Tú x el Mundo

Descubriendo San Agustín en seis horas  

Por: Gerónimo Altamirano

Incontables viajes a Miami, Orlando, Fort Lauderdale o Tampa en la Florida (USA), pero nunca antes se me había ocurrido visitar San Agustín, la que fuese la primera ciudad de origen español fundada en lo que hoy se conoce como Estados Unidos. 

Casi dos horas y media de viaje es lo que uno se tarda en llegar desde Kissimmee hasta esta colorida ciudad fundada, en septiembre de 1565, por el español Pedro Menéndez de Avilés.

Una pequeña mochila y un montón de expectativa me acompañaron durante todo el recorrido, especialmente cuando me adentraba en los alrededores de la bahía Matazas hasta llegar al llamado Puente de los Leones, que prácticamente es la puerta de entrada de esta romántica ciudad, habitada por un poco más de 15 mil almas. 

La primera impresión en verla fue de WOW. Los yates de todos los tamaños que estaban encallados en el malecón no dan la sensación de opulencia, sino de estar en una ciudad puerto tranquila y familiar. 

Tenía toda la razón. A pocos metros del puente se encuentra la calle Saint George que es la vía principal de esta ciudad. A lo largo y ancho de esta avenida empedrada hay incontables edificios centenarios muy coloridos. Algo muy parecido a lo que encontramos en el barrio Las Peñas de Guayaquil o en la ciudad amurallada de Cartagena de Indias. 

Esta calle y sus alrededores son muy transitadas por turistas de todas las edades. Un ambiente muy familiar que se mueve entre cafeterías, heladerías, boutiques, anticuarios, museos, galerías, bares y restaurantes.

El solo hecho de ver las fachadas de los edificios y casas patrimoniales resulta una experiencia inmemorable que, hasta te olvidas que estás en una ciudad de los Estados Unidos.

No a muchos metros está una edificación que me dejó con la boca abierta. El Castillo de San Marcos ha sido el custodio de la ciudad desde 1695 y desde la cual se defendía a la ciudad de los ataques piratas y corsarios que intentaban saquear el gran caserío. 

Esta fortificación, construida en piedra caliza, resulta ser la joya de la corona de esta ciudad. Recibe cientos de turistas todas las semanas en cualquier temporada del año. 

Este monumento te transporta hasta sus años de esplendor por lo bien cuidada que están sus paredes, mazmorras y demás espacios. Subir hasta la terraza y adentrarse a sus miradores resulta toda una grata experiencia. 

Eso sí, siempre hay que ir con una botella de agua en la mano porque el intenso sol que se recibe en el castillo podría deshidratar a más de uno. Algo muy diferente a lo que ocurre en la primera planta del fortificado. Ahí siempre está fresco, pero se percibe la humedad y su olor característico. 

Elegir un lugar para almorzar resulta una tarea difícil en San Agustín. Cada uno de sus restaurantes llaman la atención desde el exterior y también por el olor que se percibe desde sus cocinas. 

En Harry’s Seafood bar and Grill un mero empanizado con una costra de hierbas, quesos y especias cajún cuesta $ 18 dólares, mientras que cualquier variedad de una ensalada César está entre los $11 y $16 dólares.

Un helado en cualquiera de sus heladerías cuesta aproximadamente 9 dólares, mientras que una botella de coca cola descartable se puede encontrar en 3 dólares. Un precio bastante razonable.

Seguir recorriendo las calles y plazas de San Agustín puede tomar varias horas a pie, mucho menos si lo haces en carro, pero desde la zona periférica de las calles turísticas. En ambos espacios hay edificaciones coloridas dignas de ser fotografiadas. Yo diría que unos tres días serían ideales para conocer San Agustín y sus alrededores.

A unos 10 minutos del lugar y hacia el sur se encuentra la isla Anastasia, en donde se visitar el Faro de San Agustín, una edificación de 50 metros de altura construido en 1870 y del que dicen los moradores de la zona, es el lugar de encuentro de almas en pena que murieron por distintas causas en esa isla. 

En esta ocasión no puede ingresar al faro porque el colorido atardecer que cubrió el cielo de la Bahía Matanza, me indicó que ya era hora de volver a Kissimmee; pero me marché con promesa de regresar pronto y vivir el ambiente nocturno y cotidiano de esta encantadora ciudad.