Más de 200 personas han muerto tratando de conquistar la montaña más gran del mundo, 9 el pasado 2013. ¿Qué lleva a alguien a arriesgar la vida para poner un pie en el techo del mundo?.
En mi reciente viaje a Asia, visité entre otros lugares las ciudades de Darjeeling en India y Katmandu en Nepal. Ambas tienen una estrecha relación con los Himalayas y con el monte Everest. Desde que se iniciaron los intentos por conquistar la cima a principios del siglo pasado, el montañismo se ha convertido en toda una industria muy lucrativa especialmente para Nepal. En 1953 los primeros seres humanos en poner un pie en la punta del Everest fueron Tenzing Norgay y Edmund Hillary.
Desde entonces casi cuatro mil personas han subido a la cima incluyendo un hombre de 76 años, un niño de 13, un ciego y hasta una pareja que contrajo matrimonio en la cúspide.
Ya había leído alguna vez en la revista National Geographic la enorme comercialización que se le ha dado a la montaña y cómo con el progreso de la tecnología, personas que incluso no son profesionales se aventuran a conquistar el pico más alto del planeta. Debido a la mejora del equipo y los guías, las probabilidades de éxito son tres veces mayor que antes de los 90’s pero también ha incrementado en casi 1000% la cantidad de personas que intentan subir la montaña.
El Everest se ha convertido en un trofeo por el que las personas llegan a pagar entre 30,000 y 120,000 dólares. Van acompañados de un guía, un cargador y a veces de un cocinero.
El hotel donde me hospedé en Darjeeling estaba rodeado de fotos y recortes de periódico de las hazañas de los montañistas, especialmente de Tenzing Norgay quien vivió y murió en esa ciudad. Había varios documentales sobre la montaña y recordé que en Nepal el guía me había recomendado “Into Thin Air” -que de hecho es una dramatización más que un documental- basado en el gran desastre de 1996 en el que murieron 15 personas en la montaña.
El documental es realmente angustiante, personas de todas partes del mundo arriesgando sus vidas para tomarse una foto en el techo del planeta y poderlo contar al mundo. Bastó un capricho de la naturaleza y un dejo de soberbia para que algunos de ellos no pudieran contarlo. Me costaba trabajo entenderlo pero el mismo tiempo el aventurero que hay en mí decía -Debe ser increíble la sensación de estar allá arriba y haberlo logrado, pocos pueden contar tal hazaña-.
Muchos de los cadáveres de quienes se han quedado en el camino subiendo la montaña siguen allí. Es muy caro y complicado recuperar los cuerpos. La basura representa también un problema cada vez más grave, tanques de oxígeno, tiendas de dormir y desechos humanos están convirtiendo a la montaña más alta del mundo en un basurero y en una fosa común.
Lo cierto es que no tengo ningún plan de hacer una expedición al Everest, pero me hizo pensar sobre la naturaleza humana. La necesidad de reconocimiento, de reto, de vencer aunque a veces el precio sea perder la extremidades o la vida. No es el Everest, es la ambición. Si mañana hay un gran terremoto y por un desastre geológico surge un nuevo pico más alto, allá irán los ambiciosos. Quien querrá entonces subir el segundo más alto si se puede conquistar el primero.
Entiendo perfectamente a esas personas que son exploradores de corazón y aman las montañas más que a otra cosa en el mundo. Dedican su vida a ellas y las respetan. El problema son quienes ven en el Everest un souvenir más para la clase adinerada.
Yo les pregunto viajeros, porqué creen ustedes que el ser humano es capaz de llegar tan lejos para un logro. Arriesgar su vida para colgar una foto como trofeo
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