Mi padre es un ser de pocas palabras y muchas emociones, aunque rara vez las demuestra. Me da la impresión que dentro de él hay un torbellino sucediendo que no sabe cómo salir. Así lo educaron. Mis abuelos fueron duros, estrictos, chapados a la antigua. Siempre he pensado que la gente que expresa poco es porque siente demasiado, nos gusta llamarlos insensibles y no hay un termino más alejado.
Unos meses después de que murió mi madre le dije a mi padre que nos fuéramos de viaje, lejos, muy lejos. Quería llevarlo a un lugar donde ninguno de nosotros tuviéramos recuerdos. Donde todo fuera nuevo, una hoja en blanco sin espacio a la nostalgia.
Le dije al productor de la obra de teatro en la que trabajaba en ese entonces que me iría de viaje. Más que una solicitud de permiso era un aviso de ausencia. Si lo aceptaba regresaría después de diez días, si no lo aceptaba ya no regresaría. Estaba decidido.
Partimos a China un lunes por la noche. Mi hermano, mi Papá y yo. Armé todo un itinerario lleno de lugares exóticos y con el toque futurista de la Expo Shanghai 2010. Todo era espectacular, grandioso, luminoso y brutal.
Desde que llegamos mi padre se la pasó quejándose. Que si olían mal los chinos, que si la comida estaba asquerosa, que había muchas filas. Después de toda una vida de conocerlo sabía que esa era su forma de decirme, gracias, estoy en un lugar que jamás pensé visitar, en un sitio donde la gente es diferente y la comida es algo nuevo. Gracias, pero no sé cómo agradecerte.
Después de unos días en Shanghai, otro par en Nanjing y varios trenes nocturnos llegamos a la espectacular montaña Huangshan. La más bella del país para muchos. Organicé nuestro recorrido para pasar un noche en la cima y ver al día siguiente el amanecer desde un espectacular mirador.
Mientras subíamos la montaña, los lugares se hacían más y más bellos. Rocas de formas caprichosas, árboles que parecían sacados de una postal, lagos que se me antojaban imposibles y escaleras tan altas que parecían llegar al cielo. ¡Al cielo! Mi padre comenzó a llorar. Me dijo -Estamos tan cerca de ella, estamos muy cerquita-. Pocas veces en mi vida lo había visto así. Y tenía razón. Lo había llevado del otro lado del mundo a un lugar completamente desconocido y terminamos acercándonos a nuestras nostalgias más que nunca. Nos acercamos al cielo, al lugar donde nos gusta pensar que está mi madre.
Al día siguiente observamos uno de los más hermosos amaneceres con un mar de nubes a nuestros pies.
Mi padre siguió quejándose todo el viaje, a su manera. El último día llegué a pensar que en realidad me había equivocado. Que los viajes no son para todos y hay gente que realmente no los disfruta.
Después de unos meses secretamente descubrí a mi Papá contándoles sobre su viaje a unos amigos. Su relato era efusivo, alegre, exótico, te atrapaba. Todos los detalles de los cuales se quejó durante la travesía eran ahora el aderezo cómico de su aventura, se antojaba estar allí en ese sitio donde nos acercamos al cielo para saludar al recuerdo y sanar nuestras penas.
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