Mauricio de la Garza
Instagram: maldemar
La primera vez que escuché hablar de Angkor debí de haber tenido unos 10 ó 11 años. Mis papas habían hecho un emocionante viaje por Asia y entre sus destinos se encontraba este lugar mágico y secreto, lejos del caos de la civilización y los turistas, donde los templos y la jungla eran uno mismo.
Al observar las fotos de sus viajes y escuchar sus anécdotas, imaginé un lugar cubierto completamente por selva, donde los rayos del Sol sólo penetraban estratégicamente donde las hojas de gigantescos árboles ancestrales creyeran conveniente. Cerrando mis ojos, escuchaba los sonidos de aquel lugar: la jungla y su reino, el sonido del viento agitando las ramas de los árboles contra los templos, los pasos de los monjes sobre el terciopelo del musgo de las piedras donde pisaban…
Unos 15 años más tarde. 5:00am. En un tuk-tuk a toda velocidad. Listo para ver amanecer en aquel lugar tantas veces soñado.
Al llegar, después de casi haber perdido la vida un par de veces, me encuentro con una larga fila de autobuses y una línea eterna de turistas para entrar. Después de haber pagado 20 dólares americanos (se aceptan dólares) en una edificación con perfecta infraestructura, emprendo mi camino hacia el nacimiento del día en un andador impecablemente restaurado por el gobierno francés, hasta llegar a un majestuoso espejo de agua donde se reflejaba el templo de Angkor Wat y donde el Sol estaba por manifestarse a unos cuantos minutos.
Me instalo, preparo mi cámara, preparo mi playlist y preparo mi persona para aquel instante tan anhelado que estoy por vivir (haciendo un gran esfuerzo por ignorar los andamios de la severa restauración del templo en todo el costado derecho, así como los codazos de mis queridos 400 ó 500 turistas acompañantes queriendo hacer la misma foto que yo).
Inhalo. Exhalo.
(Mis queridos turistas siguen empujando, obviamente sin poder guardar silencio).
En plena temporada de lluvia, es un día perfecto. No hay ni una sola nube en el cielo. Inhalo. Exhalo.
(Empiezan los flashes de mis adorados turistas, sin entender que tal invento sólo abarca 2 metros de distancia).
Inhalo. Exhalo.
Y entonces, amanece.
Angkor. Siem Reap, Cambodia. © Mauricio de la Garza, 2010.
Angkor. Siem Reap, Cambodia. © Mauricio de la Garza, 2010.
Angkor. Siem Reap, Cambodia. © Mauricio de la Garza, 2010.
Evidentemente aquel lugar secreto y remoto con el que tanto había fantaseado no tenía nada qué ver con el lugar que estaba visitando. Ni tampoco su magia.
Hasta ese momento de mi vida nunca había presenciado tal magia.
Angkor. Siem Reap, Cambodia. © Mauricio de la Garza, 2010.
Creo que muchas veces la decepción nace de una realidad derrotada por la expectativa. Sin embargo cuando la realidad supera la expectativa, la vida se convierte en magia pura.
Angkor. Siem Reap, Cambodia. © Mauricio de la Garza, 2010.
Y es entonces cuando miro hacia el cielo, cierro mis ojos, y me grito descontroladamente a mí mismo: ¡ Estoy vivo, estoy vivo, estoy vivo ¡
Viajeros, ¡ a viajar ¡
Nota al viajero: Angkor Watt es un espacio con una invitación innegable a la reflexión y contemplación y creo que todo viajero merece visitarlo aunque sea una vez en la vida. Es altamente recomendable dedicar un tiempo a explorar este sitio en plena solitud. Si vas acompañado, invita a tus compañeros de viaje a emprender cada quien su propio camino por un tiempo y posteriormente compartan sus experiencias.
Los mejores momentos del día para visitar el templo son el amanecer y el atardecer, ya que la luz es increíble y el calor del día es muy pesado.
Los horarios de entrada son de 5:00am a 6:00pm, sin embargo hasta las 7:00pm empiezan a desalojar a los visitantes, así es que de 6:00pm a 7:00pm hay mucho menos gente que en el resto del día.
Angkor. Siem Reap, Cambodia. © Mauricio de la Garza, 2010.
Angkor. Siem Reap, Cambodia. © Mauricio de la Garza, 2010.
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