Por: Mariana Cuadriello
Apenas abordábamos el avión, cuándo mi novio tuvo a bien decirme “ni creas que en este viaje te voy a dar el anillo de compromiso” ZAZ!!! No supe bien qué pensar; nadie se lo había pedido y tampoco tenía mucho sentido enojarme… íbamos rumbo a Tokyo y nos quedaban por delante muchas horas de vuelo juntos. Además, después de mucha planeación, meses de comer atún (sí, soy la del atún) y seguir sin muebles en mi casa, tenía que disfrutar esta aventura al máximo!
Mi planeación incluyó, entre otras cosas, echarme todos los videos de Alan por el Mundo en Japón. De ahí pude sacar ideas de a qué lugares me gustaría ir. Decidimos empezar por Tokyo y luego ir a Kyoto, Nara y Koyasan. Podría hablar miles de maravillas y cosas hermosas sobre cada uno de estos lugares, pero me centraré específicamente en lo que pasó en Koyasan; lugar del que no me hubiera enterado jamás si no es porque había visto los vídeos.
Llegar ahí fue toda una odisea. Corrimos como locos por toda la estación de Kyoto para poder alcanzar el primero de los tres trenes que tuvimos que tomar. El último tramo del viaje fue un teleférico que te lleva finalmente al pueblo.
Decidimos ir ahí porque me atrapó la idea de poder dormir en un templo de monjes budistas; pero lo que encontramos fue mucho más que eso. Koyasan es un pueblo que básicamente se dedica a la vida monástica; es famoso por su cementerio (patrimonio de la humanidad) y por ser el centro religioso de los budistas de la corriente shingón. Todo lo que se ve y respira es budismo.
El templo donde nos hospedamos fue el Ekoin. Llegando, uno de los monjes nos acompañó a nuestra habitación. El piso era un tatami muy grande y tenía una vista preciosa al bosque. Las camas son colchonetas que ponen en el piso mas entrada la noche y las almohadas estaban rellenas de chícharos…curiosamente cómodas.
Salimos a caminar y visitamos el famosísimo cementerio. De verdad toda una belleza. Luego fuimos a un templo (Daishi kyokai) donde vivimos una experiencia maravillosa! Sin saberlo y, como todo lo bueno de esta vida, llegó de manera espontánea. Nos metieron a un cuarto e hicimos la ceremonia del Jukai que básicamente es una iniciación a los preceptos budistas. Oscuro, surrealista, místico y mágico; sólo dos monjes budistas, mi novio y yo.
Visitamos más templos, uno tras otro. En algunos nos daban pláticas budistas (que no entendimos!), pero como iban siempre acompañadas del delicioso té verde y galletas, era todo un placer sentarse ahí y observar.
Regresamos al templo a dormir. Sobre el tatami del cuarto nos esperaba todo un despliegue de comida japonesa vegetariana! (los monjes son vegetarianos) Desde un sashimi falso hasta unos pequeños hot pots individuales! Yo estaba filmando los platillos, cuando mi novio, al otro lado del salón y yo viéndolo a través de la cámara, sacó una pequeña cajita negra y ya se imaginarán lo que me preguntó! Pensé que era broma….pero cuando vi el anillo, no pude dejar de llorar. Sin duda, el mejor momento de mi vida!!
No tardó mucho en aparecer un monje para llevarse las cosas de la cena, y no pude contener la emoción de gritarle “estoy comprometida”!!! . El también se emocionó mucho y corrió a traernos una botella de sake hecha por los propios monjes con arroz cultivado en Koyasan. Ya con el cansancio de tantas emociones y medio atontados por tanto sake; pasamos la mejor noche del mundo en nuestras almohadas de chícharos.
A la mañana siguiente, los monjes del templo nos invitaron a participar en dos ceremonias: la oración del día y la ceremonia del fuego. Ambas volvieron a ser momentos memorables.
Como siempre, sólo puedo pensar que valió la pena comer tanto atún!! No cambio por nada del mundo este viaje de sueño, con el hombre de mi vida. Regresaremos en 10 años porque así lo prometimos; mientras tanto seguimos llenando nuestra vida de emoción, planeando el próximo viaje que nos llevará a vivir nuestros primeros momentos de casados; nuestra luna de miel.
Te amo J.R. mi mejor compañero de viajes, SALUD!
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