Por: David Ancona
Una experiencia única que viví con mi familia, mi esposa Liz, mis hijos David, Jessy y Diana fue cuando me ayudaron a realizar el sueño de mi vida, ver la aurora boreal, específicamente en Reykjavik, Islandia.
Fuimos de vacaciones a Francia porque a mi hijo lo asignaron por 3 meses a París, una semana antes de llegar me pregunto si me gustaría ir a Islandia y me comentó que había una promoción de vuelos saliendo de París, le dije que sí.
Hizo las reservaciones y nos presentamos en el aeropuerto para el check in, en ese momento notamos que el nombre de mi esposa estaba mal en el sistema y de último minuto, después de hablar por teléfono a la aerolínea, estar tratando de hacer entender y hacer un pago con un chico Indu que tenía un pésimo inglés, finalmente nos aceptaron el check in y en ese momento los cinco gritamos de alegría y hasta el personal de tráfico de la aerolínea brincó y a carcajadas nos dieron los pases de abordar, corrimos y logramos abordar el avión.
Es una anécdota en la que se juntó la distracción, el dar por hecho y mucho el querer ayudar de los empleados que daban servicios a terceros de la aerolínea.
Al día siguiente hicimos un hermoso paseo por el Golden Circle y en la noche, a cumplir mi sueño.
Antes de llegar al punto de reunión, desde el autobús ya veíamos el desfile de luces verde neón recorriendo el cielo, el cual con brillo intenso en la oscuridad del cielo nos mandaba un mensaje y recordaba la magnificencia de Dios al darnos la oportunidad de estar ahí y de permitirnos disfrutar de uno de los espectáculos naturales más bellos del mundo, la aurora boreal.