Por: Lilián Ramos
Como adultos tenemos recuerdos que no sabemos muy bien desde cuándo están en nuestra memoria. Yo, por ejemplo, no sé desde cuándo tengo el deseo de viajar, sólo sé que desde pequeña, intentaba aprenderme las banderas y capitales de todos los países posibles; soñaba con aprender muchos idiomas y viajar por el mundo. Mis pensamientos a la hora de dormir, o cuando lloraba o viajaba en bus eran: ¿estará alguien haciendo lo mismo que yo del otro lado del mundo?
Crecí con eso en mente, rechacé la tradicional fiesta de xv años para que mis papás ahorraran ese dinero y algún día me ayudaran a pagar mi viaje. El primer viaje sola llegó cuando tenía 23 años y había terminado la carrera. Viajé sola casi 3 meses en Europa visitando a amigos y familiares que tenía en la zona más occidental del viejo continente.
No había terminado ese viaje, cuando yo ya estaba soñando y planeando el segundo: La parte oriental de Europa para llegar a Turquía. Este segundo viaje correría única y exclusivamente por mi cuenta; así que tuve que hacer y dejar de hacer muchas cosas: Aguanté más de un año en un trabajo que no me llenaba y donde me sentía estancada, dejé de comprarme cosas (ropa, zapatos, chacharas) y empecé a vender otras como mi carro, postres, ropa que no usaba.
En algunas ocasiones parecía que mi meta se alejaba, por ejemplo con un accidente automovilístico que tuve o cuando me llegó la oportunidad de un trabajo estable y seguro por el resto de mi vida. Al principio estaba en este trabajo sin un contrato permanente así es que no me pesaba tanto la idea de renunciar. Empecé a hacer mis planes y parecía que todo tomaba forma. Pensaba renunciar a inicios de diciembre ya que mi contrato permanente no había llegado en más de un año de estar trabajando ahí.
Unos días antes de darle la noticia a mi jefe, llegó un papel a la oficina; un papel que cambiaba y complicaba todo: mi contrato permanente que me aseguraba un trabajo por el resto de mis días. Me sentí como alguna vez dijo Mario Benedetti: cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto cambiaron todas las preguntas. Hasta antes de la llegada de ese papel yo ya tenía “todo resuelto” en mi mente pero llegó ese papel y me hizo dudar mucho, me hizo llorar, me hizo preocuparme. En menos de 10 días tuve que decidir qué papel firmar: el contrato o la renuncia. Ya saben cuál firmé.
A pesar de que mucha gente me dijo que hacía mal, que todos darían lo que fuera por un trabajo como el que yo acababa de dejar; yo sabía que mi lugar no era ahí y que tarde o temprano (más temprano que tarde), dejaría ese trabajo.
Con mis ahorros, mis ilusiones, con los contactos de amigos que hice después de casi 3 años hospedando gente con couchsurfing; emprendí mi viaje. Compré un boleto sólo de ida a Europa, calculé que en unos 5 meses estaría de vuelta en Chiapas; pero no fue así. La realidad superó mis planes, mis sueños: mi viaje duró 9 meses y me llevó a lugares que jamás imaginé, que no estaban anotados en la primer lista de lugares que visitaría.
Gracias a couchsurfing tuve la oportunidad de conocer los países y culturas desde otro punto de vista, más íntimo, más local. La gente que conocí viajando así hizo mi viaje inolvidable; hice verdaderos amigos, conocí lugares, música y comida, que de otra forma hubiera sido imposible.
En los primeros 3 meses, recorrí Francia, España y Polonia; después viajé a Marruecos donde hice un voluntariado con niños con capacidades diferentes durante 1 mes.
Volví a Europa visitando Alemania y Hungría. Gracias a workaway pude encontrar la posibilidad de hacer un voluntariado en un campamento de verano en Budapest, así que me quedé en esa hermosa ciudad unas semanas; para después, finalmente, llegar a Los Balcanes, aquella región con la que tanto había soñado: visité Eslovenia, Croacia, Bosnia y Herzegovina, Montenegro, Albania, Macedonia y Serbia. Israel, Turquía y Bulgaria fueron los últimos tres países que visité antes de volver a Hungría, ya que me había enamorado de Budapest y quise rentarme un cuarto y vivir ahí un tiempo. En la costa de Turquía también tuve la oportunidad de hacer un voluntariado en un eco hostal.
Desde que renuncié a mi trabajo, no me he arrepentido ni un solo día. Ese viaje sola me enseñó demasiadas cosas que no pude haber aprendido y vivido sentada en la oficina. Aprendí palabras en otro idioma, pasé el ramadán en un país musulmán, viajé en globo aerostático sobre Cappadocia, me aventé en tirolesa de uno de los puentes más altos de Europa (en Montenegro), subí la duna más alta de Europa (en Francia), estuve en el muro de los lamentos en Jerusalén justo cuando iniciaba el shabbat, pasé mi cumpleaños en la casa de verano de una viejita en Primosten, la costa de Croacia, aprendí lenguaje sordomudo marroquí, me subí a un camello por primera vez, crucé de Europa a África en ferry, entre mil historias más. Mi vida no sería la misma sin ese viaje y sin las personas que conocí durante esos nueve meses.
Yo no sé si eso con lo que sueñas desde pequeño sea viajar; sólo sé que, sea cual sea tu mayor anhelo, puedes lograrlo si luchas por ello sin importar lo que digan los demás.
No se necesita tener millones de pesos para hacer un viaje así; formas de ahorrar hay muchas. Tampoco se necesita ir acompañado (a) para cumplir tu sueño; si nadie quiere o puede acompañarte, anímate a hacerlo sola (o). No hay nada que haga crecer tanto a una persona como lo es estar solo lejos de casa. Vas a darte cuenta que eres mucho más valiente de lo que pensabas y que todavía hay mucha gente buena en el mundo dispuesta a ayudar.
Ver otras banderas, escuchar y ver idiomas desconocidos, usar otra ropa, probar otros platillos, vivir con desconocidos, dormir en el piso, en el aeropuerto, conocer gente nueva cada día, vivir sin una rutina, perderte, hacer feliz a un niño… son cosas que me hacen feliz, que hacen que quiera seguir viajando.
Después de ese viaje renovador de 9 meses, volví a casa; pero no por mucho tiempo; después de 6 meses con mi familia, me fui, primero unas semanas a Cuba y; ahora, desde hace dos días; vivo en Austin, Texas, donde pasaré unos meses trabajando con niños.
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