Por: Jorge Pinto
Supe que había llegado a mi destino cuando me resbalé en el hielo por primera vez. El frío que congelaba mi cara, me lo reiteraba también. ¿Por qué Islandia? Una pregunta que sigo recibiendo hasta el día de hoy. La inquietud y curiosidad por viajar solo a un lugar poco común y frío me llevaron a elegir este gran país. Sabía que Islandia me daría la oportunidad de retratar los mejores paisajes que hay en el mundo.
Frío, aire, agua y nieve. Nunca antes había sentido lo que en verdad es tener los pies congelados. La intensa tormenta y brisa helada que caía, dejaban ver entre sí lo que siempre había querido ver, las famosas auroras boreales. El sentir y ver cómo se mueven, sentir que vienen cayendo hacia ti, es de lo mejor que he vivido. Cada vez que mi cámara hacía click retrataba un paisaje diferente. Así, por dos horas y media, pude disfrutar de una de las más grandes maravillas que este mundo tiene para ofrecer. Después, para celebrar, nada como probar una cerveza local edición navideña. Un sabor único de temporada, no muy fuerte y bastante digerible.
Las caídas en el hielo no pararon. Un olor a azufre decoraba el ambiente, mientras un grupo de personas y yo recorríamos el Golden Circle. Ver la altitud a la que llega el agua evaporada de un geysir y el frío intermitente, es algo que no se puede describir con palabras. Así como tampoco se puede describir la sensación de estar frente a las cataratas Gulfoss, donde la nieve, el aire y la brisa, se juntan para darte la noticia de que estas a -18°C.
Después de no ver el sol por más de una semana, pude apreciarlo en un increíble atardecer en el parque nacional de Thingvellir. Era impresionante ver como el atardecer se reflejaba en el lago y en las cabañas de vacaciones solitarias. Momentos así me aseguraron que mi decisión fue la correcta. Momentos en los cuales estas parado en medio de la nada y donde lo único que se puede apreciar es nieve y más nieve. Lo único que quieres hacer es salir corriendo.
Tuve la gran oportunidad de conocer una playa con arena negra volcánica, donde pude sentir la intensidad del Océano Atlántico. Arriba pintaba un cielo nublado y soplaba un viento que casi me tumba al suelo. De ahí, a brincar al Glaciar, literalmente. Caminar sobre el hielo y ver cómo circula el agua por debajo de ti es impresionante. El no saber con certeza si el hielo aguantará tu peso al caminar sobre él. Eso, junto con otras decenas de dudas que surgían en ese momento.
Carecer del calzado adecuado equivalía a más caídas. Claro, la tormentas de aire no ayudan tampoco. Los vientos que levantan la nieve solo te dejan la opción de correr por tu vida. Pero sin duda, algo de lo más sorprendente fue sentir la tranquilidad en la que viven las comunidades alrededor del volcán Eyjafjallayökull, mientras nosotros estábamos al pendiente del volcán Ketla, el cual pudo haber explotado en cualquier momento.
¿Por qué el viajar solo? Poder ser el único mexicano en una mesa con personas de Finlandia, Inglaterra, Australia, Estados Unidos, Canadá y Singapur, conocer sus culturas y lenguas, algunas inentendibles, es algo que no hubiera podido experimentar de haber viajado con otro wey con pasaporte verde.
Sin duda, el momento incómodo llega al despedirlos, donde llegas a la conclusión de que posiblemente nunca los volverás a ver en tu vida. Es ahí donde valoras las largas distancias de este mundo y lo increíble que es la convivencia humana.
Ahora cada vez que me preguntan ¿Por qué Islandia?, yo contesto: ¿Por qué no Islandia?
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