En la primera parte de este artículo narré los primeros tres días en Barcelona, y al parecer por una fortuita cuestión logística dejamos lo mejor para los últimos dos días.
Desayuno buffet en el hotel. Ahora comí más fruta con yogurt que pancakes con mermelada; los escrúpulos dietéticos comenzaban a molestarme un poco. Caminamos nuevamente por las ramblas con dirección a Plaça Catalunya, y viramos a la izquierda en el Carrer de Bonsuccés.
Nos dirigíamos al Museu d’Art Contemporani de Barcelona (MACBA), Arturo significativamente más emocionado que yo. Para ser honesto nunca he tragado bien el arte contemporáneo, será que no lo entiendo porque es difícil hacer comparaciones fidedignas con la naturaleza pura como con el clásico griego o con el impresionismo francés. Pero el Museo de Arte Contemporáneo además de su estructura arquitectónica de líneas rectas perfectas, y blancos absolutos, tiene una curaduría actual muy de izquierda con exposiciones de narrativa proletaria, de sexo impúdico, de arte y lingüística socialista.
– Arturo te puedes hacer el muertito en esa escalera. Gracias.
En la parte frontal del Museo hay una explanada donde practican acrobacias los skaters en sus patinetas, y a unos metros de ahí se encuentra un mural del artista pop norteamericano Keith Haring, uno de mis favoritos. Es paradójico que la escrita del mural hace un llamado a luchar contra el VIH, y Keith moriría años después como consecuencia de esta terrible enfermedad.
Caminamos unas cuadras para encontrarnos con una amiga de México @lavicvic, quien antes de ir a Valencia a trabajar pasó a Barcelona para visitar unos amigos.
– ¿No tienen hambre?
– Sí, muero, vamos a comer algo ya.
Decidimos entonces ir a uno de los lugares más tradicionales de Barcelona, el Mercado Boqueria. Dimos una vuelta, algo trabajosa, entre la marabunta de hombres y mujeres hormiga que acudieron al mercado a comprar víveres: frutas, verduras, embutidos. Entonces nos detuvimos frente a un pequeño local de tapas de queso y chistorra; hipnotizado por el aroma, una manita de humo como esas de las caricaturas me jalaba cada vez más cerca del plato.
– Mejor vamos a otra parte, aquí está carísimo.
Caminamos con dirección al Raval, y a un costado de la muralla romana encontramos una pequeña placita para comer: Plaça dels Traginers. Al terminar decidimos aventarnos a pie el maratoniano camino hasta La Torre Agbar primero hacia el norte por Via Laietana y luego al este por la gran Via de les Corts Catalanes.
En esa zona de la ciudad, además de la imponente Torre Agbar que es como un pepino arquitectónico gigante, se encuentra el Teatro Nacional de Catalunya y el Museu del Disseny de Barcelona, el cual estaba cerrado, por ser lunes. Caminar por esta zona es muy agradable porque hay explanadas muy grandes y minimalistas, además de amplios espacios verdes para tirarse en el pasto a tomar el sol.
Regresamos al Hotel, y esa noche mi amigo Xavi Sobrón me invitó a una cata de vinos a Diví, una winehouse local. Acudí al encuentro donde nos dieron a probar vino rosé, blanco y tinto de la Región del Penedés. No pude evitar, al final de la sesión, comprarme un Clar Xarel-lo, un Faust tinto de crianza y una botella de Cava orgánico.
– “No puedes comprar la felicidad, pero sí un buen vino y compartirlo, que es lo mismo”.
Finalmente cenamos en Artesans, en el Barrio del Born. Una cena de varios tiempos colma de cosas deliciosas; sin embargo lo que no puedo sacarme de la cabeza y de la memoria gustosa es el pulpo con queso.
Despertamos el Martes por la mañana, último día en Barcelona y aún teníamos que visitar los edificios Gaudianos: Casa Battló, Casa Milà y la Sagrada Familia. Recomiendo comprar sus boletos en línea, así se ahorrarán las filas eternas en la taquilla para acceder a los inmuebles.
Casa Battló. La fachada es un arrecife de coral de múltiples colores, biodinámico, pleno de criaturas marinas con balcones que emulan huesos de monstruos prehistóricos. Por dentro es como un viaje al fondo del océano, con ventanales luminosos como corazas de tortuga, lámparas pequeñas de caracoles dorados, alcobas intrincadas como crustáceos reales, paredes escamadas como dragones abisales, y arcos catenarios como branquias o espinas dorsales de peces gigantes. Gaudí por todas partes. Todo es luz, todo es azul, todo es vida.
– Arturo, habrá que mudarnos aquí.
– Sí, algún día.
El techo de Casa Milà es un jardín de guerreros (en palabras del poeta Pere Gimferrer), con chimeneas y tragaluces que protegen el cielo catalán. El ático sostenido por arcos catenarios, el departamento completamente amueblado por sus piezas de diseño y la fachada con balcones férreos de La Pedrera, nos recuerdan constantemente la conjunción de belleza y funcionalidad que tanto caracterizaban a Gaudí.
Y así dejamos lo mejor para lo último, La Sagrada Familia.
No existe templo religioso en el mundo de ningún estilo arquitectónico que se le pueda comparar. Para algunas personas basta admirarla por fuera para sentirse satisfechas: las tres fachadas monumentales y sus torres altísimas que tienen el propósito de enaltecer la belleza urbanística de la ciudad, y al mismo tiempo representar la profunda veneración religiosa del autor.
Entrando al templo, quedamos estupefactos por las grandes dimensiones y amplios espacios, las luces de colores que se refractaban a través de los vitrales, las columnas y pilares como árboles que se ramificaban, todos de distintas maneras como un organismo vivo, en constante evolución. Se dice que “el diablo está en los detalles”, y yo ocuparía precisamente la antítesis para describir lo que Gaudí entendió perfectamente:“Dios está en los detalles”.
– Ya son las 2.30, nos toca subir a la torre de la Fachada de la Pasión.
La subida fue rápida y relajante en elevador, la bajada no es apta para personas que sufren de vértigo y claustrofobia, pues son más de cien escalones, en espiral, con muros estrechos que te aprisionan con un abrazo de piedra con cada paso que das al descender.
La Basílica de la Sagrada Familia será concluida en 2026, y ya existe un video donde se puede apreciar como se verá en su versión definitiva.
Línea del metro L2 hasta Para-lel y después la L3 hasta Drassanes. Comimos algo en el restaurante del hotel y esperamos hasta que el taxi pasara por nosotros para llevarnos al aeropuerto. Me voy como siempre, feliz por la añoranza de volver a casa, y al mismo tiempo triste, por la melancolía de dejar un lugar tan hermoso como Barcelona.