Por: Gabriel Yazán
No es que esté orgulloso de ser fumador, ni de lejos, ni tampoco es que incentive su uso, pero un cigarrillo me salvó de un gran contratiempo en la capital de Alemania, es que reconozcámoslo, el cigarrillo también es un lubricante social y eso, en un viaje, puede ser de vital ayuda, como me sucedió a mí.
Hace un poquito más de 10 años, después de tantas invitaciones de decenas de amigos europeos que vivieron en mi casa en la ciudad de Manta-Ecuador entre 1999 y 2009, decidí que el 2010 era el año que sí o sí, debía cruzar el charco y conocer la vieja, pero seductora Europa, y claro, una razón de mucho peso para el viaje, fue la boda de un amigo guayaquileño con su novia finlandesa quienes vivieron años antes su noviazgo en Ecuador y ahora me invitaban a su boda, en Helsinki.
Mis preparativos no fueron tan simples, debía cotejar mis tiempos con los de mis amigos europeos y ecuatorianos residentes en Europa para que pudieran disponer de tiempo y disfrutar con ellos de los encantos de las ciudades europeas. Mi ingreso a Europa lo hice por Amsterdam, luego pasé a Berlín, Karlsruhe, Heidelberg, Colonia, después viajé a Estocolmo, pasé entonces a Helsinki a la boda, visité en Estonia, Tallin y Tartu, regresé a Helsinki y de ahí tomé un vuelo a Berlín y de vuelta allí es donde ocurrió lo del cigarrillo.
De los 45 días programados para mi gira europea, ya había viajado durante cerca de 20 días en ciudades con idiomas distintos, y días explorando sólo en algunas ciudades (mis amigos se daban modos para acompañarme en muchas de mis visitas, pero en otros casos, me daban las indicaciones del caso, y me dejaban que “endure” que explore y descubra el mundo por mi mismo), mi inglés medio también me permitió comunicarme aquí y allá, entonces, yo me sentí Marco Polo, jeje, canchero, sobrado explorador, me dije, Yo no me pierdo pa’ nada!!
Y sucede que mi amiga que me iba a dar posada de nuevo en Berlín, ya no me iba a esperar nuevamente en el Hauptbahnhof (Estación central de trenes), sino que -como ya me había mostrado bien la ciudad días antes- ella tenía la seguridad que con solo saber qué ruta y sentido de autobús tomar y en qué parada bajarme, era suficiente para que llegara a su casa, y claro eso no era cosa del otro mundo, pero el problema fue que, esa ruta y la parada, las había anotado en una tarjeta que llevaba en mi billetera, y cuando salí del Hauptbahnhof listo y dispuesto a tomar el bus, abro mi billetera y -nanay cucas- no hallé la dichosa tarjeta.
Bien, la situación era silvestremente sencilla, el número celular de mi amiga lo tenía guardado en mi celular (que no tenía roaming ni saldo europeo), lo único que había que hacer era conseguir un teléfono público, poner una moneda y marcar el número (En Europa no existen cyber cafés con cabinas telefónicas, como es usual en latinoamérica); pasando al frente del Hauptbahnhof, había una plazoleta con una hilera de al menos 10 teléfonos públicos, descolgué uno, marqué, y del otro lado me contestaba una grabación en alemán que no entendí ni jota, fui a otro aparato, lo mismo, y al siguiente, lo mismo. Entonces empecé a preguntar en inglés a los transeúntes si me podían ayudar a marcar, y la mayoría de ellos me contestó que no sabía, me quedó la duda si realmente no sabían, o si simplemente, no me quisieron ayudar.
Eran las 8 de la tarde (digo “tarde” porque como estábamos a más de la mitad de la primavera, la luz del sol alumbraba como si fueran las 4 de la tarde), entonces, respiré hondo y me dije “Gabriel, tranquilo, tienes aún como dos horas de luz, no te preocupes”; no sé qué tenía el Hauptbahnhof, que dejé la placita donde las cabinas telefónicas y me crucé de nuevo hacia su ingreso principal y creí que era un buen momento para fumarme un cigarrillo, relajarme y pensar las cosas con calma. No había alcanzado a pegarme las tres pitadas de mi cigarro, cuando un chico, de entre 20 y 23 años, en perfecto español me dice “¿me puedes regalar un cigarrillo?”. En mi mente me repetía “¿oíste bien?” “¿es en serio?” estoy en Berlín y ¿me están hablando en español?, y le dije al chico: ¿perdón? ¿me repites de nuevo? y él repitió “¿me puedes regalar un cigarrillo?”, entonces, sacando mi cajetilla, le dije “con gusto” y le ofrecí el cigarrillo y luego la flama, entonces le pregunté si era latino, y me dijo que no que era rumano, pero que un par de primas de él eran casadas con ecuatorianos y que con ellos había aprendido español ¡vaya coincidencia, gracias a esos compatriotas ¡éste chico rumano hablaba perfecto español! entonces le comenté mi problema con las cabinas telefónicas y me dijo que con gusto me ayudaba, cruzamos la calle, me pidió el número, y antes de marcarlo él antepuso el “cero” y la llamada conectó correctamente, mi amiga me contestó, me dio las indicaciones del caso y solucionado el lío. El chico rumano se me reía preguntándome si había yo antes marcado el “cero” y claro, no lo hice porque no lo sabía y le comenté que minutos antes nadie me había ayudado, él me contestó que suponía que como la gran mayoría de alemanes ya tenía equipos celulares con planes post-pago, las cabinas telefónicas empezaban a caer en desuso y muy seguramente la mayoría ya no sabían cómo usarlas, pero él, como inmigrante en Alemania, tenía celular en pre-pago, y cuando se quedaba sin saldo, usaba con regularidad las cabinas.
Conversamos amenamente por unos cuántos minutos más, le pregunté por qué me había hablado directamente en español y claro, el color canela de mi piel delata a leguas mi pinta latinoamericana, jejeje. Mientras charlábamos, fumamos otro cigarrillo cada uno, y al despedirnos le regalé un par de cigarros más como agradecimiento, es que, definitivamente -al menos ese día- el rumano hispanoparlante, me había salvado la vida, y todo, ¡gracias a un cigarrillo!!
Pasé muchas cosas bonitas en Berlín, pero esa anécdota es la que más recuerdo.