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Mis tres lugares favoritos en Cancún

La semana pasada fui a Cancún y a mi regreso, me pareció oportuno compartirles mis 3 lugares favoritos durante la breve visita al Caribe: Xcaret, Playa Delfines e Isla Blanca.

La semana pasada fui a Cancún y a mi regreso, me pareció oportuno compartirles mis 3 lugares favoritos durante la breve visita al Caribe: Xcaret, Playa Delfines e Isla Blanca.

El plan original del viaje a Cancún era correr un medio maratón dominical. Pero cuando le platiqué  a mi madre del maravilloso destino, decidimos irnos por más días.

– A Cancún solo fui una vez cuando era niña. Confesó mi mamá.

– ¿De verdad Patricia? Creo que en ese entonces las guacamayas no estaban (ni los dinosaurios) en peligro de extinción.

Llegamos al aeropuerto muy temprano (mi madre es más preocupona que yo cuando se trata de asuntos de puntualidad aeroportuaria).

La nueva zona de Volaris para vuelos nacionales está increíble, porque tú mismo haces el check-in en las computadoras, imprimes tus boletos -hasta las etiquetas de tus maletas- y solo vas y las depositas en un carrusel donde una señorita muy elegante te recibe las petacas (en el buen sentido de la palabra).

Abordamos a tiempo y emprendimos el vuelo: mi sacrosanta madre, mi primo instagrammer y yo. Dos horas después aterrizamos en el Aeropuerto de la Ciudad de Cancún (el reloj marcaba una hora adelante del horario del centro de México) y después de retirar las maletas nos dirigimos a recoger el auto que habíamos rentado para movilizarnos en la ciudad. Recomiendo reservar su auto con anticipación y por internet; a nosotros, por ejemplo, nos hicieron un descomunal descuento del 60 por ciento.

Llegada al Hotel

Media hora de camino al que sería nuestro refugio durante los próximos días y noches: el Hotel Real Inn. Ubicado a orillas de la Laguna Nichupté, era el lugar perfecto para nosotros: cercano a las playas, a los centros comerciales y a los bares, y zonas de entretenimiento nocturno.

– Yo me compré un vestido para irnos de fiesta. Me dijo mi madre entusiasmada.

– Ay mamá, ya te vi trepada bailando en alguna Mesa del Coco Bongo.

Ya era de noche, así que dejamos las maletas en la habitación y nos dispusimos a cenar en el restaurante del hotel, a un costado del muelle de madera, cubierto por una palapa enorme de corteza. Y después, a dormir temprano.

Al día siguiente, mi madre no me despertó y se fue a correr sin mí a lo largo del manglar sobre la ciclovía.

– Ten cuidado con los cocodrilos. Le advertí la noche anterior.

– No te hagas el chistosito.

Después de un baño, nos fuimos a desayunar juntos al buffet, y al terminar, partimos de inmediato en nuestro auto compacto a Xcaret. Mi primo Arturo solo nos dejó en la entrada para luego dirigirse a Punta Allen a tomar fotografías.

  1. Xcaret

Estuvimos todo el día en este parque natural realizando las diferentes actividades que incluye la entrada general. Como casi todo implica mojarse parcial o totalmente es recomendable dejar el dinero y los dispositivos electrónicos resguardados en el locker.

– ¿No voy a poder tomar fotos, ni snaps, ni nada? Le pregunté a forma de reclamo al encargado.

– Vendemos esta funda impermeable para smartphone que…

– Deme una. Lo interrumpí, mientras se la arrebataba violentamente de las manos.

Primero nadamos por un río subterráneo, pasando por cavernas y tragaluces naturales, que nos fue a sacar del otro lado del parque. Caminamos hasta las piscinas de los delfines y preguntamos sobre la oportunidad de nadar con ellos, pero eso implicaba más de mil pesos extra por persona, y entonces desistimos.

De ahí, pasamos por nuestro equipo de esnórquel y una vez convertidos en un par de anfibios, nos metimos a nadar en una pequeña península rocosa, rodeados de iguanas “godzillianas”, gaviotas y pelícanos.

La entrada incluye buffet así que después de la exploración submarina, comimos en uno de los múltiples restaurantes de Xcaret. Recuerden que cuando es “all you can eat” la casa debe de perder. Entradas, platos fuertes, postres, todo deliciosamente ilimitado.

Comenzó a llover y bajó un poco la temperatura, así que abortamos todas las actividades acuáticas y nos concentramos en dar un paseo completo por el parque durante un par de horas  (ya con mi cámara fotográfica en las manos): los flamencos, el acuario, los tiburones gato, el estanque de las tortugas marinas, los manatíes, los pumas y jaguares, el pueblo maya, el cementerio y la capilla, el aviario (mi favorito) y el santuario de mariposas.

– Apurémonos que ya va a empezar el “chow”.

– Show mamá, show…

– ¿Cómo, y yo que dije?

El show de gala comienza a las 7 en punto, y es un recorrido cronológico de la historia de México, desde la época prehispánica y el juego de pelota, pasando por la conquista y la caída de Tenochtitlán, la evangelización católica (innecesario), hasta la revolución mexicana, y los bailes folclóricos, tradicionales y contemporáneos de los estados más representativos del país: Michoacán, Veracruz, Jalisco, etc. Cuando bailaron el son jarocho me cautivaron hasta las lágrimas, supongo que para mis paisanos y para los extranjeros debe ser un espectáculo fantástico y que vale mucho la pena presenciar.

Arturo pasó por nosotros a las 9 de la noche y tras una hora de camino de regreso al hotel y una rica cena, nos fuimos a descansar.

  1. Playa Delfines

A la mañana siguiente lentes obscuros, chanclita pata de gallo, toalla larga y traje sexy de baño. Nos fuimos los tres a Playa Delfines a pocos kilómetros del hotel. Es fácilmente reconocible porque hay una escrita con letras gigantes sobre un mirador que lee CANCÚN.

Mi madre por supuesto, nos obligó, casi al borde de los golpes a encremarnos por completo con bloqueador solar para no padecer más tarde de quemaduras severas, mientras ella se embalsamaba con bronceador, de ese aceitoso a base de esencia de zanahoria, con el objetivo fundamental de ennegrecerse lo más posible. ¿Término? Bien cocida, por favor.

La playa estaba casi vacía, a excepción de unos pocos turistas, blancos como fantasmas, que deambulaban sobre la arena, y un grupo de gaviotas despistadas que esperaban ser alimentadas por los visitantes de esta playa.

Los tonos verde azules del mar son espectaculares, es inevitable quedar hipnotizado por el suave vaivén de las olas, y luego correr y sumergirte en ese paraíso de espuma y color. El agua helada, parecía más ártica que caribeña, pero eso no impidió que los tres nadáramos un buen rato.

Después de sacudir la arena de nuestras toallas y enjuagarnos los pies en unos grifos públicos, volvimos al hotel a tomar un baño e irnos a comer. En el restaurante, unos Clamatos con cerveza y pasta con mariscos (mis ravioles rellenos de cangrejo estaban exquisitos).

En el restaurante nos alcanzaron tres amigos instagrammers Sam, Axel y Fernando (les recomiendo mucho sus perfiles).

– Bueno, ya pidan la cuenta que los llevaremos a un lugar inolvidable.

  1. Isla Blanca

Un secreto muy bien guardado entre los cancunenses y por supuesto entre los turistas, Isla Blanca es un pedazo de playa que divide sutilmente el mar de la laguna.

Antes de llegar a este magnífico lugar, tuvimos un pequeño imprevisto. Un agente de tránsito nos detuvo por exceso de velocidad.

– Iba usted muy rápido. Se dirigió a Arturo que conducía.

– Iba a 65 km/hora. ¿Cómo puede ser eso rápido?

– Bueno (carraspeó la garganta) El límite es 60. Sus documentos por favor.

Al final no pasó nada, cuando le dije que mi madre nos estaba acompañando, que era su primera vez en Cancún, y una serie de pretextos emocionales que terminaron por ablandarle el corazón y dejarnos ir sin represalias.

El lado de la laguna estaba inhóspito, a excepción de algunas aves, cangrejos gigantes y mantarrayas bebé que se veían a través de la superficie cristalina. Con apenas unos 15 cm de profundidad, andar descalzos era como caminar sobre un espejo celeste, con cientos de algas delicadas como nubes que te hacen cosquillas en los pies. El nivel del agua se mantiene bajo por una extensa área, por lo que puedes adentrarte caminando muchos metros a la deriva.

Acordamos permanecer ahí hasta el atardecer. Sam nos había dicho que el cielo se pintaba de colores extraordinarios y que era un espectáculo natural imperdible. Sin embargo, el tiempo climatológico no fue solidario, y unos nubarrones que anunciaban la lluvia inminente, nos ofrecieron en cambio tan solo una simple puesta de sol, casi imperceptible, entre tonos grises y azules.

Fue entonces que decidimos escapar por unanimidad, porque los mosquitos atacan después de las 6pm.

Ya en la noche, le intercambié a mi madre el tan turístico Coco Bongo, por una noche en algún lugar más local. Nos recomendaron el Bar Amarula, y llegamos alrededor de las 10 pm. Buena música estilo chill-out que después se transforma en algo más disco y retro, cócteles de ginebra con mango, y chelas frías. Alrededor de la una, pagamos la cuenta y volvimos al hotel a descansar de una larguísima jornada.

Sábado en el Hotel y Domingo de Carrera

El sábado llovería casi todo el día, por lo que pasamos la mayor parte de la jornada refugiados en el hotel. Salimos solo a recoger los kits para la carrera del Domingo, y a comer con algunos familiares que recientemente se mudaron a Cancún.

– Si eres residente, te hacen 50% de descuento en muchos lugares. Nos dijo emocionado el Tío Mele.

Finalmente el domingo sería la carrera (si quieren saber cómo nos fue los invito a leer la crónica del medio maratón por el día internacional de la mujer en therunningalmanac.com).

Después de la competencia, desayunamos por última vez en el Real Inn, nos duchamos velozmente y después del check-out partimos al aeropuerto. Primero entregamos el coche y luego documentamos nuestras maletas.

El viaje de regreso con Volaris no tuvo ningún contratiempo, a excepción del bebé llorón a bordo que no nos dejó dormir a ninguno de los tres, pero bueno, creo que eso no está en manos de la aerolínea.

– Estuvo súper bien el vuelo ¿no primo?

– Si, ni de pedo vuelvo a volar con Viva.