Por: Gabriela Olivares
Soy Gabriela y siempre he sido una persona llena de complejos e inseguridades. El año pasado sentí que mi mundo se caía en pedazos cuando mi mejor amigo se distanció de mí. Con él había salido el plan más ambicioso de mi vida: viajar. Él quería conocer Japón y bueno, ¿por qué no? Comencé a obsesionarme con la idea de visitar ese país. La realidad es que nunca me llamó la atención.
Después del distanciamiento, el universo me tenía preparada una sorpresa enorme y que cambiaría mi vida por completo: una oferta irresistible para viajar al país del sol naciente. Era algo que no podía dejar pasar y con la ayuda de mi hermana (quién fue la encargada de comprar el boleto), comenzaba a hacerse realidad la aventura. Recuerdo la emoción que sentí cuando mi hermana me dijo “¡te vas a Japón!”, literal se me salieron las lágrimas… y estaba en mi trabajo.
Una semana antes del viaje, comencé a cuestionarme si hacía bien, después de todo me iba sola, sin conocer a nadie, con muy poco dinero. Cuando estaba buscando el hostal en el que me quedaría me deprimí al darme cuenta que “estaba vieja” para esas aventuras. Yo no debería hacer tales locuras –me decía-. Algunos compañeros del trabajo me preguntaban si no sentía miedo de estar sola en un país tan alejado, y siempre decía que no. La realidad es que traté de no pensar mucho en esa situación.
El 7 de abril, a las 12.30 am el avión estaba despegando rumbo a mi destino. Recuerdo que cerré los ojos y comencé a llorar al darme cuenta de la locura que estaba haciendo. Me repetía lo loca que estaba y que no me iba a poder dar a entender allá. ¡Alan, haces que los viajes parezcan tan fáciles! Fue lo que pensé. Y me quedé dormida.
Después de muchas horas, el piloto anunciaba nuestro próximo arribo a Narita, Japón. Era el 8 de abril. Y comenzaba la aventura.
Salí del avión y me temblaba todo. Recogí mi equipaje y pasé a migración. Al llenar la forma me equivoqué tres veces; antes de pasar con el agente aduanal pensaba en que no me dejarían entrar al país y tendría que regresar a México sintiéndome fracasada… Puras ideas fatalistas. Por un momento, cuando comenzó a hacerme las preguntas de rutina, sentí que no entendía nada pero finalmente me di cuenta que era sólo una idea. Entendí y pude responder todo. Y de ahí, a encerrarme en el baño. ¡Tenía muchísimo miedo! Tenía que llegar a Osaka ese día y no sabía cómo moverme. Después de tres veces que pasé frente al módulo de información me animé a preguntar. Me dieron las indicaciones escritas. Ahora, a buscar el tren. Estar frente a la máquina expendedora de boletos fue frustrante. No entendí nada hasta que se acercó una chica voluntaria y me mostró dónde comprarlo. Subí al Shinkansen rumbo a Osaka. La verdadera aventura apenas comenzaba.
¡Ese trayecto en el Shinkansen fue grandioso! Japón es un país tan lleno de contrastes. Admiraba la naturaleza pero por otro lado, la imponente ciudad y su tecnología de punta. Al llegar a Osaka, hice mi check in en el hostal y salí a caminar y comer algo. Regresé y dormí. Al día siguiente me levanté temprano y comencé mi travesía. El castillo y sus jardines, el acuario. Las calles, la lluvia, los sakuras. Caminaba por horas y, a pesar del cansancio, no me detenía.
Kyoto, un lugar que me dejó sin palabras. Los templos, la gente, el transporte, la comida. Caminaba por horas, trataba de entender cómo funcionaba el sistema de autobuses, el tren. Es más fácil de lo que parece. Fushimi-inari era el lugar que quería conocer. El paseo de las toris me atraía, nunca imaginé que era una caminata tan larga, pero al llegar a la cima, la vista de la ciudad es impresionante. Kinkaku-ji, el bosque de Arashiyama, Gion (ver una Geisha de frente y quedarme inmóvil, ¡es una emoción indescriptible!), las calles, los templos no conocidos. Todo trajo a mi vida mucha paz y tranquilidad.
Miyajima es un lugar tan lleno de vida. Estar en el mirador y admirar el océano, subir caminando hasta la cima lleva más de dos horas, llegas con temblor en las piernas y sin fuerza, pero bien vale la pena. Pasear en medio del bosque. Muy pocas personas lo hacen.
Hiroshima hizo que se me enchinara la piel. Estar en el domo. Lloré al imaginar el sufrimiento de la gente que vivió la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Lo único que lamento es haberme quedado tanto tiempo admirándolo e imaginando toda la escena y no alcanzar a entrar al museo.
Tokyo y su tecnología, la gente que mantiene el orden. La puntualidad, el respeto.
Disneyland Tokyo ¿sabes? En este punto del viaje fue cuando descubrí que las limitaciones están en la mente. Tenía muchas ganas de visitar Disney, claro que estaba contenta y, a la vez, me sentía vieja y fuera de lugar. Estaba formada en un juego donde había mucho chavito y me decía “Gabriela, eres una ridícula. Estás vieja para esto” justo cuando me dije eso, adelante estaba una señora más grande que yo, sola y disfrutando del juego. En ese momento algo cambió y pude quitarme ese complejo. Después de todo, la edad sólo es un número.
La vista desde la torre Tokyo es impresionante. Akihabara llena de anime y cosplays; Ginza, la zona más cara de Japón; Odaiba y su playa artificial.
Japón fue mi primer viaje internacional, sola, que me costó dos años de ahorrar y ahorrar. Me abrió los ojos y regresé más animada, prometiéndome nunca más creer que no puedo lograr algo. Japón, de ser un país que nunca me atrajo terminó siendo el lugar al que voy a regresar y, esta vez, lo recorreré todo. Mientras eso sucede, estoy buscando la siguiente aventura, después de todo vida sólo hay una y hay que vivirla al máximo.