Por: Alejandra Olguín Estrada
“El arte de viajar sola y los amigos que puedes hacer”. Liliana dejó este comentario en una de mis publicaciones de viaje y no pude dejar de pensar en todas las personas increíbles que he conocido y reencontrado gracias a mis viajes sola.
Si lo pienso un poco más, en la mayoría de mis viajes estoy sola únicamente en los traslados, como la primera vez que visité Londres y apenas llegué me uní a un tour que prometía llevarme por las locaciones de Harry Potter, ahí conocí a Garbi, que me compartió su paraguas y después decidimos perseguir las pistas de Jack The Ripper en Whitechapel y buscar algo de cenar. Un par de años después, Garbi me recibió en la estación de autobuses de Bilbao, tomamos unas Gildas cerca del San Mamés y me llevó de poteo con su cuadrilla de Basauri y Etxebarri. Hasta hoy, nunca he bebido tanto como esa noche.
En mis primeros minutos en un hostal de Noruega conocí a Patri, que sugirió ir a Blå a beber algo esa noche; ahí conocí a Julius, un alemán que me contó cómo acababa de terminar un viaje en bicicleta de Barcelona a Oslo. Pasamos la noche cantando y bailando hasta que el club cerró sus puertas y decidimos caminar por las orillas del río Akerselva mientras amanecía. En Noruega también conocí a Andy, una locutora de radio de Johannesburgo con quien recorrí Oslo a pie mientras platicamos de nuestros sueños y planes de viaje y de vida.
Cuando le avisé e Erick que iría a Bruselas, no dudó ni un segundo en ofrecerme un lugar en su departamento e ir por mí al aeropuerto. Viajamos en su auto a Brujas escuchando a Luis Miguel y lo invité al concierto de Sigrid que me llevó a su ciudad. Erick y yo nos habíamos conocido 2 años antes en Chequia. En Bélgica también me encontré con Enid, que en ese momento estudiaba en España y coincidimos una mañana para desayunar cerca de la Grand Place antes de que ella siguiera su viaje hacia Ámsterdam —de lo más nerviosa por no perder su autobús—.
“¿Quieres conocer la casa donde crecí?” Fue la pregunta de Jake al recibirme en la terminal de King’s Cross cuando hice un viaje de regreso a Reino Unido. Dije que sí sin pensarlo y, después de pasar algunos días en Londres, tomamos un autobús y dos trenes que nos llevaron a Diss, en Norfolk. Ahí nos esperaban Mike y Ali, los padres de Jake. Su casa en el pequeño pueblo de Fersfield me hizo sentir que vivía una escena de The Holiday. Jake y yo recorrimos la costa de Norfolk hasta Horsey Gap donde acampamos a la orilla del mar rodeados por focas.
Carla, Marta y Juanjo, tres españoles que conocí mientras intentaban tomarse fotos en Merrion Square Park, en Dublín, me invitaron a pasar con ellos el resto del día. Nos aventuramos a probar el estofado irlandés y por la noche recorrimos los pubs de Temple Bar. Cantamos, bailamos y hasta terminamos en medio de una despedida de soltera. En Dublín también conocí a Mario, quien intentó enseñarme a posar para tener las mejores fotos de viaje. Nos acompañamos la tarde comprando souvenirs para él y estampillas postales para mi.
También están todas las personas que me han acompañado en trayectos cortos y con quienes ya no tengo contacto, pero que recuerdo en mis historias. Como Brie, Hanna, Patrick y James, con quienes pasé una noche de fiesta en el pub O’Connors en Galway para terminar en la madrugada cantando en el Long Walk. Cyril, el entrenador de rugby infantil que me acompañó en un pequeñísimo pueblo de Gales. El extraño de quien nunca supe su nombre, pero con 5 minutos en las escaleras de la National Gallery de Londres, me regaló una de las historias más divertidas para contar.
Y a Liliana, la responsable de que este texto llegara a mi mente, la conocí en uno de los famosos free walking tours en Liverpool. Además de llevarte por lugares emblemáticos, he descubierto que este tipo de experiencias hace que los que viajamos solos nos reconozcamos y nos juntemos. Terminando el tour caminamos hacia el puerto, nos detuvimos a comer fish and chips, recorrimos el museo de The Beatles Story, nos tomamos fotos con la escultura del cuarteto y fuimos a The Cavern. Un par de años después nos reencontramos en Madrid, la ciudad que la adoptó. Caminamos por Gran Vía y Alcalá, tomamos vino en la Azotea del Círculo de Bellas Artes, me llevó a cenar a uno de sus lugares favoritos y todo el tiempo platicamos como dos amigas que nunca dejaron de compartir historias. Siempre nos despedimos con la promesa de reencontrarnos en cualquier parte del mundo: en Inglaterra, en España, en México, en Ecuador…
Sí, disfruto muchísimo viajar sola, pero también disfruto de todos los momentos en los que un “Hi!” me ha llevado a conocer a todos esos extraños. Porque el mundo, muchas veces, escribe historias para que esos extraños se conozcan.