Por: Lizeth Cuéllar Salgado
Como toda historia, todo comenzó un diciembre de 2024, por ahí, durante mi receso en la cabina de mi trabajo, en el crucero. Empecé a pensar en mi cumpleaños número 44. Llevo ya casi nueve años a bordo, y no es tan sencillo tener amistades duraderas en tierra. Además, la vida a bordo es muy rápida y tampoco facilita tener relaciones profundas. No me quejo, amo mi trabajo y las oportunidades que me brinda, como poder costear estos viajes, pero esa es otra historia.
Los últimos años no he tenido muy buenas experiencias en mis cumpleaños, y aun así, por alguna razón, los amo. Tengo la firme creencia de que cada año cumplido nos hace más sabios, y que representa un año más de vivencias y aprendizajes. Así que me pregunté: ¿Qué haré? Como tendría vacaciones en esa fecha, la respuesta fue clara: lo que más amo hacer, viajar.
Elegir destino no fue nada fácil. Todo comenzó con Uyuni, el salar. Amo todos los continentes —solo me falta visitar Oceanía y la Antártida—, pero creo que América es mi gente, mis raíces, mi idioma. Como dice el dicho, me dejé llevar, e incluso terminé en lugares como Tiwanaku, en Bolivia, y Colonia, en Uruguay. ¡Eso ni siquiera lo tenía planeado, y sucedió! Así que la ruta fue Perú, Bolivia, Argentina… y me siento muy orgullosa porque todo lo organicé yo.
Tomé mi primer vuelo un día antes para pasar mi cumpleaños, exactamente ese día, en una maravilla del mundo.
Mi primer día en Machu Picchu, que coincidía con mi cumpleaños número 44, comenzó con lluvia. Incluso perdí a mi guía cuando bajé del tren, nunca la encontré, y me dio miedo perder el horario de entrada a la ciudadela. La primera vez que fui no era tan controlado el acceso, así que tomé el autobús hacia la maravilla y me propuse que la lluvia no arruinaría mi día.
Al final, todo salió bien. Pasé mi cumpleaños —por segunda vez— en una maravilla del mundo. Dicen que volvemos a los lugares donde fuimos felices, y la primera vez que estuve en Perú me divertí muchísimo. De ahí tomé vuelo para viajar sola a otros países. Ese día aprendí a disfrutar la lluvia y a tener una buena actitud. Era el inicio de un viaje de casi cuatro semanas. Hay que seguir y darle con todo. Las cosas se ponen buenas cuando fluyes, respiras y aprendes.
Llegué al lago Titicaca y, claro, llovió también. Visitamos primero Taquile y luego las islas flotantes de los Uros. Cuando nos explicaron la vida de esa comunidad, comprendí que no es nada fácil. Incluso el guía nos comentó que en algunos años podría desaparecer ese estilo de vida, ya que las nuevas generaciones han optado por quedarse en la ciudad.
Al llegar a Bolivia, específicamente a La Paz, mi hotel estaba bien ubicado, a unas tres calles de la calle de las Brujas. Caminé y encontré un café lindo. Esa calle está llena de brillo, colores, pinturas, locales y sombrillas. Todo me recibió muy bien. Más que bien. Nunca imaginé que ese país fuera tan bonito. Superó todas mis expectativas.
¿Qué les digo? Una semana intensa, despertando temprano para comenzar jornadas a las 6:30 o 7:00 de la mañana en una camioneta 4×4, junto con mi guía y otros viajeros de todo el mundo.
Los paisajes eran increíbles. Y la experiencia mejoró cuando llegamos al salar: tuve guía solo para mí. Aunque viajábamos en grupo, él me ayudó a tomar fotos y tuvimos lindas conversaciones sobre cultura y formas de ver la vida. El grupo era joven, con muchas ganas de explorar, de brincar en los desiertos y montañas de Bolivia.
Practiqué mi inglés con todos, e incluso los ayudé a conectarse a internet o a tomar fotos. Al final, trabajo en atención al cliente; está en mi naturaleza. Esa semana fue puro turismo receptivo, y fue intensa. Gracias a mi buen cardio diario, lo logré. Todo se relaciona: mis madrugadas en tierra y en altamar han sido clave en mis viajes. Gracias a eso pude brincar en el salar más grande del mundo y caminar por el desierto de Dalí.
Llegué a Buenos Aires por segunda vez. Era domingo y llegué a buena hora. Me fui directo a la feria de San Telmo. Me divertí y vi que era enorme. Comí en el mercado una buena chistorra y una copa de vino tinto. Luego, definitivamente, llegué a Ushuaia: el fin del mundo. Era un día hermoso, con el sol besando mi cara y dándome la bienvenida.
Cuando llegué al Perito Moreno ya llevaba casi tres semanas viajando y con miles de memorias en el corazón. Descubrí que el corazón se puede estrujar tan fuerte que el alma quiere explotar. Aprendí tanto… era como si el universo me hablara y repasara conmigo tantas vivencias. Cada vez que intentaba tomar una foto o video, mis ojos se llenaban de lágrimas. Pero de felicidad. Y, por alguna razón, olvidé mis lentes en el hotel. Creo que todo pasa por algo. Definitivamente hay cosas que debemos ver, sentir y disfrutar sin obstáculos. No podía creer lo que veían mis ojos. Me sentí tan orgullosa de haber hecho el mini-trekking junto al guía, que incluso una familia de viajeros coreanos me dijo: “Usted es una mujer muy fuerte, la admiramos”.
Como cereza del pastel, me animé a ir a Uruguay en un viaje de ida y vuelta. Al final, lo llamé mi cumpleaños “cuatro por cuatro”: cuatro países. Visité cuatro países: regresé a dos que ya conocía y conocí dos nuevos, que me trataron con magia y calidez. En este viaje, una persona muy especial me explicó que 4 + 4 es 8, y que el número ocho es símbolo del infinito, porque su línea no tiene principio ni fin. Me encantó, porque me hizo pensar que aprender a través de los viajes será infinito. Y eso me llena el corazón y el alma.
El punto es que todo depende de la actitud con que enfrentemos las circunstancias. Todo pasa por una razón, y el camino hay que disfrutarlo paso a paso, respiro a respiro, reto tras reto. Después de este viaje, solo puedo decirles: espérense… y síganle, que se va a poner bueno.
Cuando estaba en mi último vuelo, de regreso a México, volví a llorar, pero de agradecimiento por todo lo vivido. Entendí de verdad la frase “disfrutar el camino”. Volver a Perú, llegar a Bolivia con su cálido trato, y regresar a Argentina para ir al fin del mundo… Pero no fue solo eso. Fueron todas las situaciones que me recordaron que venimos a este mundo a vivir, y que nunca debemos perder la capacidad de asombrarnos.
Cuando concluí este viaje, supe que la vida nos da estos regalos divinos. De hecho, pienso en esos momentos y es como si mi corazón brillara de felicidad. Definitivamente, la vida es para vivirse. Aquí no hay nada que llevarse. Permítete tener experiencias, cometer errores, escuchar y respetar.
Como dice la canción de *Siete veces adiós*: “¿Cuántos amores de mi vida caben en una sola vida?”. Así me siento con cada lugar de este hermoso mundo. Todos ya son el amor de mi vida. Y, al momento, ya llevo más de 80 países. Así que sí, muchos amores ya habitan en cada célula de esta Mexicanita.
Disfruta el camino y nunca pierdas tu buena actitud. Mi viaje, al comienzo, fue duro, pero al final de eso se trata: de aprender y salir de nuestra zona de confort. Definitivamente, también se trata de ser más tolerantes y pacientes. Viajo desde los 18 años, y estoy convencida de que los viajes son la mejor educación que podemos tener. Todo sucede por una razón. Agradece… y disfruta.
El mejor cumpleaños. Por siempre.
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