Por: Daniel Canale
Desde hace mucho tiempo esas pequeñas “manchas en el mapa” sobre el Pacífico, a la altura que la Línea Ecuatorial traza la mitad del planeta, me despertaban interés y curiosidad. Esa tierra que deslumbró a Darwin por sus rarezas me generaba una particular atracción y, finalmente se acomodaron tiempo, presupuesto y entusiasmo.
Con mi cara pegada a la ventanilla del avión, casi desde abandonar el continente, enfocaba mi vista en el inmenso océano tratando de divisarlas, y así, luego de un vuelo que parecía eternizarse, comencé a observar esas “manchitas” que se convertían en Islas rodeadas de un degradé de colores que el mar forma en su derredor. En solo instantes el capitán anunciaba que tocaríamos tierra en la isla de Baltra.
Pese a tener varios vuelos sobre mis espaldas comenzaron las sorpresas ni bien tocado el suelo. La pista no es llana como la de todos los demás aeropuertos que conocía, sino con desniveles, no se podía esperar menos como manera de introducción a este mundo diferente. Ni bien abiertas las puertas del avión una cálida bocanada de viento me dio la bienvenida, un aeropuerto ecológico, personal que atiende con una sonrisa y un hermoso sello con figura de tortuga en mi pasaporte fueron el preámbulo de los maravillosos días en estas islas.
Recién llegado la primera experiencia es atravesar el Canal de Itabaca en una barcaza compartida por pasajeros, guías turísticos y locales que en apenas 3 minutos ya estaban recibiendo su equipaje lanzado desde el techo de la embarcación para encaminarse a destino. Algunos con programas turísticos incluidos, otros (como mi caso) “negociando” con compañeros de vuelo para compartir un taxi y otros que simplemente abordaban el bus de regular para llegar al destino.
Para arribar a Puerto Ayora, principal urbe de Galápagos, hay que cruzar la Isla de Santa Cruz por completo, y en ese trayecto es cuando se comienzan a observar los contrastes de la zona. Las partes altas muy verdes y lluviosas con costas casi desérticas con vegetación tan particular como curiosa.
Ya acomodado en el hostal y luego de un almuerzo al estilo local frente al muelle, me encontré con “compañeros de vuelo” con quienes compartimos todas las visitas. Esa tarde la Estación Charles Darwin donde finalmente vi esas gigantes y curiosas tortugas en vivo se constituyó en el aperitivo de un itinerario maravilloso. En ese lugar a pasos del centro de la ciudad también se pueden observar iguanas y múltiples especies vegetales que se preservan.
Con poco tiempo disponible y mucho para conocer, tras recorrida por la agencias de viajes (son imprescindibles sus servicios para algunas excursiones) y análisis con los compañeros de turno, acomodamos el cronograma mientras caminamos por la calle costera de la tranquila y amigable ciudad.
La mañana siguiente el primer objetivo fueron las Tortugas que dan nombre al lugar, y contratación de taxi de por medio llegamos a una finca donde se pueden observar estos magníficos animales. Cambio de calzado por grandes botas de goma para transitar la “encharcada” zona donde habitan estas gigantes; dimos con muchas de ellas que tranquilamente se alimentaban de las pasturas o reposaban sobre pequeñas lagunas que se forman por la constante lluvia que arrecia en la zona alta de Santa Cruz. Luego de las fotos de rigor y de apreciar los añosos ejemplares nos introdujimos en un túnel de lava que deja al descubierto las formaciones geológicas de la isla. Finalizada la visita, la finca ofrece a los visitantes un delicioso café (de los mejores que he probado) a modo de despedida.
Siguiendo con nuestro chofer (que resultó una avezado guía peses a su juventud) llegamos hasta Los Gemelos, 2 espacios donde colapsaron volcanes y dejaron profundos huecos en la superficie donde crecieron varias de las especies arbóreas endémicas de Galápagos.
Finalizada la visita a las partes altas, mojados por la constante lluvia, nos despedimos de nuestro “amigo” del taxi en el ingreso al camino que desemboca en Tortuga Bay.
Luego de menos de ½ hora de caminata sobre un impecable sendero en medio de curiosa vegetación se llega a una extensa playa blanca con mar turquesa, como los que uno ve en el Caribe, pero… con una inmensa playa casi desértica de personas, poblada por iguanas marinas, pelícanos y otras aves que no recuerdo sus nombres. Máscara o antiparras (indispensables) colocadas nos lanzamos al agua a apreciar el estupendo espectáculo que ofrecen los peces de todos los colores y formas que imaginen. A diferencia de otras veces que había hecho snorkel, esta vez no había nada “armado”, sino que la misma naturaleza da forma a lagunas y bahías para disfrutar a muy escasa distancia de la costa de este espectáculo marítimo.
Luego de las inmersiones y de descansar en la sombra que ofrecen los pequeños árboles del manglar vecino, los guardaparques indicaron que había finalizado el horario de visita era tiempo retornar por el mismo camino y estampar la “firma de salida” del espacio protegido para regresar a la ciudad.
La noche en Puerto Ayora es tranquila, plagada de caras amigables y gente de todo el mundo con una sonrisa a cuestas que estas islas mágicas propician. La calle de los quioscos es un deleite para quienes gustan de la comida casera, fresca y preparada (literalmente) a la vista. Uno elige pez, marisco u otra especialidad que prontamente prepararán y servirán en un ambiente distendido.
Poco después del amanecer del siguiente día ya nos encontrábamos frente al muelle esperando al guía, el Tour de la Bahía nos esperaba esa mañana. Luego de colocarnos los chalecos salvavidas y las instrucciones de rigor, quien timoneaba el pequeño barco lo ubicó frente a unas laderas rocosas donde, con mirada atenta, un piquero de patas azules nos observaba posando para las fotos. Un poco más allá lobos marinos reposaban sobre las costas mientras navegábamos.
Desembarcamos rumbo a la Playa de Los Perros, donde en vez de canes habitan infinidad de iguanas marinas acompañadas de multicolores cangrejos que hacen un deleite para los sentidos.
Retornados al barco, el guía nos advierte sobre una tortuga que nadaba cerca de la costa, y ahí vamos… Pocos minutos después, el pequeño grupo “al agua” para disfrutar del show. Luego de ver peces ellas aparecieron nadando en medio de nosotros plácidamente, sumergiéndose y saliendo cada tanto a la superficie y en plena naturaleza, no hay palabras que puedan describir esos 15/20 minutos en las celestes aguas.
El tour prosigue hacia Las Grietas, curiosa formación en la cual se entremezclan aguas marítimas y surgentes formando una piscina natural de aguas heladas que contrastan con el calor del ambiente. Ideal para refrescarse y de paso seguir viendo peces y otros “bichos de agua” que ahí habitan.
Tour finalizado y tarde libre. Almuerzo express (aprovecho a desmistificar que Galápagos es un destino super caro, al menos en lo gastronómico pero también en el alojamiento) por el centro y nuevamente un taxista muy dispuesto nos traslada en unos 20 minutos a El Garrapatero. Nuevamente, caminata por el bosque natural (esta vez no más de 10 minutos) nos llevan a una playa más habitada por personas (muchos de ellos locales ya que era domingo) que por animales. Arena símil talco blanco, aguas transparentes, manglares alrededor e islas vecinas a la vista; disfrutamos la tarde a pleno hasta que los guardaparques nuevamente avisaron que se acababa el horario de visita (17 hs.).
Pequeño paseo por la tarde en el pueblo, cena, visita a un bar donde se confunden múltiples idiomas hablando al mismo tiempo y temprano a descansar que a las 05:45 hs. arranca la siguiente jornada.
Suelo dejar lo mejor para el final, y esta vez no fue la excepción. Sin que haya amanecido, el minibús paró en la puerta del hostal, recorrida buscando pasajeros por varias partes y llegada al canal de Itabaca una vez más, ahí un bote nos llevaba de a poco al pequeño yate en el que haríamos el recorrido.
Acomodado el pequeño grupo multinacional arrancamos rumbo a Bartolomé, esa isla alejada, la de las fotos icónicas, la que parece de montaje de cine. Vamos a comprobarlo… luego de 3 casi tediosas horas de navegación en un mar para nada calmo, habiendo pasado por las pequeñas Dapnhe, el yate ancló en una bahía y ahí por grupitos desembarcamos.
Pasarelas de madera, subida empinada al rayo de un impiadoso sol en medio de muy particulares formaciones volcánicas hasta las parte altas de Bartolomé. Las fotos, videos y comentarios leídos no hacen mérito para describir lo que es el lugar. Multiplicidad de colores, montañas, playas, bahías y muchos etcéteras hacen que uno quiera quedarse ahí por horas disfrutando la vista, todos los likes (diría Alan) para este lugar que todavía guardaba algo más.
Retornados al yate, reparten patas de ranas y equipos de snorkel. Ahora a adentrarse a las aguas en torno al famoso Pináculo para disfrutar de un show de más de una hora de cardúmenes de centenares de peces de muchos colores y formas, pequeños tiburones martillo, manta rayas y otras tantas especies que mencionaba alzando la voz en guía para que las observemos en cada inmersión. El último bocadillo, ver pingüinos (muy pequeños) reposando en las rocosas costas.
Luego de volver (con mar más movido aún) a Santa Cruz uno puede dimensionar lo especial de este tour, por mar ajetreado, costoso (unos USD 170 por persona), lejano pero imperdible para los amantes de los viajes.
Quedó solo tiempo para disfrutar de una cena de despedida con los compañeros de viaje, rearmar equipaje y la mañana siguiente cruzar nuevamente el Canal de Itabaca, esta vez despidiendo las islas
Subiendo las escalerillas del avión advertí que no estaba soñando, que esos pocos y fugaces días fueron realidad. Mientras el A320 levantaba vuelo rumbo al continente y mi cerebro colocaba un tilde entre los sueños que uno tiene en la vida me propuse volver alguna vez para visitar (con más tiempo ya que hay muchísimo) todo lo que estas Islas Mágicas tienen para ofrecer.
4.5