Crecí con una mente muy ansiosa y muy curiosa. Siempre me ha gustado preguntar muchas cosas y aunque la escritura no me dé respuestas, siempre abre puertas, la escritura siempre está ahí, para compartir su luz.
La escritura siempre ha formado parte de mi vida. Cuando era pequeña, le escribía pequeñas cartas a mi madre, las ponía debajo de su almohada y me recuerdo muy ansiosa por ver su cara al leer la carta. Siempre he creído que la escritura construye puentes donde hay inmensos océanos.
Dice Rivera Garza; la escritura es la forma que toma el secreto en el mundo.
Escribir en mi diario siempre ha sido muy importante, porque es ese registro que ayuda a mi mente a caminar, que le ayuda a estar ahí, en el momento, en lo que no puedo controlar, eso que va entre la vida y el tiempo.
Cuando comencé a viajar con Paco, hace poco más de 9 años, la escritura fue aún más importante para mí porque viajando, la vida se vuelve mucho más fugaz, mucho más presente. Y muchas veces he sentido que no puedo sola, que la escritura tiene que estar ahí, conmigo, para darme ese espacio en blanco que se convierta -entre muchas cosas- en esa luz que se expande como horizonte.
Cuando escribo durante mis viajes, me doy cuenta que se van construyendo otros mundillos, porque la escritura siempre será ese puente que hace que las cosas de alguna manera coincidan, convivan, se queden ahí -mientras vivo- -mientras estoy afuera- y volver, siempre que haga falta.
Y los viajes son la forma viva de la escritura, uno creé que viaja, pero está escribiendo con la vida.
Y de repente la hoja en blanco es eso, un mundillo a punto de escribirse, a punto de recorrer, a casi siempre -apunto de encontrar- y es esa, la búsqueda constante, el escribir constante, ese caminar, el mover los dedos, lo que hace que siga la siguiente página.
Y viajar con Paco, me acerca a ese mundo, me acerca a la soledad, a esos momentos sanos, -necesarios- para conectar, para estar ahí, porque como lo he dicho antes, cuando se viaja con una mascota; los ritmos, los sonidos, las intenciones, cambian. Y de repente el viaje ya no son museos, ni atracciones, son simples momentos de vida en otras esquinillas del mundo y esa tranquilidad, siempre vuelve cuando estoy con Paco, cuando ya no intento ir hacia ningún lugar porque Paco, siempre se convierte en ese -mejor lugar- para ser y estar.
Por eso, la escritura y Paco, siempre son mis compañeros de viaje, porque ambos están ahí, siempre para compartir su luz.
Y de este camino hacia la escritura es del que me siento más orgullosa, porque escribir es puro compartir. Y me gusta mucho que sea así.
Durante muchos de mis viajes, he podido compartir mi escritura, he podido conocer a otras personas (sobre todo mujeres), que están por ahí regaditas en el mundo construyendo desde la escritura.
Casa índigo, es mi escuela, mi escuela viva, donde muchas mujeres alrededor del mundo, compartimos esa luz que se crea a través de la escritura.
Y me insisto a seguir esos pasos, esos caminos porque la escritura ha salvado mi vida. Siempre ha estado ahí, entre los silencios, entre las montañas, entre esas esquinillas del mundo que visito con Paco.
Y como decía mi querida Bell Hooks: Lo que importa es cómo vivimos.
Y yo elijo vivirla desde la hoja en blanco, desde esa luz compartida, desde ese viaje compartido hacia uno mismo.
En Santiago de Compostela, recuerdo uno de mis mejores momentos compartiendo la poesía que algunas veces escribo.
En una pequeña Ecoaldea en España, tuve la oportunidad de escribir la historia de mi primer tatuaje y la única canción que he escrito.
En Bacalar, uno de mis sitios favoritos de mi país, recuerdo haber escrito mi mapa de vida.
En el camino de Santiago, escribí por primera vez, el miedo que le tuve a la noche en medio de la montaña.
Mi primera carta de amor, la mandé a Francia.
Escribí la primera página de mi libro, en plena pandemia.
Tengo más diarios que ropa y más fotos de Paco que vida.
En Oaxaca siempre escribo de mis intenciones.
En Maruata escribí mis únicas palabras en francés.
Cuando visité Rocky Mountain, no escribí nada, me quedé muda. No supe qué decir ante la belleza de las montañas.
Llevo un año escribiéndole a mi mamá, después de su muerte, quiero que aparezca.
Y siempre escribo del viento cuando estoy en las montañas.
Y podría quedarme cómodamente toda esta tarde a compartirte, la forma en la que la escritura y los viajes con Paco, son siempre una ruta de inspiración.
Son siempre, esa luz que viene de las montañas.
Este nuevo año que inicia, te deseo mucha escritura, muchos encuentros contigo misma, muchos momentos de silencio, muchos viajes en pequeñas -esquinillas del mundo- muchas hojas en blanco, muchos puentes por construirse.
Yo le estoy dando el adiós al año en qué mi madre le dijo adiós a la vida. Y sigo aquí,
D
E
S
P
U
É
S
D
E
T
O
D
O
gracias a la escritura, y a unos diarios que me recordaron lo bonito que es vivir y registrarlo, para que cuando la mente lo necesite, está ahí la vida, aunque algunos momentos no parezca vida.
K