A veces te hablan tanto de las maravillas de un sitio que tus expectativas se elevan por los cielos y es difícil cubrirlas de tan altas que están, allá arriba, volando junto al zeppelin de la irrealidad.
Aunque también hay lugares que, aún con todas las expectativas que te crean, logran sorprenderte.
En Guatemala no hubo un sólo lugar que no rebasara por mucho mis expectativas, es impresionante la belleza natural de este país y la enorme cantidad de cosas que tiene para ofrecer al visitante. Toda esa belleza es resaltada por la autenticidad de los sitios, de su gente y de su entorno.
Cuando llegué al Lago Atitlán me enamoré del entorno natural del sitio. Imaginen ver en persona este enorme lago de color azul intenso rodeado de espectaculares volcanes. Es como estar viendo una pintura, como entrar en una postal o una película. Muchos lo llaman el lago más bello del mundo, y estando frente a él es fácil entender porqué. Sin embargo, en este lugar me sucedió algo que no me pasó en ningún otro lugar de los que visité en Guatemala.
El Lago Atitlán es uno de los sitios más populares de Guatemala. El espectacular lago está rodeado por doce poblaciones con nombres de santos católicos. Todas tiene personalidad propia. Yo visité cuatro.
Panajachel es la población con mayor infraestructura turística de todas y probablemente la más popular. San Pedro la Laguna, un sitio de ambiente hippie donde pasamos la noche. San Marcos la Laguna, la población holística del lago y Santiago Atitlán, el poblado más grande y hogar del famoso Maximón.
En estos sitios, a excepción de San Marcos y de los otros que visité en el país, sentí la lamentable huella que el turismo en masa e irresponsable va dejando.
No quiero que mis comentarios se malinterpreten, narro mi experiencia tal cual fue y probablemente, si alguien visita este lugar no tenga la misma sensación. Al final el problema del que hablaré no es para nada exclusivo de Guatemala, todo lo contrario, esta situación se presenta en casi todos los sitios explotados turísticamente del mundo.
Durante mi estancia en el Lago Atitlán todo mundo intentaba venderme algo, un hotel, un restaurante, artesanías, paseos en lancha, “algo especial”. Quizá estaba ya malacostumbrado a la tranquilidad de recorrer otros lugares de Guatemala sin parecer un dólar caminante, que cuando llegué a este sitio me irritó considerablemente.
No me molestan que me vendan cosas, todos necesitamos vivir de algo, pero me irrita un poco que me insistan varias veces y venga un vendedor cada 10 minutos cuando lo que quiero es platicar con mis amigos, ver un atardecer o comer tranquilamente. Esto lógicamente no es un problema exclusivo de Atitlán, en México prácticamente en cada playa sucede exactamente lo mismo o peor. Pero es algo muy molesto y puede llegar a afectar mucho tu experiencia en un sitio.
Lo que me resultó triste es que también en Atitlán vi a muchos niños trabajando de vendedores, ofreciéndole a los turistas infinidad de artículos, desde artesanías hasta comida. Niños guatemaltecos que, al igual que cualquier otro niño del mundo, merecen estar en la escuela y no trabajando.
San Pedro la Laguna es un destino al que muchos jóvenes acuden en busca de marihuana. El olor está en todos lados y los ofrecimientos también. Esto en general no me molesta, no estoy en contra de las drogas y he estado en sitios similares, pero aquí se sentía un ambiente pesado, denso. Caminando por la calle, un turista de habla inglesa, claramente hasta el queque, nos comenzó a gritar una serie de groserías de la nada. Lo ignoramos y seguimos el paso.
En Santiago Atitlán tan pronto bajamos de la lancha alguien nos estaba vendiendo algo. Al regresar para tomar la lancha de vuelta a Panajachel un tipo se nos acercó para preguntarnos si íbamos a “Pana”, le dijimos que sí y seguimos nuestro camino, él se adelantó y se puso en la entrada del muelle y nos pidió 30 quetzales por persona, le contestamos que sabíamos que el precio eran 25 (lo cual es verdad) y que le pagaríamos al chofer de la lancha. El nos dijo que el precio era 30 y que sólo si le pagábamos a él abordaríamos el “taxi”. Le dimos su dinero y subimos a la lancha sabiendo que nos estaba viendo la cara, pero al parecer todos en el muelle son amigos y no hay de otra.
Por supuesto que hubo momentos increíbles en el Lago Atitlán, de ellos hablo en mi video y si vale la pena o no visitar este sitio no está a discusión. La intención de mi artículo es crear un poco de conciencia desde el lado del viajero y cómo nuestras acciones acumuladas pueden crear un impacto negativo o positivo, según lo decidamos en cualquier lugar del mundo.
Todos estos detalles mermaron mucho mi experiencia en este lugar tan bello y no los culpo. Somos los turistas irresponsables quienes hemos ayudado a que estas situaciones crezcan y se propaguen. Cada turista que le compra a un niño, ya sea por lástima o porque según él intenta ayudarlo, solo está provocando que ese niño continúe en la calle.
Por supuesto que entiendo que la situación social en Guatemala no es fácil y hay un muy alto nivel de pobreza, pero también creo que la solución a esos problemas no está en el comercio fácil, en la explotación infantil ni en el abuso al turista. Creo firmemente que el camino es justo el contrario.
Si algo amé de Guatemala es su autenticidad, las sonrisas de su gente, la tranquilidad de no sentirte acosado y sí extremadamente bienvenido. Por su puesto que en todos los países siempre hay alguien que se quiere pasar de listo (los taxistas de Praga tienen la peor fama del mundo), pero el Lago Atitlán fue el único sitio de Guatemala donde tuve esa sensación de ser un turista más, un número, una cartera andante.
Para mí fue una lástima sentirme así en un sito tan lleno de belleza, tan espectacular y fotogénico. Supongo que lo mejor será huir al despoblado o a los hoteles alejados para disfrutar de tal regalo natural sin necesidad de andar por las calles, pero eso tampoco es viajar del todo.
Me encantaría tener una solución mágica para este y tantos lugares que sufren del mismo mal, pero por ahora sólo se me ocurre una, seamos viajeros responsables y consientes de que nuestros actos crean un impacto, esforcémonos para que ese impacto sea positivo, el mundo nos lo va a agradecer.
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