La pequeña aldea de Shirakawa-go en Japón es uno de los sitios más pintorescos y auténticos del país. Las imágenes de la aldea durante el duro invierno que la azotan son espectaculares y han inspirado a muchos viajeros que retan a la nieve y las bajas temperaturas para llegar hasta este sitio. Aunque este precioso lugar puede visitarse durante todo el año, en la época del verano donde todos los sitios a visitar están abiertos.
En mi reciente viaje a Japón decidí conocer esta aldea declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO debido a las construcciones de madera tan distintivas que poseen.
Cómo llegar
Se puede llegar desde Kanazawa o Takayama. Yo lo hice desde Kanazawa y fue muy sencillo. Por la mañana tomé un autobús desde el andén dos de la terminal de autobuses adyacente a la terminal de trenes. Es aconsejable reservar tu asiento y para ello me ayudaron en el hotel un día antes. El boleto de ida y vuelta cuesta 3290 yenes (unos 29 usd) y en 80 minutos estás en Ogimachi, la aldea más grande de Shirakawa-go. Pude pagar con tarjeta de crédito.
Al llegar, el ambiente se transforma y se vuelve increíblemente tranquilo. En la estación de autobuses hay una oficina de información donde pueden tomar mapas en español gratuitos y preguntar las dudas que tengas en inglés.
Saliendo de la estación, a la izquierda, seguí un camino unos 20 minutos para llegar al mirador (se puede subir en autobús) desde donde se tienen unas vistas magníficas de la aldea. Tomé muchas fotos y bajé para ver de cerca las casas.
Las casas de la aldea están construidas enteramente de madera en el estilo gassho, que significa “palmas juntas”, y es que si uno observa bien y con imaginación, el techo de las casas hechos de múltiples capas de paja simulan dos manos en posición de rezo. La explicación es mucho menos mística, están hechas de esta forma tan pronunciada para que puedan soportar el peso de la nieve en el invierno.
La mayoría de las casas son propiedad privada y desde que llegué se me solicitó de forma muy atenta no andarme metiendo en territorios ajenos, cosa que en Japón no es tan sencillo, porque en mi pueblo las casas tienen bien marcadas sus divisiones (por aquello de los rateros la verdad), pero en Japón parece que todo es de todos pero el problema es que no es de todos.
Muchas de las casas están convertidas en casas de huéspedes (si lo desean pueden dormir aquí y tener una experiencia aún más autentica), restaurantes, museos y la gran mayoría en tiendas de recuerdos.
Yo seguí caminando y comencé a escuchar unos tambores, de repente frente a mí aparecieron banderas y decenas de personas en ropas tradicionales haciendo música que parecía ruido, y ruido que parecía música en una especie de desfile hacia uno de los templos. Sin saberlo estaba coincidiendo con el festival Doburoku, donde la gente local reza al dios sintoísta de la montaña para tener una buena cosecha y le ofrecen en agradecimiento Doburoku, que es sake sin refinar. Aunque en Japón no está permitida la producción doméstica de alcohol, en Shirakawa-go tienen un permiso especial durante este festival para hacerlo.
El pueblo estaba de fiesta y yo también, las danzas y la ropa tradicional le dieron un toque extra a mi visita que me emocionó mucho.
Seguí recorriendo el pueblo y crucé el puente que atraviesa el río Shogawa hacia el museo al aire libre Gassho-Sukuri Minkaen, con una docena de casas tradicionales reubicadas desde otros sitios del valle. Cuesta 600 yenes entrar y vale mucho la pena, algunas de las construcciones están abiertas para conocer los detalles de su interior y la distribución de los espacios. Además el entorno del museo es muy bonito.
Volví de nuevo por el puente y visité un par de casas abiertas al público, la mayoría estaban cerradas por el festival. Es increíble ver cómo se conservan éstas y cómo usaban el piso superior para el cultivo de gusanos de seda. Me imaginé que este sería un sitio que visitaría el protagonista del libro “Seda”, pero mis 10 minutos de romanticismo me fueron robados por unos gritos que escuché afuera. Me asomé por una de las enormes ventanas y pude ver que los gritos eran regaños a una turista (asumo de China) que había tenido la osadía de fumar mientras caminaba. Y es que estas casas son tan altamente inflamables que hay todo un sistema de conexiones de agua en caso de un incendio y constantemente están siendo patrulladas. Ni se diga la enorme cantidad de letreros que hay por todo el pueblo que indican que no puedes fumar en la calle. Pero ya ven, hay gente que no se le da leer, seguro es de esas que, cuando alguien pone una foto en Instagram de sus viajes con la ubicación arriba, pregunta en los comentarios que ¿dónde es?.
En todas las tiendas de souvenirs venden también muchos dulces y galletas típicas de las cuales me zampé algunas variedades que ni siquiera supe de qué eran. Aunque hay varios restaurantes en el pueblo, ese día por el festival el templo principal estaba lleno de puestos de comida y allí disfruté de algo parecido a un okomoniyaki.
Después de unos 6 horas que le dediqué a este sitio, me despedí con un suspiro y tomé el autobús de regreso a Kanazawa.
Vale mucho la pena visitar este pueblito que les va a saturar la memoria de sus teléfonos de fotos. Hay otra localidad cercada llama Gokayama que también es patrimonio de la humanidad y algunas personas visitan ambas el mismo día.