cocodrilos, el sexo de las tortugas es definido por la temperatura del nido. Aquí, las personas de la cooperativa excavan nidos, imitando el proceso natural, y depositan los huevos recién recolectados, anotando en una tabla datos como la fecha, la hora y la cantidad de huevos. 43 días después, tendremos nuevas tortuguitas bebés, de las cuales, desafortunadamente, solo 1% alcanzará la edad adulta.

Después de varias horas de monitoreo nocturno, el sueño nos abrazó, y pasamos la noche en la playa, en el Interior de la Lupe. Dormimos muy bien en su colchón plegable hasta que nos despertaron los primeros rayos de un amanecer rosa marino, poco a poco, junto el sonido de la brisa deslizándose entre las palmeras.

Día 3. Los nuevos manglares  y los perros callejeros.

Alarma a las 5 am. Aún no amanecía. Nos servimos café en los termos y abordamos la van rumbo  a la comunidad de Ventanilla. La tenue luz del atardecer nos hizo darnos cuenta que a estas alturas del viaje, La Lupe tenía más arena en su interior que la playa en el exterior.

Detrás de nosotros, una camioneta 4×4 transportaba en su batea a un ejército de voluntariosos jovencillos alemanes que harían con nosotros la actividad programada para ese día.

Al llegar, lo primero que hicimos fue cambiarnos los tenis y las chanclas, por unas botas de hule. Nos veíamos tremendamente ridículos, parecíamos integrantes de The Village People versión tropical.

Después de una breve explicación sobre la comunidad, la playa y las actividades de reforestación de manglar, nos dirigimos con una carretilla a la zona de los viveros. Allí una por una, recogimos las plantas que sembraríamos más tarde en la laguna.

La reforestación de manglar es muy importante porque en 2012, un huracán arrasó con el 80% de este ecosistema en la región.

Con la carretilla transportamos las plantas hasta un muelle donde nos esperaban barcas, y a base de remo, llegamos a la zona de reforestación. La luz era cálida a esa hora del día, y los reflejos en el agua eran tan mágicos. El sol poco a poco se volvió molesto y abrasante, quemaba en la piel.

El fondo de la laguna es fangoso y te hundes centímetros a cada paso. Es todo un reto caminar en esa superficie con las botas de hule. El agua normalmente te llega a las rodillas, y si eres tan alto como yo, al cuello jajaja.  A forma de cadena humana bajamos las plantas, nuevamente una por una, y comenzaron las labores. Con la punta del pie cavas un hoyo, le quitas la funda a la planta y la siembras ahí, por debajo del agua en el agujero recién cavado. Así mecánicamente se repitió el proceso durante poco más de una hora, hasta que sembramos 70 nuevas plantas de manglar.

Proseguimos con un paseo por la laguna, admirando la flora y la fauna del lugar. Los locales están muy orgullosos de poder mostrar los animales de la zona en completa libertad, sin necesitar jaulas como entretenimiento para el turista.

Pudimos ver elegantes garzas descansando en las ramas o a punto de emprender el vuelo. También una comunidad de iguanas dinosáuricas que parecían sacadas de Parque Jurásico, y un cocodrilo gigante de unos 4 metros flotando como un tronco con el hocico abierto, sigiloso y bien camuflado.

“Yo te recomendaría que metieras los pies en la lancha” Me dijo nuestro guía Janitzio. “Aquí empieza la zona de cocodrilos”. Nunca había movido mis piernas tan rápido, ni cuando hago un sprint en las carreras.

El paseo terminó en una playa, cerca de donde el mar se une con la laguna, caminamos de vuelta a la camioneta ya sin las botas -la arena quemaba un poco- y abordamos la Lupe para volver a Puerto Escondido.

Muy cerca del hotel había un restaurante con un barco encallado en la entrada. Ahí nos detuvimos a desayunar. Sentados en una periquera pedimos licuados -el de aguacate estaba delicioso- y algunos sandwiches. Yo pedí algo más consistente, enmoladas con tasajo, para un digno episodio más de Gordos por el Mundo.

Después de un par de horas de descanso y un baño, manejamos unos 5 minutos hasta el Refugio Canino “Huellitas de Acero” donde nos recibieron decenas de perros con ladridos y saltos de amor. Uno medio loquillo me mordió el calcetín y me lo quería arrancar, lo arrastré unos metros junto con mi pierna mientras caminaba hasta el otro lado de la habitación. Me daba tanta ternura.

Me sorprendió la limpieza del albergue y de los animales, en este lugar cuidan mucho la integridad de todos los perritos. Casi de inmediato fuimos a la zona de los cachorros donde había varios de los colaboradores y parte de los alemanes que también habían estado acudiendo al albergue toda la semana.

Es casi imposible poder explicar lo hermoso que fue pasar tiempo con esos perros, entender que muchos habían vivido en la calle desde que nacieron o lo que es peor, fueron abandonados por sus dueños que ya no los querían. Hay otros que sufrieron maltrato por otros perros o por humanos, y así cientos de historias tristes detrás de esos ojos juguetonas y esas narices mojadas.

Afortunadamente en el albergue se encargan de revisarlos, asegurarse que estén bien de salud, esterilizarlos, cuidarlos, alimentarlos y bañarlos, que estén felices hasta que alguien decida adoptarlos. Y de hecho pueden enviar a los perritos a otras ciudades, por ejemplo, dos hermanitos habían sido adoptados por una señora canadiense y estaban por ser enviados en avión para allá.

Escogimos algunos perritos, les pusimos sus correas y los llevamos a dar un paseo de unas 5 cuadras hasta una cancha techada. Ese día, habíamos convocado a una convivencia, para que la gente de Puerto asistiera, jugara con los perritos y los adoptaran.

Estuvimos un buen rato allí, jugando  con ellos. Mi favorita fue Chabelita, una mestiza con una lesión grave en el ojo izquierdo, y muchas veces estos perros son los que tienen más problemas para ser adoptados. Yo opino lo contrario. “Tengo una debilidad, por los perros más necesitados” me dijo mi primo @imjustafox el otro día, y yo sufro del mismo mal.

En Puerto Escondido existe una sobrepoblación de perros callejeros y se ha vuelto un problema. Nomad Republic en colaboración con el refugio “Huellitas de Acero” se dedican justamente a recoger estos perros, esterilizarlos y cuidarlos hasta encontrarles un hogar.

Para los que amamos los perros, ese albergue es el paraíso. Hay decenas de perros amorosos con ganas de jugar y ser acariciados. Fue muy bonito convivir con ellos, amarlos un par de horas, y después fue muy triste dejarlos, porque a pesar de la brevedad, uno se encariña.

Nos fuimos cuando comenzaba a caer la noche. Cenamos taquitos y nos acostamos temprano. Al otro día, con los corazones más llenos que cuando llegamos, volveríamos a la Ciudad de México.

Día 4. De vuelta a casa.

El viaje de regreso fue perfecto y sin contratiempos. Salimos a las 9 de la mañana y llegamos a la Ciudad de México ya en la noche. @imjustafox manejó nuevamente todo el camino, y fue el frío capitalino que nos despertó a mí y a Santi que dormíamos agotados por el viaje.

Fueron 3 días intensos de actividades en Puerto Escondido con Nomad Republic que me hicieron convencer que el futuro del viaje está en el turismo regenerativo. Toda la capacitación para el cuidado y liberación de las tortugas nos la dio alguien que antes solía venderlos, y que gracias a la educación ambiental y a la formación de una cooperativa entendió la problemática; ahora tiene un trabajo digno y se está redimiendo.

La reforestación de manglar que realizamos contribuye enormemente a la oxigenación del planeta y gracias a los voluntarios y al activismo local, se está recuperando la riqueza natural y la biodiversidad de la zona.

Finalmente, el albergue de perritos, no constituye un remedio temporal al problema de la sobrepoblación de perros callejeros, sino su principal motor es la concientización de la población a la esterilización canina, y a tratar digna y amorosamente a las mascotas cuando se decide tenerlas en casa.

Siempre he creído que la educación puede salvar al mundo, y ahora no podría estar más seguro. Este es el inicio de un proyecto colaborativo con Nomad Republic para transformar el país (y el planeta).

Manu Espinosa

Manuel Espinosa Nevraumont, mejor conocido en redes sociales como @manumanuti es creador de contenido especializado en turismo. Documenta sus viajes a través de sus crónicas, fotos y videos, en México y en todo el mundo, con un especial interés por proyectos relacionados con turismo comunitario y ambiental. Ha trabajado con diferentes oficinas de turismo nacionales e internacionales. En 2017 creó junto con Alan por el Mundo la cuenta foodie de Instagram @gordosxelmundo para compartir experiencias gastronómicas durante sus viajes.