Por: Francisco Pérez
Soy estudiante de medicina y en las últimas vacaciones de verano realicé mi primer viaje, el viaje que marcó mi vida por completo, fue mi primer viaje a solas, a unos cuantos kilómetros de aquí, Rio de Janeiro, Brasil.
Mis padres me prometieron un viaje dependiendo del empeño que yo le pusiera a mis estudios, y pues sí, que mejor manera de motivar a una mente joven con espíritu viajero. La verdad, por un momento no les creí, pero después pensé que si le echaba todos los kilos tal vez podría recordarles lo prometido. Pues así fue, estudié como nunca con tal de conseguir mi meta, y lo logré. Con mis calificaciones en mano y mis padres orgullosos empezamos a planear. Después de buscar los mejores precios y tener todo listo mi aventura comenzó.
Estaba tan emocionado, no lo podía creer, mi primer viaje a solas, mi primer viaje fuera de la República Mexicana, tomé un camión el día 11 de Julio del 2015 con ruta de Celaya a Querétaro y después una ruta más hacia el aeropuerto de la Ciudad de México. Mi avión salía a las seis de la mañana, yo estaba en el aeropuerto desde las 10:00 pm del día anterior, era tanta la emoción que se me pasó el tiempo volando.
En un santiamén ya estaba abordando mi avión con ese sentimiento que no puedes describir, me temblaban las piernas, sudaba frío, no dejaba de pensar que los siguientes 15 días iban a ser los mejores de mi vida. No les voy a mentir, el viaje a mi destino se me hizo eterno.
Cuando llegué al aeropuerto de Rio era de noche y tenía mi transporte al hotel, salí con toda la calma del mundo y ahí estaba una señora con un pequeño cartel con mi nombre, ella se llamaba Claudia, en mi camino al hotel me platicó de Rio, un poco de todo. Llegamos al hotel, hice el “check in”, me despedí, me di un baño y a dormir.
Por la mañana decidí hacer la cosa más simbólica de Rio, ir a visitar el Cristo Redentor, de mi hotel quedaba cerca la taquilla de los boletos, así que fue fácil comprarlos, subí a la minivan y emprendimos el viaje. Yo me quedé sorprendido con la manera de manejar del conductor, tan hábil en esas curvas tan pronunciadas, en verdad era sorprendente, al llegar, primero di las gracias por estar sano y salvo, después subí unas escaleras y ahí estaba, el grandísimo, imponente y hermoso guardián de Rio de Janeiro, el impresionante Cristo Redentor.
Es en ese momento en el que te das cuenta por qué este monumento es tan importante para los brasileños, demostrando la pureza y la creencia hacia Dios. La vista es impresionante, es como tener un mapa con visión panorámica, puedes observar todo desde las montañas hasta el Maracaná, el Pan de Azúcar y por supuesto, la hermosa playa de Copacabana.
En verdad que esta imagen no la puedo sacar de mi cabeza, nunca había visto un mirador tan impresionante, lo juro.
Después fui a recorrer la playa de Copacabana, esa playa de la que tanto hablan, y motivos tienen, caminar sobre ese malecón tan peculiar, voltear para un lado y poder observar lo que tanto dicen en la tele, esos cuerpos tan esculturales que no te hacen sentir muy bien, es ahí que te arrepientes de haber comido tanto, yo quedé maravillado, tanto que decidí quedarme hasta el atardecer.
Ese atardecer me provocó un poco de melancolía, me hizo recordar a mi papá, mi gran cazador de atardeceres, ese que por más mínimo que sea le encuentra lo hermoso a cualquier cosa, como lo quiero en verdad.
Este viaje realmente me cambió, ahora veo las cosas de otra manera, me he dado cuenta que no se tiene que viajar tan lejos para encontrar cosas maravillosas, solo la emoción y el primer día del viaje, no porque lo demás del viaje no me haya gustado, sino porque creo que esto es lo más importante.
Si algún día puedes viajar solo, recuerda que es salir de tu zona de confort, debes acoplarte a las cosas, pero aprendes a disfrutar al máximo tu propia compañía.
Rio de Janeiro en verdad te amé, y te doy las gracias por haber sido y ser uno de los recuerdos más hermosos que tengo, ¡Gracias!