Parece que la tecnología avanza más rápido que el tiempo. Ya son más de veinte años de mi primera aventura de mochilazo por Asia, ese viaje del que tanto he hablado y que me trasformó la vida sembrando en mi el gusanillo por conocer el mundo y lo que sin saberlo se convertiría en Alan por el mundo.
En casi diez años la manera en que viajo ha cambiado radicalmente, en ese entonces no existían las redes sociales y el internet era una herramienta de referencia más que de comunicación. Mi amiga y yo “planeamos” nuestro viaje con la ayuda del internet, pero en todo el mes que estuvimos recorriendo lugares exóticos de India, Tailandia y Camboya nos conectamos muy pocas veces.
Recuerdo que cuando llegamos a Nueva Delhi después del accidente del que ya les he contado, lo primero que hice fue buscar un teléfono público para llamarles a mis padres y avisarles que habíamos llegado con bien. El teléfono estaba lleno de tierra y era una cabina que parecía abandonada en el tiempo. Marqué a casa y mi padre contestó con una voz muy ronca, fue ahí cuando me di cuenta que hice mal el cálculo de la diferencia de horario y desperté a mis padres a la mitad de la madrugada. Pero lejos de enojarse, su voz se tranquilizó al saber que yo al otro lado del mundo estaba bien (no feliz, ya he contado que mis primeros días en la India los sufrí como niño fresa en Tepito).
Nuestro recorrido lo acompañamos de mi cámara de video (con 12 casetes para todo el material de un mes) y la cámara fotográfica de la cual se encargaba mi amiga Alejandra, que dicho sea de paso era una de esas cámaras de rollo que regresando el viaje llevabas a revelar. Ya existían las cámaras digitales pero era esa época en la que la gente aún no confiaba plenamente en ellas.
Documentamos lo más que pudimos con un poco de miedo a que los video casetes se me fueran a perder o que los rollos de fotos se velaran. Nos desconectamos. Buscábamos de vez en cuando una computadora para mandar un mail colectivo a nuestros amigos y familiares y contarles una resumida reseña de nuestras aventuras.
En Phuket, Tailandia salimos una noche para buscar una computadora con conexión a internet. No fue difícil pues en todas las calles había cibercafés. Nos sentamos por turnos en la misma computadora pues nos cobraban por hora y ni mi amiga ni yo necesitábamos tanto tiempo en una compu (suspiro al escribir eso) y cual fue mi sorpresa al descubrir un teclado con símbolos en tailandés. Tambien tenía unas ya muy gastadas letras occidentales por el uso de miles de dedos extranjeros. Mi cerebro comenzó a quemar calorías y mis ojos a moverse en estado de alerta. Deja tú el reto de encontrar las letras más comunes, la arroba! Encuentra la arroba! Eso si que es un misión de otro mundo. Además en una PC (casi toda mi vida he usado Mac). Sudaba. Mis pupilas se dilataban y no entendía nada. Pregunté. El amable y joven encargado se acercó a mi teclado y con la velocidad de una secretaría experimentada tecleó la arroba, pero no me dijo cómo!!!! O si me lo dijo no le entendí!!
Ese momento de “sufrimiento” se convirtió en una anécdota más del viaje y cada vez que la recuerdo no puedo evitar sonreír.
En mi primer viaje a China ya existía Facebook. Así que ahora me conectaba de vez en cuando a las computadoras del hostal para contarles a mi familia y amigos como iba el viaje. Ya no fue necesario el teléfono ni despertar a nadie a mitad de la madrugada.
Cuando fui a Japón, vi por primera vez a viajeros conectados al internet desde sus teléfonos, tuve una rara sensación rara, sentí que esos momentos en donde llegaba al hostal después de una pesado día de recorrer la ciudad y conectarme en la computadora comunal para escribir un par de mails y revisar como iba la vida que había dejado (igual que siempre) estaban destinados a desaparecer. Pero en ese momento pensar en cargar un laptop o tener un caro celular inteligente no era una opción viable, la primera por el peso y la segunda por el precio.
Hace mucho que no visito un café internet. Ahora viajo con laptop y hasta discos duros. Me conecto a la red varias veces al día y me desconecto del presente otras tantas.
Contar esto me da un poco de nostalgia y vergüenza. Era una sensación tan liberadora viajar sin teléfono celular. Ahora es casi impensable.
Por eso trato de guardar un equilibrio (que casi nunca se logra) entre mi presente y el internet. Siempre que veo un lugar que me llena los ojos le aplico el término “instagrameable” y quiero compartirlo con el mundo cibernético y las personas para las cuales lo que subo tiene un poco de importancia.
Pero quiero volver al pasado, a ese momento donde la falta de tecnología nos obligada a estar en el presente.
Es por eso que ahora tengo tres reglas.
- Sólo me conecto en tiempos muertos
- Ningún gadget es mas interesante que una persona.
- El internet puede esperar, el presente se esfuma.
Es increíble como hoy en día podemos compartir nuestros viajes en tiempo real. Pero es inevitable que esa conexión nos robe un poco de la experiencia del aquí y el ahora. Mientras no nos consuma por completo.
Ya lo dije aquella vez que pude hablar en TBEX Toronto, es importante compartir a través de las redes sociales, pero que no se nos olvide compartir con la persona que tenemos enfrente.
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