Por: Miguel Angel Jiménez L
Hace unos meses tomé mi mochila y abordé un avión para cruzar el Atlántico. Llevaba algún tiempo planeando este viaje y por fin había llegado el día. Mucho había leído, visto y escuchado sobre el Camino de Santiago, y desde el principio, supe que en algún momento tenía que hacer ese recorrido.
El 26 de mayo del 2018 inicié una aventura que cambiaría por completo mi vida. Salí desde un pequeño poblado al sur de Francia llamado Saint Jean Pied de Port con la intención de llegar hasta Santiago de Compostela, en España. Fue un inicio bastante duro, ya que ese primer día, se tenía que atravesar los Pirineos. Una caminata de 25 kilómetros a más de 1200 metros de altura sobre el nivel del mar. Por si eso no fuera suficiente, justo a la mitad del trayecto, una tormenta eléctrica nos sorprendió, haciendo el recorrido muy complicado. Afortunadamente, al final del día, todos los que caminábamos a través de las montañas, pudimos llegar a nuestro destino sin inconvenientes.
Al ser un viaje a pie en el que cruzas por las provincias de Navarra, La Rioja, Castilla y León, hasta concluir en Galicia, te permite conocer y disfrutar un sinfín de lugares y paisajes bellísimos que se quedan impresos en tu memoria para siempre. Hermosas ciudades como Pamplona, Burgos, León y el propio Santiago de Compostela, así como pequeños poblados mágicos, como Castrojeríz, Tosantos y O Cebreiro, entre muchos otros.
Pero además de los lugares, tuve la oportunidad de conocer gente increíble de todas partes del mundo, que durante el viaje, se convirtieron en mi familia. Y ahora, meses después de haber concluido, son grandes amigos con los que sigo teniendo comunicación constante; cada uno desde sus respectivos países.
Otra cosa que no puedo dejar de mencionar es la fabulosa gastronomía española. Si bien la mexicana es única ya que los mexicanos nos pintamos solos y tenemos una gran variedad de platillos, todos ellos deliciosos, lo que pude comer en los diferentes lugares que visité en España fue simplemente espectacular. Además de la tradicional paella, tuve la oportunidad de probar el riquísimo “Pulpo a la Gallega”; un verdadero manjar característico de la última provincia que visité, Galicia.
Después de 33 días de viaje, el 27 de junio del 2018, y con poco más de 800 kilómetros de caminata, llegué hasta la Plaza del Obradoiro en Santiago de Compostela para contemplar su hermosa catedral. Sensaciones encontradas de alegría, nostalgia, satisfacción, cansancio, entre muchas más, se arremolinaron en mi mente y en mi corazón. Había sido un camino largo que me dejó muchas enseñanzas y aprendizajes, así como satisfacciones y encuentros excepcionales.
Había un lugar que necesitaba visitar antes de volver a México. Un autobús me llevó hasta Finisterre; “el fin del mundo”, donde la tierra se junta con el mar. Un lugar lleno de paz donde pude descansar y reflexionar sobre todo lo que había vivido durante esa aventura maravillosa. Sentado frente al mar, llegué a la conclusión de que no se necesita gran cosa para ser feliz. Viví durante poco más de 35 días solo con lo que llevaba puesto y con los 6 kilos de equipaje que traía en mi mochila.
Es necesario que de vez en cuando nos escapemos para disfrutar de nosotros mismos y de las maravillas que nos brinda este hermoso planeta en el que vivimos. La vida es solamente una y además es muy corta; de nada sirve pasar el poco o mucho tiempo en esta tierra trabajando día y noche si no podemos disfrutarla. Hagamos el esfuerzo y démonos el tiempo necesario para viajar y conocer el mundo; no nos arrepentiremos.