Por: Ana Gabriela Reséndiz / @GabResendiz
Desde que era pequeña me encantaba escribir, soñaba con tener una computadora en casa para pasar mis escritos a mano. Recuerdo que al elegir mi carrera todos esperaban que estudiara otra cosa, como una ingeniería, pero yo sabía que mi destino estaba marcado por la escritura, las imágenes y los lugares desconocidos.
Decidí estudiar Ciencias de la Comunicación, me mudé a otra ciudad y comencé mi aventura hacia la independencia, pero perdí el rumbo. Cuando me gradué comencé a jugar el papel que el mundo empresarial quiere y la presión social de tener el mejor empleo, no andar de “pobre”, comprar un carro, ser exitosa. ¡Y me perdí!
Después de varios años de jugarle al Godinez pasó algo trascendental en mi vida, uno de mis mejores amigos falleció y en ese momento, sentada frente a su ataúd, me di cuenta que no estaba haciendo lo que me encantaba, siempre lo veía como un plan a futuro, pensaba: “Cuando haya ahorrado tanto, voy a comenzar a viajar”, “Voy a dejar de pagar mi casa, la voy a rentar y me voy a ir a vivir a otro lugar”, “Solamente voy a trabajar este año y voy a renunciar”, “Cuando tenga tiempo, voy a iniciar mi blog”.
Ese día, entre el dolor y la frustración de no ver más a mi amigo y de no cumplir nuestro sueño de ir a Canadá, cayó sobre mí un rayo desapendejadizador y me hice la promesa que en unos meses viajaría cuantas veces fuera posible, sin importar el lugar, solo lo haría, y antes de terminar el año saldría del país.
No voy a negar que transcurridos los meses me llegué a olvidar del viaje a otro país, pero eso sí, jamás me olvidé de viajar. El primero de enero comenzó mi aventura en las playas de la costa michoacana, después la Riviera Nayarit, luego Mazatlán, Guadalajara, Querétaro, Ciudad de México, San Miguel de Allende, Guanajuato y muchos más.
Mi pasión por recorrer esos lugares se acrecentaban cada día más, no podía dejar de ir a otra ciudad, de recorrer playas nuevas, era como si después de ciertas semanas comenzara a sentir desesperación y claustrofobia por vivir encerrada en la misma ciudad.
Entonces decidí comenzar a tomar cursos de Tethahealing, sanaciones espirituales, para poder encontrar las respuestas. En ese lugar me enseñaron a manifestar todo lo que quería y sobre todo a no preocuparme por el cómo lo lograría, porque ahora entiendo que eso se da solo.
Al día siguiente, después de terminar mi curso, llegué al trabajo y me encontré con la noticia de que nos iban a recortar al 90% de los Godínez porque la empresa había entrado en crisis, lo más raro es que una noche anterior yo había soñado que me despedían. Comencé a tomar todo más en serio, porque en mi manifestación nunca pedí conservar mi trabajo, si no comenzar a viajar y vivir de ello.
Entendí que era momento de hacer algo, de moverme aunque no tuviera ni idea de hacia dónde. Así que llegué a mi casa, hice mi maleta y me fui a Europa.
Estaba cumpliendo mi promesa y además, estaba reencontrándome con mi pasión por ir a lugares desconocidos. Estando en esas hermosas ciudades de Europa, en el tren de Ámsterdam a Múnich, sentí ganas de escribir y de contarles a todos sobre lo maravilloso que es viajar, conocer otras culturas, hablar con personas que piensan distinto a ti, entablar una plática en otro idioma y ayudarte de señas para poder expresar lo que piensas, de dónde vienes, qué haces y hacia dónde quieres ir.
Estando del otro lado del mundo, prácticamente sola, con una mochila en la espalda y mi celular como caja de recuerdos, pude sentir que no me hacía falta nada más, que venir a este mundo significa recorrerlo, sorprenderte de sus maravillas, aventurarte a lo desconocido y disfrutar del camino.
Claro que estoy consciente que el camino no será fácil, porque quiero comenzar por recorrer ciudades que necesitan gente como voluntaria. Quiero fusionar las dos cosas que más amaría hacer en este mundo: viajar y dar sin esperar nada a cambio.
Hoy, más que nunca, estoy segura que sólo encuentras una vida en plenitud cuando comienzas a hacer tus sueños realidad y a disfrutar de cada momento que se te presenta en la vida, sin dejarse llevar por lo que los demás esperen de ti, si no por lo que tú esperas de ti misma.
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