Por: Mariana Cuadriello
Y de repente, me encontré como copiloto en un Fiat Panda cruzando los hermosos paisajes de la Toscana. Esto no podía ser más romántico; mi recién y deslumbrante nuevo esposo, un pequeño cochecito que para mi representaba todo lo que había idealizado de Italia, los maravillosos paisajes verdes y el mood lunamielero total!.
Habíamos pasado unos días antes en Roma. Pudimos ver cada una de las atracciones turísticas y saturadas de esta Ciudad. Roma es bonito, pero he de admitir que no es al 100% mi tipo de destino, precisamente por la conglomeración de turistas para cada cosa que se desee observar. Todo, absolutamente todo, está invadido de turistas.
Así que una vez hechas todas las visitas reglamentarias (museo del Vaticano, Basílica de San Pedro, Coliseo, Foro Romano, etc) emprendimos la travesía hacia la hermosa y pacífica Toscana.
Nuestra primera parada fue el pueblo de Orvieto. Desde el primer minuto nos quedamos con la boca abierta. Las calles eran preciosas, totalmente medievales y casi desiertas. Al final de un largo y angosto callejón se desplegó una monumental Catedral, muy parecida en diseño a la de Florencia. Fue en ese momento que comprendí, que lo mejor de Italia estaba por comenzar.
Visitamos más de quince pueblos y ciudades diferentes en la región. Cada una más bonita que la anterior. Siena, San Gimignano, Montalcino, Montepulciano, Pienza, San Quirico, Lucca, Volterra y Monteriggioni, entre otros.
Todo en la Toscana fue un deleite, la comida es espectacular; los vinos son de lo mejor, los quesos y carnes frías ni se diga! Es el mundo gourmet hecho realidad y a eso se le deben de sumar las vistas, las flores y los miles de viñedos, olivos y cipreses que inundan la zona.
Decidimos hacer base en un solo lugar y de ahí recorrer la mayoría de los pueblos. Elegimos hospedarnos en el Val d’Orcia; valle cuyo magnífico paisaje natural ha sido incluido por la UNESCO como patrimonio de la humanidad. Además quisimos vivir una experiencia típica. Nos quedamos en una casa de “Agriturismo” (Il Rigo), en el medio de la nada, pero rodeados de la grandeza de las colinas de este valle. La casa también funcionaba como escuela de cocina, así que ya se imaginarán la comida que nos preparaban. Cada noche, al regresar de nuestro recorrido del día, nos esperaba por cena un banquete de 4 tiempos, la chimenea prendida y el olor a un postre diferente que nunca dejó de sorprendernos. Todos los alimentos eran preparados con productos orgánicos y cultivados en la región.
Las aguas termales abundan y son otro atractivo. Existen SPAs super profesionales y también están las aguas termales al aire libre, en su estado natural, es decir, sin que tengan ningún tipo de infraestructura turística asociada.
Después de haber disfrutado cientos de Gelatos, muchos vinos, innumerables vistas de valles mágicamente pintados de verde y algunas tardes románicas andando en bici por las ciudades amuralladas, veo hacia atrás con mucha nostalgia esta experiencia que me llevó a entender que la “Vida es Bella” “Bajo el Sol de la Toscana”!.
4.5