Por: Alma Hernández
Me parecía absurdo que después de casi cinco años estudiando Relaciones Internacionales jamás hubiera salido de México, así que una vez que terminé la carrera busqué la manera más económica para por fin empezar a conocer el mundo. Ello me llevó a contactar con AIESEC, que es una asociación civil donde puedes realizar prácticas profesionales y voluntariado en diferentes países, dando como resultado que tras una entrevista y algunos meses de espera me embarqué a lo que sería mi primer destino sola: Bulgaria.
Estuve mes y medio viviendo en la capital, Sofia, interactuando más que con búlgaros (sí, ya sé que suena a que estuve entre quesos y yogurt) además con chicos de otras nacionalidades quienes estaban en el mismo programa: India, Rusia, China, Malasia, Ucrania, Egipto, Kazajistán, etc. son países que aún no he visitado pero gracias a mis amigos del intercambio puede tener un vistazo de sus culturas y sobre todo de la calidad de su gente.
Recuerdo que uno de los días más felices de esa experiencia fue una tarde que fuimos a un parque público (de los muchos que hay en la ciudad) con las banderas de nuestros respectivos países a invitar a las personas a un pequeño evento de la ONG en la que colaboramos. Mientras repartíamos volantes Alexa, una chica de Kazajistán, tocaba su violín. Fue magnífico, las personas no sólo nos observaban, además reían porque terminó todo convirtiéndose en una batalla musical, ya que del otro lado se encontraba un trío de locales quienes nos competían la atención del público. Al final se hizo un cuarteto, con mi amiga tocando con ellos, y hasta un “cielito lindo” me regalaron (cabe señalar que era la única mexicana y latina entre todos los del programa, por lo que escucharlo casi me pone a llorar).
Sé que suena trillado decir que regresé a casa llena de experiencias y nuevos aprendizajes, pero es verdad. Viajar me enseñó lo que toda una carrera universitaria jamás logró hacerlo: es bueno equivocarse, no pasa nada (en la mayoría de los casos) si no tratamos de aparentar todo el tiempo que somos perfectos.
Aún con mi pésima manera de hablar inglés, logré recorrer una parte del mundo (en esta aventura también tuve la oportunidad de visitar unos días Estambul y fue maravilloso), a pesar de que no podía expresarme correctamente reí mil veces con ellos, vimos películas juntos, recorrimos paisajes hermosos, viví 45 días en la misma habitación con una china y una ucraniana, creo que hasta logré alburear al chico indú… en resumen jamás fui tan feliz con mi estado de imperfección.
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3.5