Luego de un encierro prolongado, la meta que hacía tiempo me había planteado y muchas motivaciones más, me animé a hacer el Camino de Santiago –En tiempos de COVID-19- y aquí un poco de mi experiencia.
Luego de tomar la decisión de hacerlo, y esperar la fecha de arranque marcada por el gobierno Español, el 1 de Julio, para la apertura de los albergues a lo largo del Camino Francés, uno de los más transitados teniendo como destino la tan añorada ciudad de Santiago de Compostela. ¿Cómo lo haría? En Bicicleta, pensando inocentemente que todas esas rutinas de ejercicio que había realizado durante la cuarentena me habían preparado físicamente para la ruta y que mentalmente estaba listo para hacerlo, pero solo fue dar los primeros pedalazos para que la parte mental tomara las riendas sobre la física y me convenciera de que definitivamente quería llegar y que todos los obstáculos que tenía en frente debía superarlos para lograr el cometido.
Luego de realizar todos los preparativos previos como la credencial Peregrina (Documento que te acredita como peregrino hacia Santiago y que te da acceso a toda la red de albergues públicos en la ruta, además de descuentos en restaurantes y bares) y de alistar la maleta, que a todas estas debía ser muy reducida ya que todo lo que empacara serían gramos que al final no querría cargar. Luego de todo esto estaba listo y viajé al punto que me había marcado como inicio que era la ciudad de Pamplona, ciudad en la que por esos días se deberían estar celebrando los San Fermines, fiestas típicas de la ciudad y conocidas mundialmente, canceladas por la situación sanitaria a nivel mundial. Al llegar a la ciudad todo comenzó a cambiar, el mood mental giró por completo a concentración en comenzar las jornadas de pedaleo que serían en solitario como lo tenía planeado (Una cosa es cómo se planea y otra cómo el Camino dicta).
Entre pedales, montañas, cultivos, sol incesante y gritos de otros peregrinos que te motivaban diciendo ¡Buen Camino! Transcurrieron los primeros días de ruta, quedándome en albergues que por pocos euros te permitían descansar, conocer gente y preparar el siguiente día. Todo esto bajo unas normas estrictas de seguridad que garantizarían la protección contra “el Bicho” como llaman al COVID-19 por aquí.
Todo fue dentro de lo normal hasta que la rodilla comenzó a flaquear y una tendinitis me obligó a tomar un día de descanso para recuperarla y poder continuar, por algunos momentos el dolor era tan intenso que llegué a pensar que mi camino terminaría ese día.
Muchas veces viendo y leyendo sobre esta experiencia decían que el Camino es quien maneja el Camino y hay que escucharlo porque él solo quiere que llegues y que lo disfrutes, y este día comprendí a qué se referiría. Durante la jornada de descanso un grupo de ciclistas que conocí en el lugar en donde me estaba quedando fue el lado positivo del intenso dolor que tenía en la rodilla, Dos Gallegos (Hugo y Raul), un vasco (Loritz), un Segoviano (Gonzalo) y un Argentino (Pablo), ese día se convirtieron en equipo perfecto con el que compartiría la ruta y a quienes hoy estoy muy agradecido por la motivación en esos momentos de flaqueo físico ya que sin ellos o habría tardado mucho más o quizá habría quedado a medio camino.
Las jornadas diarias estaban planeadas entre los 50 y los 90 kms, que terminaron siendo algunas un poco más largas siendo hasta de 155km en una sola jornada de 9 horas bajo un Mono (Sol) de 37 grados, contando paradas a almorzar, descansos y uno que otro percance mecánico, afortunadamente en mi caso no tuve ninguno. Durante esta larga jornada tuve un llamado golpe de calor, descompensándome y haciendo que tuviera que parar bajo un puente a hidratarme y casi a tomar una ducha del agua de los termos de todos los del grupo, afortunadamente el percance pasó y logramos continuar para llegar sanos y salvos al destino.
Después de esta maratón, un merecido descanso para afrontar las etapas finales que serían las más retadoras por lo montañoso del terreno, aquí tocó sacar la casta de escalador de ciclista colombiano (Cosa que no tenía ni un solo poquito) pero que al final salieron a flote haciendo que pedalazo a pedalazo y día a día fueron pasando las montañas y los kilómetros.
Abro un pequeño paréntesis, pero como parte del camino quiero resaltar algo que me encanta y es la gastronomía, ufffff!!!! En cada pueblito por remoto o pequeño que fuera la comida que se encontraba era deliciosa, y una tradición que creo que debería funcionar en todo el mundo son las Tapas, que son bocados de comida que se sirven gratuitamente por cada bebida que se pida en algún establecimiento, no funciona en toda España pero sí en muchas regiones del país. Práctica que te permite conocer la gastronomía local de una manera muy divertida y amena. Cierro paréntesis.
A medida que pasaban las etapas cada una más exigente y más hermosa que la anterior se comienza a sentir el repunte de energía al saber que ya estás más cerca de llegar, de sentir la meta cumplida y de tener la gran satisfacción de llegar al lugar que has tenido en tu mente durante 13 etapas de duro esfuerzo físico.
¿Qué se siente llegar? Pues algo indescriptible, solo provoca sentarse a mirar la catedral, una vista que en realidad es un trofeo, algo por lo que se luchó, se sudó y se sufrió, pero que quedará en el recuerdo para toda la vida y será una experiencia para compartir y motivar a otros a que la vivan, porque en verdad es enriquecedora y es una que te llena de energía y satisfacción, además de que hace que las otras metas y sueños que tengas se acerquen más a ti teniendo la sensación de que al lograr esto nada es imposible.
Esto fue algo pequeño de mi experiencia que estoy contando con más detalle en @eldiariodebeto y en @Colombiannomads, así que los animo que nos acerquemos y me permitan compartirles un poco más de esta aventura.
-Peregrinar no es solo andar y andar por tierras desconocidas hacia un santuario, es hacerte mejor cada día que andas…-