Por: Vivi Osores
– ¿Estás segura de que esa es la talla?
– Si, sí, 37.
Hablaba por teléfono con mi mamá, quien estaba en una zapatería mientras yo andaba en el trabajo, haciéndome el favor de ver si me encontraba los zapatos ideales para caminar en una ciudad bohemia. Un punto medio entre comodidad y elegancia era el objetivo, pues esta vez había decidido elevar mi acostumbrado look viajero de hippie autostopista.
El tiempo para encontrarlos era corto, pues en pocos días nos estábamos embarcando en un viaje único. Una idea lejana e improbable, que habitó en mi mente por años, estaba esperándome en la bandeja de entrada de mi correo en forma de dos boletos de avión a Buenos Aires.
Con gran orgullo les contaba a mis amigos que mi regalo de cumpleaños para mi mamá ese año sería llevarla a conocer la ciudad del Tango, de la parrilla, de los vinos, de los teatros y de las calles que en cada esquina te regalan un pedacito de Europa sin salir de Sudamérica.
Llegué al Aeropuerto de Ezeiza despeinada y feliz, sin poder creer que me encontraba en la capital del país gaucho por primera vez.
Atravesé la puerta del aeropuerto que nos daba la bienvenida a Buenos Aires como si fuese un portal a otro mundo. El olor a lluvia, esa de gotas abundantes y gruesas que te moja como si te acabaras de bañar, fue mi primer encuentro con una ciudad que tiene personalidad propia.
Aquí el arte te acompaña a cada paso y te saluda desde cada rincón en formas que se ven con los ojos, pero que se entienden con el corazón. Lo encontrarás en los flamantes pasos de Tango que sus bailarines te regalan en las calles, en la pasión por el deporte rey que es parte de su identidad, en los escenarios de incontables teatros y en cada sorbo de mate.
Recorrimos la Avenida 9 de Mayo, la principal de Buenos Aires, camino al hotel. Una vez ahí nos recibió Mirtha, nuestra amable guía argentina, quien nos hizo mil recomendaciones con el entusiasmo de alguien que conoce y ama su país a fondo. Entre ellas un show espectacular sobre el que te contaré líneas abajo.
La primera recomendación que pusimos en práctica fue ir al Restaurante Broccolino, que estaba a pocas cuadras del hotel. Una vez ahí, entre el olor a pasta recién preparada y el acogedor ambiente que te hace sentir como un invitado especial en la casa de un gran amigo, brindamos por el inicio de un viaje que nos cambiaría la vida. Celebramos ser mejores amigas, además de mamá e hija. Brindamos por el regalo inmenso que la vida nos dio al tener la oportunidad de compartir ese momento y por la alegría de llevarnos juntas esta experiencia en nuestra colección de recuerdos.
Al día siguiente nos levantamos temprano, nuevamente bajo un cielo gris. Esas nubes se volvieron protagonistas de una atmósfera perfecta para el día que fue mi favorito del viaje.
Al visitar una ciudad tan grande, te recomiendo tomar primero un city tour general para tener una primera visión de los lugares de interés, y elegir luego a cuál volver por tu cuenta.
Como primer destino, llegamos a un lugar que combina los colores de su tradición con los de la pasión por el deporte rey. En cada colorida casita se encuentran las historias de muchas familias inmigrantes italianas que, con la pintura sobrante de los barcos del antiguo astillero, crearon una identidad para su barrio. En ese barrio multicolor la gente lleva también pintado el corazón, pero de celeste y blanco. Historia y tradición juntas a ambos lados de una misma calle. Eso es Caminito, el lugar donde el ritmo del Tango se mezcla con los cantos de las barras.
Las eternas sonrisas de las esculturas de Maradona, Messi y Suárez, que te saludan desde las puertas de las tiendas, el color de las paredes y el imponente Estadio de La Bombonera, te regalarán una experiencia especial que te hará sentir como si alguna vez hubieses vivido ahí.
Esa es la magia de Buenos Aires; una ciudad tan acogedora que le presta sus recuerdos a sus visitantes para que los sientan como propios.
Continuamos con el recorrido, y finalmente el bus nos dejó en un barrio donde me esperaba una experiencia de otro mundo. Si eres tan fanático como yo del “dark tourism” o turismo oscuro, no puedes perderte el Cementerio de La Recoleta. Y si no lo eres, tampoco puedes perdértelo.
Este lugar es una obra de arte en sí mismo. Las historias de cientos de personas se vuelven inmortales y sus recuerdos reviven con cada epitafio leído por algún viajero. Las esculturas, guardianas de la vida eterna, te acompañarán durante todo el recorrido. En ese día frío y gris casi no quedaban visitantes, pues estos habían abandonado el cementerio debido a una lluvia torrencial de la cual solo quedaban las últimas gotas.
Caminamos por los solitarios pasadizos, acompañadas por el silencio como un peculiar guía, y sumergidas en una atmósfera que traspasa los límites de la realidad. La energía y la mística del mundo espiritual encuentran en este lugar un portal de conexión con el mundo terrenal, a través de hermosos mausoleos que convierten el dolor de la pérdida en arte. Alguno que otro gatito aparecerá por ahí y, sin que te des cuenta se habrá ido, dejándote con la sensación de que, quizá, los habitantes del cementerio tengan curiosos espías, guardianes de esa comunidad paradójica donde la vida acude a disfrutar de la belleza de la muerte.
También descubrirás que la calidez argentina llega incluso a un lugar como este. Encontrarás más de una dedicatoria, escrita por los amigos y parientes, que describen a la persona que se fue de forma tal que te deja la sensación de haberla conocido, aunque sea en esas breves líneas. Es, una vez más, la ciudad prestándote sus recuerdos.
No dejes de visitar la tumba de Evita. Justo ese día (26 de julio) se celebraba el aniversario de su partida, y su tumba estaba llena de vida gracias al color de las flores y al de las palabras que la gente le había dejado en sentidas dedicatorias.
Más tarde, llegamos hasta la Calle Callao para conocer la Librería El Ateneo. Hay una frase que dijo alguna vez un intrépido viajero mexicano cuando visitó este lugar: “todo lo que me gusta en la vida está aquí”. Tu frase me llegó al alma, mi querido Alan. El Ateneo simboliza para mí precisamente todo lo que amo en la vida: la literatura, la actuación y los viajes en un solo lugar. El único teatro en el mundo donde se dan en simultáneo más de 120 mil funciones, representadas en incontables páginas que convierten a tu imaginación la protagonista de cada historia.
Buenos Aires es el hogar de uno de los mejores teatros líricos de todos los tiempos. No dejes de visitar el Teatro Colón, un sobreviviente del Siglo XIX que se mantiene inmortal, un viajero en el tiempo que te recibe con su imperiosa escalera de mármol, sus altas columnas y maravillosos techos tallados a mano, imponentes salones, el brillo resplandeciente de sus majestuosos candelabros y un escenario que te hará sentir que estuvo esperando tu visita desde que fue inaugurado. La magia de cada pieza teatral que ha cobrado vida en ese escenario se encuentra aún sentada entre las butacas y aplaudiendo desde los palcos.
Sin embargo, esta ciudad no es solo hermosa por su cultura y su arquitectura, sino además por su gente. Y no me refiero a los porteños guapos únicamente, sino más bien a la amabilidad de los argentinos. Logramos llegar al Jardín Botánico de Palermo, punto imperdible para los amantes de la naturaleza, gracias a la ayuda espontánea de un señor que, al vernos leyendo el Google Maps, se acercó a guiarnos.
Sal a caminar por Puerto Madero. Anda de día y vuelve a ir por la noche, y no dejes de cruzar el puente de la mujer del arquitecto Calatrava.
Ve a disfrutar de un buen café en el bar del Hotel Alvear. Recorre las múltiples galerías de la ciudad, especialmente la Galería Pacífico; un lugar que te hará sentir que estás de compras en un museo.
Pasea por la Avenida Figueroa Alcorta, donde los maravillosos Jacarandas te acompañarán en el camino hacia la famosa Floralis Genérica. Y, por supuesto, no dejes de visitar a Mafalda y sus amigos en el Barrio de San Telmo.
El día del cumpleaños de mi mamá fuimos al Café Tortoni, integrante del grupo de Bares Notables de Buenos Aires, un lugar icónico y patrimonio histórico de la ciudad. Entrar es una experiencia que te lleva más allá de una buena taza de chocolate caliente con churros; el Tortoni es un lugar que se visita para disfrutarlo con todos los sentidos.
En la noche nos esperaba el Señor Tango, un lugar ubicado en las afueras de la ciudad que te cuenta la historia de este baile que mezcla la agonía con la pasión y las transforma en música. Un pasadizo iluminado con faroles de época, imitando las calles de una antigua Buenos Aires, desemboca en un salón maravilloso, donde el folklore argentino se mezcla con extraordinarios talentos. Decenas de mesas redondas, dos pisos de palcos, un bar clásico y murales que representan íconos de la historia musical argentina rodean un escenario redondo y giratorio donde la tradición se vive con magia.
Nos despedimos de Buenos Aires con un sol radiante que iluminaba el cielo y otro que brillaba aún más en nuestro corazón. Le agradecí a esta ciudad por los recuerdos que me había prestado dejándole uno mío: haber sido el lugar que me permitió vivir una experiencia inolvidable, cuyas calles guardarán por siempre los recuerdos del primer viaje que hice con mi mamá.