Autor: Alberto Coves
Twitter: @albertocoves
¡Hola! Soy Alberto Coves, español, y quiero hablaros de mi viaje a la ciudad francesa de Marsella, a orillas del Mar Mediterráneo. Una ciudad que aunque tiene mucho que mejorar, merece la pena.
Empezamos el viaje a Marsella desde Madrid; 1 hora y 25 minutos en avión. Al llegar al aeropuerto Marseille-Provence, un autobús que sale hacia la ciudad cada 10 minutos y por unos 8€ por persona, nos dejó en la estación general de tren, justo enfrente de donde teníamos el hotel. Siempre importante el tema de elegir la localización del hotel, en Marsella lo es más, debido por la famosa (y comprobable) delincuencia nocturna de la ciudad.
Debido a que durante el 2013 Marsella fue ‘Ciudad Europea de la Cultura’ (título que se otorga a dos ciudades cada año en Europa) la ciudad sufrió una gran transformación, con la apertura de numerosos museos –es la segunda ciudad con más museos de Francia- y desarrollo de actividades culturales.
El primer día hicimos un paseo general por el centro de Marsella, que destaca a partes iguales por su belleza y suciedad. Su puerto Vieux-Port es el centro neurálgico, lleno de pequeños botes y grandes yates que hacen las delicias de los turistas. Junto al puerto nos subimos a un pequeño tren que sube, mientras te explica en varios idiomas el recurrido, hasta Notre Dame de la Garde, una basílica situada en el punto más alto de la ciudad, con unas espectaculares vistas de Marsella y el Mar Mediterráneo.
Por la tarde visitamos el Mucem (Museo de las Civilizaciones Mediterráneas y Europeas), un gigantesco cubo negro, abierto en 2013, donde se explica el surgimiento de las grandes ciudades mediterráneas hasta la fecha, con unos audiovisuales y recursos muy modernos. Además, desde el museo se accede por una larga pasarela al Fuerte de San Juan (Fort Saint-Jean), del siglo XVII.
Si te gusta la arquitectura tienes que visitar Marsella. La estética clásica francesa se mezcla con los edificios más modernos de arquitectos como Norman Foster, Kengo Kuma o Zaha Hadid. Justo al lado del Mucem se encuentra la imponente Catedral bizantina de Marsella, a 15 minutos a pie del metro y de entrada gratis.
Marsella es conocida por sus calas, de agua cristalina y acantilados blancos. El segundo día nos montamos en barco para visitarlas, por 20€ una visita de 2 horas. Merece la pena, aunque avisamos, si te sueles marear en los barcos, piensa en otro plan.
A la vuelta nos quedamos con ganas de más y nos montamos en otro barco hacia la isla de Frioul, a 10 minutos. También es posible ir en otro barco al Castillo de If, donde Alejandro Dumas se inspiró para escribir El Conde de Montecristo.
Para comer es imprescindible probar en los restaurantes del viejo puerto, los Moules Frites o mejillones con patatas, aunque el precio es caro, (el menú no baja de los 12€), comer en Marsella merece la pena.
El tercer día salimos de Marsella hasta el pueblo de Aix en Provence, a una hora de autobús. Ciudad natal del pintor Cezanne, Aix tiene un encanto especial gracias a sus innumerables fuentes y calles estrechas y empedradas. No hay que perderse sus mercadillos de frutas y flores.
Aunque no nos dio tiempo a mucho más, Marsella ofrece mucho al visitante, y su enclave en la Costa Azul le hace ser una de las ciudades más deseables de Francia.