Tú x el Mundo

La tipa viajera en Francia

Por: La tipa viajera 

Morritooeeeees, levanten el dedito meñique porque ¡Nos vamos a Francia!

Después de 3 horas de viaje en carro, 2 horas perdidas en un aeropuerto desconocido; 11 horas de vuelo, 3 películas a bordo, cuello de viajero, desvelada, nalgas y piernas entumecidas, la emoción de aterrizar, 2 trenes, 3 transbordos en el metro con todo y maletas (donde una ¡se nos fue escalera abajo como si fuera resbaladilla! Afortunadamente todos salimos ilesos), terminamos nuestra arribada en la estación del Metropolitan Blanche en el Arrondissement de Montmartre en París, donde al subir los últimos escalones para emerger a la ciudad… como de película, el mismísimo y emblemático ¡Moulin Rouge! con sus luces rojas de neón nos da la bienvenida y todo lo anterior se borra al instante. Iiiiiiiik brinqué y aplaudí cual niña con juguete nuevo. Sin embargo, aún nos quedaban unas cuadras por caminar para llegar a nuestro hospedaje. Después de las fotos de rigor avanzamos pero nos encontramos con una segunda sorpresa, a 2 cuadras de nuestro hospedaje estaba el Café Doux Moulin, una de las locaciones de mi película favorita “Le fabuleux destin d’Amélie Poulain”. Por fin llegamos al hospedaje. Muy bonito departamento con todo lo que pudiéramos necesitar y una ingeniería de punta en el elevador, tuvieron que haber sacado unas cuentas tipo NASA para calcular la cantidad exacta de oxígeno y materia que puede ocupar la diminuta cabinita para subir los 4 pisos y no morir… estaba súper pequeñito tuvimos que tomar turnos para subir con las maletas. No apto para claustrofóbicos.

Escogimos Montmartre como punto de partida porque dentro de este barrio había muchos sitios de nuestra lista por visitar, además de que es uno de los barrios que no duerme, siempre hay movimiento, brasseries a cada 10 metros (así se les dice a los bares en París), tienditas de conveniencia y justo teníamos de vecinos una panadería y una crepería que cerraba hasta la media noche. Morrit@s aquí me gustaría hacer una pausa porque el tema del pan en Francia es cosa seria. Imaginen dar una mordida a una nube de capa crujiente sabor a mantequilla que casi se deshace al tocar tu paladar, y estoy hablando ¡de un simple cuernito! ¡VÁLGAME DIOS! Alcanzé el nirvana sopeando con café todas las mañanas en el desayuno.

Recomendeichon: al llegar a su destino si gustan pueden hacer compras básicas de alimentos que pudieran necesitar después de llegar a su hospedaje, París es considerada una de las ciudades más caras del mundo y hay que buscarle por donde se deje para ahorrar unos euros. En estancias de más o menos una semana me gusta quedarme en lugares tipo Airbnb porque normalmente tienen los utensilios básicos en la cocina e incluso algunos consumibles. Por ejemplo, decidimos comprar algo de comida pero sólo para desayunar y/o cenar cositas rápidas y así poder utilizar nuestro tiempo en conocer la ciudad y nuestro presupuesto no se ve taaaan afectado.

¡A la calle se ha dicho! Nuestra primera parada: Champs Elyseès. Volvimos a tomar el metro y este nos vuelve a regalar una llegada triunfal (creo que los parisinos sí pensaron en la logística de las paradas del metro). Saliendo por las escaleras ¡BUM! El Arco del Triunfo en todo su esplendor, aquí fue donde me cayó el 20 de “ESTOY AQUÍ”, volví a brincar como colegiala y casi se me sale la lagrimita.

De aquí decidimos caminar toda la avenida haciendo el “window shopping” porque hasta fila había para entrar a algunas de las tienditas de caché y ni para qué me flagelo entrando a bobear si mi presupuesto no me iba a alcanzar ni para unos calcetines. Eso sí, suuuuper fancys desde los escaparates y algunos accesos como en Abercrombie & Fitch que parece la entrada a una mansión. A esta solo entramos al vestíbulo y ¡WOW WOW WOW! tan sólo las escaleras me dejaron impresionada.

Llegamos hasta la plaza de la Concordia y caminamos por el jardín de Tullerías hasta llegar a la muy debatida (pero que a mi me encanta) Pirámide del Louvre. Ojo morriteeees, casi todos los principales atractivos turísticos que cobran entrada cuentan con taquilla en línea y con horario de entrada que debes decidir al comprar tu boleto. Si compras tus entradas por este medio puedes hacerlo con mucha anticipación, como si fuera tanda, uno por uno de cada lugar, así no te descapitalizas ni tienes que cargar con mucho efectivo en tu viaje y te vas a ahorrar hooooras de filas innecesarias que puedes utilizar para lo que vas… a explorar.

¡Ahhh, Le Louvre! (acento francés), suspiro y suspiro. Tanto arte que solo había visto en imágenes y otros tan hermosos que no me los hubiera podido imaginar. Esta visita para mí fue surreal. Además que es GIGANTESCO y un laberinto de salas, corredores, medios pisos, alas en 3 puntos cardinales, el sótano y pinchemil escaleras. Revisen bien los horarios ya que varían según el día y/o temporada. Nosotras escogimos un día que cerraba hasta las 9:30 pm para entrar a la 1pm y alcanzar a hacer algo en la mañana, pero aún así con 8 ½ horas no te das abasto. Es cierto lo que dicen, necesitas días, si no, es que semanas para disfrutar recorrerlo todito. ¡Ah! pero si entras ya no sales o vuelves a pagar entrada y lamentablemente no puedes entrar con lonche. Existen varios cafecitos y restaurantes dentro del museo que como pueden imaginar se hace un filón y más en horario de la comida y las cafeterías si llegas tarde ya no alcanzas ni migajas. Es mejor llegar bien, bien comidos para bajar todo con la caminata que se van a aventar o vayan perdiéndole el amor a 15 euros por un sandwich tieso o ensalada aguada y 250 ml de alguna bebida, no valen la pena.

Pues con los pies hinchados y el corazón lleno nos despedimos del Louvre de noche, una vista espectacular. Para nuestra buena suerte hay un autobús que pasa justo enfrente del museo que nos dejaba a 2 cuadras de nuestro depa. El autobús es otra buena opción de transporte si no traes mucha prisa, es mucho más económico (2 euros) y puedes ir bobeando por las calles de París. Al bajar y después de unas crepas de nuestro vecinito para la cena, a descansar.

Tuvimos la suerte de llegar a Montmartre, el distrito bohemio más famoso de París, justo en la fecha de la fiesta de la vendimia. Vino por aquí y quesos por allá, hasta cerveza artesanal con su vasito conmemorativo y un mar de gente que apenas y se podía caminar por una calle que remataba en la catedral de la Basílica de la Sacre Coeur, en donde un hombre vestido del cliché parisino le daba el toque final con melodías desde su acordeón.

Aquí en Montmartre nos sentamos a comer en la Place du Tertre, una placita rodeada de cafeterías y artistas callejeros realizando y vendiendo su talento al caminante. Probé el famoso platillo de Escargot, caracoles cocidos en su concha y bañados en mantequilla de ajo y perejil… ¡No están tan mal! Sopeándolos con un buen de panecillos tostados (¡Ajá, paaaaaan! Gorgoreo como Homero Simpson), un sabor muy interesante.

De aquí decidimos darnos el rol por todo el Arrondisement buscando locaciones de la película de Amelie. Nos topamos primero con el carrousel en el parque que está justo bajando las escaleras de la basílica donde Amelie se avienta una búsqueda de tesoros para regresarle el álbum de fotos a Nino. De ahí, a solo unas cuadras, la frutería Maison Collignon, ya no tenían los barriles de semillas, si no ahí estuviera manoseándolos, jaja. Justo enfrente de la frutería está la fachada del edificio del departamento de la protagonista. Esta esquina también sale en la serie de Netflix “Sense8” en una de las numerosas corretizas policiacas de la segunda temporada. Seguimos caminando unas cuadras más e hicimos una parada técnica en una heladería con macarrones ¡super deliciosaaaaa! ¡Pero qué coquetos son los parisinos! Terminamos bromeando con los chicos que atendían, por nuestro francés mocho y nos regalaron un macarrón en nuestra nieve y una sonrisa. Y la última de la noche, la sex shop de uno de los trabajos de Nino, Toys Palace.

Terminamos nuestro auto-tour justo a tiempo para darnos una refrescada, cenar algo light, guapearnos y salir corriendo porque tenemos boletos para el show en el Moulin Rouge. Habiendo comprado los boletos con meses de anticipación en línea para no quedar pobre (boletos de 87-300 euros, ¡Casi me desmayo!) y hacer una fila larguísima porque los asientos no están numerados. Pues qué les cuento, la verdad… no regresaría, chales. Una ultrafila para entrar, me sentí como cuando haces fila en Disney, pero sin las divertidas distracciones; los espacios entre mesas son casi nulos, si quieres ir al baño prepárate para embarrar la panza y/o el trasero en las nucas de todos los espectadores, de ida y vuelta; si tu grupo es de menos de 6 personas te toca compartir mesa, la cual está acomodada perpendicular al escenario, o sea, ¡hola, tortícolis!; el piso está a un sólo nivel, si te tocó una persona alta a tu lado… olvida ver el show; ¡Es incomodísimo! a menos que hayas pagado boleto de más de 200 euros, donde sí tienes mesa sólo para tu grupo y cabes a tus anchas. ¡Ah! Y el show en sí… pueeeeessss no sé… para mí, dejó mucho que desear, creo que se gastaron la mayoría del presupuesto en champagne y los trajes de las chicas, que definitivamente son FENOMENALES, me encantaron. DEFINITIVAMENTE es un espectáculo dirigido a quien gusta de chicas topless. Sí hay bailarines hombres bien parecidos, pero no se dejan ver NA-DA, poco les faltó por traer camisa cuello de tortuga. También creo que la película de Ewan McGregor y Nicole Kidman me spoileó mis expectativas, se miraban unos fiestones de aquellos en esa muvi que la realidad me dejó sólo con la sensación de “ya no me cuentan”.

Quedé picadísima con el auto-tour de Amélie, así que al día siguiente aprovechamos que no teníamos horario de visitas temprano para tomar un desayuno en el famoso Doux Moulin (vuelve mi risa nerviosa). Los combos son súper riquísimos y bien servidos con su cafecito incluido, y digo cafecito porque los tamaños de las tazas de café en todo París son diminutas (250ml) a comparación de lo que acostumbramos en México y el precio, haz de cuenta, igual. Después de la bomba de mantequilla en el desayuno nos dirigimos al museo D’Orsay a un ladito del Río Sena, no sin antes toparnos en la pura salida del café a unos músicos callejeros cabecitas de algodón, súper cute. Siguiendo nuestro camino nos dimos una perdida porque el autobús que tomamos, se suponía que nos dejaba justo frente al museo, pero se tuvo que desviar de su ruta por motivo de calles cerradas por una carrera ciclista. Cada que avanzaba nos alejaba más del museo. Total que llegó un punto que decidimos bajarnos antes de que se fuera más lejos y tuvimos que caminar como 30 minutos entre calles de una zona residencial/comercial. Soy una fiel creyente de que las cosas pasan por algo. A medio camino al museo nos topamos con un tianguis local de productos frescos, embutidos y carnes. Una bonita experiencia que si hubiéramos intentado agendarla no nos hubiéramos enterado. Fue como si mi día a día fuera pasar por estos puestos a hacer mis compras de víveres para la semana donde los mercaderes te ofrecen de todo y te llenas sólo de probar. Por fin llegamos al museo d’Orsay. Este museo y el D’Orangerie son como primos y se manejan precios especiales si piensas visitar ambos, checa en línea o en sus taquillas para que no pagues de más.

¡Ah, museo D’Orsay! vuelvo a suspirar. Este museo contiene varias de las obras impresionistas y postimpresionistas más importantes de Van Gogh, Monet y muchos otros. Aquí sí se me hicieron agüita los ojos al ver en vivo y a todo color algunas de mis obras favoritas de estos pintores, todavía me acuerdo y mi corazón revolotea. También hay una sala de obras de Art Nouveau, donde apachurraron mis sueños porque estaba cerrada, ni pex, un pretexto más para regresar. Los perdoné a los 5 min cuando me pasé por el corredor principal de esculturas. QUE REALISMO, estaba segura que en algún momento me iban a trolear y alguna se iba a mover sacándome un susto. Es impresionante ver la cantidad de detalles que logran tallando mármol, desde los rizos en el cabello, cada hendidura de la piel “presionada” o flexión de músculo…WOW.

A la hora de comer, se repite el modus operandi del lonche dentro del museo, nada bueno, todo caro y si te sales vuelves a pagar entrada.

Y nos volvió a dejar el camión jajajaja. Resulta que como era domingo el autobús que necesitábamos no hacía parada frente al museo. Pues a caminar, pero les digo, es divina providencia. Llegamos tarde al rendezvous (ay si, ay si, ya se me pegó lo francés) con nuestras compañeras de viaje, peeeeero no sin antes haber recorrido casi 1 hora a pie por la orilla del Río Sena, disfrutar de sus puentes majestuosos y ver cómo nos acercamos poco a poco a La Torre Eiffel al atardecer. Llegamos justo a la hora en que encendieron las luces de la gran torre. Estaba tan acostumbrada a verla por todos lados impresa hasta en calzones pero nada, nada, nada se compara con verla en persona… ME SEDUJO, es hermosa, imponente y elegante, quiero ser como ella cuando sea grande. Después de como 30 min de admirarla (y que me empezó a doler el cuello) bajamos unos cuantos escalones hacia el río Sena donde hay un gran número de cubículos con comida rápida parisina y porsupollo, vino. Nos tomamos unos cuantos mientras descansamos y brindamos por nuestra llegada a Francia bajo las luces de la Dama de Hierro.

Despertando ante un nuevo día de aventuras, desayunando con el croissant recién salido del horno de nuestros vecinos panaderos, vamos hacia L’Atelier des Lumières. Cisternas, pilares y estanques de una antigua fundidora de hierro se convierte en el lienzo de una exposición digital inmersiva con la vida y obra de Vincent Van Gogh con el proceso Amiex (Art & Music Immersive Experience). Me estalló el cerebro. Inmersiva es la palabra correcta. Imágenes animadas de obras inconfundibles proyectadas en cada superficie, desde el fondo de piletas hasta las vigas en el techo, todas bailando en perfecta armonía al ritmo de canciones y melodías de diferentes épocas que atraviesan de tus oódos a tu pecho mientras las imágenes inundan tus pupilas. Se me enchina la piel. La proyección dura alrededor de 20 minutos, pos me la chuté 3 veces. Además de que había otras 2 exposiciones muuuuy fregonas que también merecen la atención. Si llega una exposición de estas a su ciudad luego, luego, compren su boleto, no se van a arrepentir.

Después de este orgasmo visual y auditivo, pusimos el ojo en el barrio latino de París, otra de las zonas que no duermen a un ladititito de la Catedral de Notre Dame. Lamentablemente el templo estaba cerrado por trabajos de restauración a causa de un incendio meses atrás. Nos jalamos los pelos y lloramos en silencio cuando vimos la noticia antes de salir de viaje. La vimos por detrás de las barreras de seguridad, pero la vimos.

Nos sentamos a comer en un restaurante cruzando el puente para seguirla disfrutando, mientras nos pedimos unos platillos auténticos parisinos. ¿A cuánto nos empobrecimos? Un platillo a 3 tiempos con todo y vinito fueron como 20 euros por persona, no tan mal y muy rico.

Seguimos nuestra caminata en el barrio buscando una tienda dedicada a uno de mis libros favoritos “El Principito” de Antoine de Saint-Exupéry. ¡AAAAAAAKKKK, quierooo todooooooooo! Estuve a punto de regalar mi ropa y llenar la maleta de todo lo hermosito que vi en esta tienda. Pero me contuve, respeté mi presupuesto y me traje cositas que, como siempre intento, sean útiles en mi día a día para disfrutarlas el mayor tiempo posible.

Este barrio también se encuentra a un ladito del río y hay varios paseos en barco, lancha y yate. Hay para todos los estratos sociales y para todo tipo de turista, desde cenas privadas súper fancys, hasta una lanchita taxi que se llama BatoBus. ¿Y adivinen cual tomamos? Siiii nos dimos 2 vueltas en el BatoBus bobeando y tomando fotos a lo desgraciado pasando por todas los sitios importantes que se encuentran alrededor del río hasta que se oscureció. Un viaje en barco, al atardecer por el Sena es algo imperdible si visitas esta ciudad.

París es una ciudad maravillosa, siempre hay algo que hacer a la vuelta de la esquina y con turistas como nosotros por todos lados. Recuerden ser respetuosos y aprender un poquitín del idioma aunque sea lo básico. Si ustedes viven en una ciudad la mitad de turística que esta, entenderán que algunos locales ya están hartos de nosotros y nuestras imprudencias, ya sea por atravesarte para sacar esa foto porque quién sabe cuándo regreses o por querer tocar alguna obra que lleva pinchemil años preservada y alejada precisamente de gente con esta idea. Así que morrit@s hagan lucir las enseñanzas de su ascendencia y respeten como si fuera su casa.

Hasta aquí mi reporte morrit@s. ¿Que si no me subí a la Torre Eiffel, dirán? Siii, sí me subí pero esa historia la dejo para otro momento porque esto que les acabo de contar es la mitad de nuestra visita, también me falta el road trip por la campiña francesa y los castillos del Valle de Loire. Aquí dejen su comentario si quieren que escriba el resto del viaje por Francia y si el fabuloso y estupendo equipo de trabajo de “Alan x el Mundo”, me lo permite, se los comparto. ¡Hasta la próxima, Byeeee!