Por: Andrés Agui-Ram
España está lleno de lugares que simplemente te llenan de asombro, así sin más. Lugares que te intrigan y seducen al momento. Por mencionar algunos, tenemos la Plaza de España en Sevilla, la Sagrada Familia en Barcelona, la Alhambra en Granada y la Gran Mezquita de Córdoba. Sin embargo, hoy les vengo a hablar de un lugar que, quizá, el turista no haya marcado en su lista de sitios por visitar, y quizá, el viajero, en su interminable búsqueda del Ser, sea gustoso de encontrar parte de su luz reflejada en el majestuoso Puente Nuevo de la increíble ciudad de Ronda.
Ronda es un municipio perteneciente a la comunidad de Andalucía, situada a unos 100 kilómetros de la ciudad de Málaga. Y sobre ella se pueden decir y escribir muchas cosas. Es más, ya se ha hecho durante muchos años. Por ejemplo, en 1912, el poeta alemán Rainer María Rilke la describió de la siguiente manera:
«…el incomparable fenómeno de esta ciudad, asentada sobre la mole de dos rocas cortadas a pico y separadas por el tajo estrecho y profundo del río, se correspondería muy bien con la imagen de aquella otra ciudad revelada en sueños. El espectáculo de esta ciudad es indescriptible […] Y allá al fondo, como si hubiera recobrado todas sus fuerzas, se alza de nuevo la pura montaña, sierra tras sierra, hasta formar la más espléndida lejanía”
¿Qué se puede agregar a una descripción ya tan acertada?
Es una ciudad monumental. Repleta de casas señoriales, edificios religiosos, palacios, extrañas callejuelas y bellos paseos. Cada postal que se lleve de recuerdo —sea en la memoria o a través de una fotografía— seguramente estará decorada por casas blancas, rosadas y amarillas, jardines de rosas, de jazmines y geranios.
Ya lo diría alguna vez Ernest Hemingway:
“Es a Ronda a donde habría que ir a pasar una luna de miel o con una ”
Y es que dime tú, cómo no iba tener la razón, si en Ronda encontrarás leyendas populares, lugares históricos, buen vino, excelente comida y nada más que hacer que disfrutar del aire de la montaña y contemplar el atardecer. Ya te digo, que, siguiendo los pasos de Rainer Rilke, y otros muchos más viajeros románticos como Washington Irving, yo había buscado por todas partes la ciudad soñada y, al igual que ellos, la encontré en Ronda.
Está de más decir que la postal más emblemática de esta ciudad será toda aquella que muestre el impresionante Tajo de Ronda —que de forma natural parte la ciudad en dos secciones— y El Puente de Ronda, que de manera surreal permite que las zonas histórica y moderna de la ciudad permanezcan unidas.
El Tajo no tiene compromiso con los guías. Uno se asoma a él y puede encontrar en el fondo: miedo, vaticinios, poesía, energía, alevosía, inspiración, introspección y más. El escritor español, José María Peman, nos diría que algún cíclope intentó allí hacerle al planeta una operación quirúrgica que luego abandonó, dejando al enfermo sin coser. ¿Qué te digo yo? Pues que en el Tajo de Ronda las historias y la magia son inagotables. Se dice además que en Ronda es el único lugar que llueve para arriba, ¿Te lo imaginas? Y es que hay días en los que el viento sopla tan fuerte que incluso llegan a subir hasta el puente algunas gotas de agua del río del fondo del Tajo. Magia pura.
Por otro lado, el Puente Nuevo de Ronda, con sus 98 metros de altura y ese inigualable efecto de mimesis que lo hace fundirse con el mismo tajo, le dejará a todo aquel que lo aprecie desde el fondo de la montaña el mejor recuerdo de viaje. Ya lo verás.
Aún recuerdo el momento justo donde, siendo las dieciocho horas con cincuenta y ocho minutos, el sol decidió ponerle fin a la jornada y, entre murmullos, me pedía dejar el pasado atrás para así poder alzar la mirada. Pues, en tan solo 10 minutos sobre el puente nuevo, la ciudad soñada, me presentaba el mismo fuego que en su tiempo había robado Prometeo.
Y claro, como te habrás dado cuenta, no soy el primer viajero romántico al que Ronda le ha robado el corazón. Con seguridad puedo decir también que no seré el último. El cronista de viajes, Marqués de Custine, por allá de 1830 pareció haber hablado por todos nosotros —y los que vendrán— cuando escribió:
“Toda mi vida me perseguirá ya la visión de Ronda. Su puente, levitando entre el cielo y el averno, sus aguas abismadas, sus montañas barnizadas de ocre, y sus hombres tostados como su tierra: serán ese fantástico recuerdo de eterno gozo de mis noches en vela”.
Por último, me permitiré parafrasear una vez más al gran José María Peman, que no lo pudo haber señalado de mejor manera, pues como sabemos, al turista en cualquier ciudad, o en cualquier camino se le indica que llegará imperativamente «a la Catedral», «al Museo», «al Mirador», “a la Plaza de Toros”; pero en Ronda, hay muchas calles que debieran llevar a modo de advertencia el rótulo turístico: «Al caos». O cómo último recurso: «A la luz». Porque en Ronda hay muchos caminos que llegan a nosotros mismos.
Por eso, fue un maravilloso acierto haber dado con Ronda, en la cual se resumen todas las cosas que yo he deseado: una ciudad que, entre caminos, letras y poetas, te permite descubrirla y descubrirte.