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Argentina me cambió como viajero

Mi primer viaje largo y sin compañía lo realicé a Argentina en mayo del 2014.

Por: Manu Espinosa

Mi primer viaje largo y sin compañía lo realicé a Argentina en mayo del 2014. Un día, sin pensármelo dos veces, reservé un vuelo a Córdoba donde vivía el único argentino que conocía en ese entonces: Nachito.

Por supuesto que el taxista que me llevó del aeropuerto al departamento de mi amigo me cobró de más, fue la última vez que me dejé estafar de esa manera.

¿Un matecito, boludo? Fue lo primero que me dijo Nachito. ¿Conocés?

¡Pues sí, obvio! (la verdad es que no, mentí solo por convivir)

Cuando vi esa pequeña ánfora de madera tallada, con hierbas verdes sumergidas en agua hirviente, y una bombilla plateada que emergía de las profundidades, como un popote aristocrático, pensé que aquello era una sofisticada pipa de marihuana.

– Tomá, cuidado que la “bombisha” está caliente.

No pronuncié ninguna palabra, en primer lugar porque me quemé los labios, y en segundo lugar porque estaba preocupado. Discretamente, “googlié” mate y descubrí, que aquello era una bebida sudamericana típica, y yo solo estaba haciendo el ridículo por mi monumental ignorancia.

Mate

Así empezó lo que sería toda una aventura argentina de Norte a Sur, y de Sur a Norte.

Me fui de Córdoba a Rosario. Nunca voy a olvidar el día que Pablo, el papá de mi amiga Luz, me invitó a mi primera parrillada Argentina. Pasaron por mí, él y su novia al hostal -usaría este tipo de hospedaje por el resto del viaje- y partiríamos rumbo a su rancho, a las afueras de la ciudad. Pasamos horas inolvidables, tomando vino, comiendo carne y platicando sobre muchos temas, con Joaquín Sabina cantándonos al oído desde una grabadora.

Pablo moriría un par de años después, sin decirle adiós a nadie. Te recuerdo y te quiero amigo, nunca olvidaré tu gentileza y hospitalidad argentinas.

Rosario

De Rosario tomé un autobús a Buenos Aires. Después de varios días en la capital, enamorado de su arquitectura francesa y sus coloridos barrios culturales, tomé un avión hasta la ciudad más austral del mundo: Ushuaia.

Buenos Aires

“¿Sabés que podés tomar un barco que te “sheva” desde el puerto de Ushuaia hasta la Antártida?  Mi cerebro se bloqueó inmediatamente, quizá por el frío antártico, quizá por el fuerte acento gaucho, o quizá por lo irreal que parecía esa exploración. Por cobarde, y por falta de espíritu aventurero, ni siquiera lo intenté.

En Ushuaia pude sentirme como uno de mis ídolos históricos, Charles Darwin, y navegué las mismas aguas que él y su Capitán Fitz Roy en el siglo XIX cuando Tierra de Fuego era conocida como la “Tierra Incógnita”.

Ushuaia

Los bosques, lagos y cielos que vi en ese lugar, siguen siendo, a la par de Islandia, el cuadro natural más hermoso que yo haya visto en mi vida, tanto, que después de muchos años, reviví mi gusto por la poesía y le compuse algunas líneas:

“Hay bosques donde perderse es un reencuentro con uno mismo”.

“Las puntas afiladas de los Andes son como dedos largos que acarician el cielo y lo ruborizan de rosa celeste”.

“Tierra del Fuego es un alternarse de contradicciones, aquí hay más agua que tierra, y hay más hielo que fuego”.

Tierra del Fuego

Después volé al Calafate. Aquí conocí a una de mis mejores amigas hasta el día de hoy, Claudia, con quien compartiría el resto del viaje y donde comencé a entender el poder de los hostales, para hacer amigos nuevos de todo el mundo. A Claudia la volvería a ver en Londres, un año más tarde.

Recuerdo claramente la Laguna Nímez repleta de hermosos Flamingos, y por supuesto el Parque Nacional de los Glaciares con su poderoso guardián, el Perito Moreno.

El Calafate

Después del Calafate tomé un autobús con dirección al norte, y es quizá el viaje consecutivo en dos ruedas más largo de mi historia: 27 horas. Bariloche compensaría el maratónico peregrinaje con una noche estrellada y un chocolate caliente, de la colonia suiza. Sus lagos azules y sus cerros escarpados son una postal que guardo, con solemnidad, en el corazón.

Bariloche

De Bariloche me escapé a Mendoza (17 horas de camino), donde los recuerdos son tan turbios por todo el vino que consumí en esos días, y terminaría en Salta, al sur del país, visitando la árida ciudad y sus alrededores: las salinas grandes en la frontera con la provincia de Jujuy, y el Cerro de los 7 Colores, en la ancha Quebrada de Purmamarca.

Mendoza

Salta

Mi última parada argentina fue en Iguazú, donde disponía de solo día y medio antes de cruzar la frontera para proseguir mi aventura a Brasil, y al Mundial de Fútbol. La previsión del tiempo era tormenta eléctrica, así que me forré de plástico y me dirigí, sin miedo, a ese lugar espectacular. La lluvia era tremenda, tanto que llegué a pensar que caía más agua del cielo, que de las cataratas mismas. Nada, ni el desastre natural, pudo evitar que llorara al ver semejante espectáculo, y por supuesto que como en escena de película romántica, las lágrimas se confundieron con las gotas de lluvia.

Ahora que veo las fotos de Alan me da nostalgia no haberme quedado más tiempo.

Iguazú

Esta viaje por Argentina me marcó mucho como viajero. Aprendí a disfrutar de mi soledad y del silencio, a planear con cautela mis pasos, pero también a ser atrabancado y tomar decisiones con el alma. Aprendí a quedarme en hostales y a hacer amigos en todas partes: Nachito argentino, Claudia colombiana, Leandro Brasileño -que después me hospedaría en Sao Paulo- y Natalia -peruana que conocí en Francia y me abrió las puestas de su casa en Buenos Aires.

Muchos detalles del viaje se me han escapado de la memoria, porque en esa fecha, no escribía tanto, ni tomaba tantas fotos. Sin embargo, cuando pienso en este país que me dio tanto, sonrío y me dan escalofríos de los buenos.

Al final, la mejor manera que encontré para agradecerle, fue escribir un poema que expresara fielmente mis sentimientos hacia ella, hacia Argentina, y la denominé “La receta argentina para el buen vivir”:

Deshazte de tus nostalgias en las ferias de antigüedades los domingos, y véndeselas al que mejor te las pague. Sé infantil como Mafalda, atrevido como Maradona, y mágico como Cortázar. Arráncale la pollera a la vida, y házla tuya… date siempre abundante como catarata, pero reserva el mejor málbec para los queridos. Embriágate de birra, trapiche y noches de tango, y comparte la tristeza bailando con un desconocido. Devora súbito las oportunidades en su jugo, pero las decisiones más importantes bien cocidas. Sé pasional en la vida como en el estadio, estoico en tus convicciones como los Andes, y sereno, como el hielo glaciar Perito Moreno. Dale un beso dulce de alfajor a los que más quieres, hombres y mujeres. No confundas la soberbia con la confianza, opina sobre todo, y vos dale voz al otro, comparte, como en una tarde de tomar mate… Guarda tus secretos celosamente como una “trava” su cocaína, entre las tetas o debajo de la peluca, pero no los vendas nunca, mas que a la gente que de verdad te ama. Manténte atento de tus enemigos con un café doble, y combate su amargura con una sonrisa de pan de media luna… Finalmente, ante la duda y la incertidumbre, escoge siempre la empanada de carne frita o sino nada, pues la empanada de carne calentada al horno, dicen, no es empanada.