Llegamos a Barcelona un viernes por la noche, después de una semana de grabaciones intensas para la TV catalana en la medieval Gerona y el natural Delta del Ebro.
– Qué bonito está este hotel, ¿cómo se llama?
– Chic & Basic, te lo he dicho miles de veces.
Nos acomodamos cada quién en su cuarto. Normalmente cuando viajo con mi primo Arturo (IG: @imjustafox) nos quedamos en casa de algún amigo globalizado o en un hostal, en una de esas recámaras llenas de literas para 8 o 12 “bacpaqueros” con presupuesto reducido. Esta vez, sin embargo, decidimos quedarnos en un bonito hotel boutique cerca de la Rambla del Mar.
Ya era de noche y Arturo estaba súper congestionado, yo quería salir, era viernes y el cuerpo lo sabía.
– Si quieres sal tú, yo no puedo ni con mi alma.
Como de costumbre recurrí al Grindr, una app diseñada para conocer gays en la zona, también existe Tinder para los que no son gays (seamos sexualmente democráticos por favor). Después de pocos minutos vi una cara familiar, con un nombre familiar. ¿Será él? un amigo inglés que había conocido hace dos años estaba a 350 metros de mi hotel.
– ¡Ostia, pero qué coincidencia! (a estas alturas, una que otra expresión local se me había anexado al vocabulario mexicano).
Nos encontramos en el Bar Machester -clásico de un turista inglés- pensé, pero de ahí nos fuimos a la zona de bares gays de Barcelona y terminamos en el antro LGTB más célebre de la ciudad: Arena. Aquí termina la historia de esa noche, porque de lo demás no recuerdo mucho.
Desayuno buffet, huevos estrellados, salchicha, tocino, fruta, chocolatines y croissantes, hotcakes, mermelada, nutella, jugo, café.
Caminamos hacia la Rambla del Mar y luego hacia el Norte con el Mar Mediterráneo a nuestras espaldas. Empezamos a inmiscuirnos en calles más estrechas que empezaban a envejecer con cada paso que dábamos. De repente todo era tan de siglos pasados, estábamos en el Barrio Gótico parados junto a la Catedral de Barcelona.
Andábamos a paso lento volteando todo el tiempo hacia arriba, admirando las torres afiladas que rasguñaban el paraíso celeste, y las gárgolas antropomorfas que nos devolvían las miradas hacia abajo con ese desdén tan común de los seres inmortales.
El Barrio Gótico nos fue a sacar de nuevo a las Ramblas y continuamos nuestro andar por la amplia avenida Passeig de Gràcia. Después de unos minutos fue imposible ignorar lo que se alzaba en una esquina, del lado izquierdo: la fachada más bonita de Barcelona, la Gaudiana Casa Batlló, con una incuantificable fila de personas a la entrada, larga como la cola del dragón que habita el edificio.
– Venimos otro día ¿va?
– Va.
Proseguimos en línea recta hasta llegar a la también Gaudiana Casa Milà, “La Pedrera”, donde la afluencia turística era tal que nos pareció un déjà vu de Casa Batlló. A Arturo la gripa seguía torturándolo cada metro que avanzábamos, pasamos a una farmacia, de esas tan europeas con su cruz verde luminosa de neón por pastillas antigripales y tomamos el metro Diagonal de regreso al Hostal. En una calle contigua había una pizzería italiana, compramos una rebanada de margherita y otra de pomodorini e rucola.
Mientras él descansaba, me fui a dar un paseo. Nuevamente atravesé la rambla muy cerca del mar, Cristobal Colón se dirigía a la nueva América y yo al viejo Raval. Pequeñas calles me llevaban de Plaza en Plaça: Plaça Reial, Plaça Sant Jaume, Plaça del Fossar de les Morerers; donde la gente se sienta a tomar una copa de Cava, a leer el periódico o a no hacer nada.
Los callejones son tan estrechos, que los muros ya no corren paralelos, y los balcones se dan de besos con sus tendederos llenos de ropa y trapos mojados. Perdido entre las gargantas de piedra, un río invisible me movía maravillado hasta que por fin me detuve para desembocar en Santa María, la Catedral del Mar.
Regresé al Hostal y tomé una siesta. Ya cerca del atardecer, a eso de las 8pm, nos fuimos a un restaurante a la orilla del mar y pedimos varias tapas de huevo, charcuterie y pescados fritos. Un litro de sangría, por favor. Y de postre crema catalana (idéntico al tan francés Crème Brûlée).
Ese sábado era la noche de los museos, La Nit dels Museus, y entre los tantos y tan variados que hay, quisimos ir al de Pablo Picasso. Sin embargo, todos los recintos culturales, hasta los más pequeños, estaban atascados. Dimos una vuelta nocturna por El Raval, y volvimos caminando por el paseo peatonal de la costa rumbo al hostal. A dormir.
El domingo en la mañana salí a correr temprano una media hora, y después de un baño y el desayuno diario, repetí la ruta de la tarde anterior, esta vez con mi primo Arturo, que bajo el efecto de las dosis dobles de medicina, deambulaba como un muerto viviente a mi lado.
Ya cercano el mediodía, nos acercamos al puerto nuevamente. Habíamos quedado de vernos con dos instagrameros @aitohr y @ddavh en el puente levadizo de la Rambla del Mar. Después de una crema catalana, dos aguas minerales y una Coca Cola, nos fuimos al edificio velero del Hotel W. Desde allí caminamos al costado de la playa por el Passeig Maritim del Mare Nostrum y de Barceloneta hasta un rompeolas lleno de turistas, gaviotas y pescadores, y en el horizonte, yates y veleros diminutos se perdían en el azul índigo del mar.
Nos despedimos de los nuevos amigos y nos fuimos a comer a un restaurante cercano, porque el hambre atroz no nos dejó ir más lejos: calamares fritos, melón con jamón serrano, dorado frito y salmón a la plancha. La siesta de media tarde fue algo inevitable.
Cuando despertamos, tomamos el metro algunas paradas hacia el norte de la ciudad.
Escalamos la vertical Baixada de la Glòria hasta Park Güell. y fue como adentrarnos en las entrañas obscuras de una criatura mitológica: las paredes ásperas y duras eran como la piel escamosa de un dragón, y las columnas largas e inclinadas como las patas de un elefante adulto. Esto está vivo, pensé, respira, se siente, Gaudí, eres un genio.
De regreso fue interesante, pues nos sumergimos en el corazón hipster de Barcelona; el Distrito de Gràcia está lleno de plazas con tintes bohemios, librerías, cafeterías, tiendas de ropa. Proseguimos nuestro andar y un poco antes de llegar a Plaça Catalunya, empezamos a escuchar los claxones de los autos eufóricos, y la gente que comenzaba a amasarse en grupos, todos con una cosa en común: la camiseta del Barça.
– El Barcelona acaba de ganar la Liga de España.
– ¿Otra vez?
Un poco más adelante se encuentra la histórica Fuente de Canaletas sobre las Ramblas, antes de llegar al cruce con la calle Talleres. Aquí los seguidores del Fútbol Club Barcelona se reúnen a festejar las glorias de su equipo con cánticos triunfales, banderas ondeadas y muchas botellas de Cava. Cuando la policía llegó, nosotros nos fuimos, ya era tarde, no queríamos problemas, y nos quedaban aún dos largos días para terminar de visitar Barcelona.
En los siguientes días visitaríamos el MACBA (Museu d’Art Contemporani de Barcelona), el mercado de La Boqueria, El interior de Casa Batlló, el techo de Casa Milà, y el que a mi parecer es el templo religioso más hermoso del mundo: La Sagrada Familia.