Por: Antonio Guevara
Es un poco difícil describir lo que sucedió un año de mi vida fuera de casa en un texto corto, sin embargo, quiero contarte mi experiencia y por qué fue de las mejores de mi vida.
Salí de casa en septiembre del 2018, me dirigía hacia un país en Europa del este que no tiene la mejor reputación en el mundo, pero con su encanto, dejé la Ciudad de México, e hice una escala en París, en donde estuve unos días.
Luego, me dirigí a lo que antes era Valaquia, Moldova y Transilvania, es decir, Rumanía, pues es donde estudié un año entero, a eso venía, de intercambio académico en Bucarest, pero era mi primera vez fuera de México, la primera vez que viviría solo por un año, la primera vez que no hablaría español con las personas que conocería, la primera vez que me hospedaría en un hostal. Iba muy emocionado y espantado, no sabía lo que iba a descubrir, más que nada porque era el único de mi universidad que estudiaría allá, ya que el convenio entre ambas universidades era nuevo, así que fui el primero de mi facultad.
Llegué una tarde bastante calurosa con todo mi equipaje y me hospedé en un hostal por una semana en lo que encontraba un piso o mi lugar en la residencia de estudiantes.
Cuando llegué al hostal, subí a mi habitación que compartí con 4 huéspedes más, pero no había nadie, así que tomé un baño, me vestí, y salí a explorar la ciudad, y debes saber que esta ciudad conocida como el pequeño París del este tiene una pinta extraña, los edificios están viejos, grises, descuidados, encuentras grafitis por todas partes, parques de estilo inglés y francés y una mezcla de arquitectura comunista, neoclásica, ecléctica, moderna y contemporánea en toda la ciudad.
Iba caminando por las calles de Bucarest con un sentimiento muy raro, no sabía qué pensar. De pronto, llegué al Palacio del Parlamento, uno de los edificios públicos más grandes del mundo, hecho de mármol y de estilo ecléctico. Era inmenso, cuando me paré frente a él, me sentí como un punto en una hoja de papel, sentía que no era nada a comparación del mundo, no estaba seguro si sería buena idea estar un año fuera de casa, así que regresé al hostal y subí a mi habitación porque necesitaba pensar, pero cuando entré a mi cuarto, estaba alguien, un hombre de nacionalidad Serbia bastante amigable y simpático; notó que estaba asustado, así que platicó conmigo por horas y horas acerca de las experiencias fuera de nuestros países, de lo increíble que es viajar, y por un momento olvidé donde estaba y lo que sucedía. Dos días después se marchó, y yo comencé a socializar y conocer más gente.
Encontré dos personas que se volvieron mis mejores amigos por 6 meses, un egipcio y una colombiana con los que viví el primer semestre, y de lo cual no me arrepentí, pues aprendí bastante de ellos. Organizamos pequeños viajes por Transilvania en donde encontramos paisajes bellísimos con una gran diferencia de la capital y probamos la comida rumana. El tren recorriendo los montes Cárpatos es de las experiencias más relajantes de mi vida.
Los 3 pudimos trabajar juntos en un hostal en donde conocíamos gente de todo el mundo todos los días, lo cual era maravilloso, yo no paraba de escuchar las historias y experiencias que los turistas y huéspedes me contaban sobre sus viajes, sus países y todo aquello por lo que viajaban. También conocí personas que me contaron situaciones bastante difíciles en sus hogares, y como era el contexto al otro lado del mundo, de lo cual, de alguna forma, me hacía apreciar todo lo que tenía y tengo.
En la escuela de igual manera conocí grandes amigos, pero en el primer semestre no conviví mucho con ellos.
No estaba acostumbrado a salir de fiesta o salir a bailar toda la noche, por lo que me costó trabajo al principio.
Llegó el invierno y tuve otro shock en mi vida, pues el frío en Rumanía es extremo, recuerdo que las nevadas eran algo fuertes, y caminar por la calle era algo difícil para mí, sentía que la cara se me partía en pedazos, y de hecho, al principio no tenía ropa para este clima, me resbalé varias veces hasta caer al suelo por el hielo que pisaba. Me costó trabajo adaptarme, pero lo logré. Llegaron las vacaciones de invierno, y la mayoría de mis amigos volvieron a casa para pasar navidad y año nuevo con su familia y amigos. Yo por mi parte, decidí hacer un viaje por Europa del este, dirigiéndome a Europa central, lo cual me agradó bastante, descubrí varios lugares con los que sentí cierta conexión, como cuando sientes que la ciudad podría ser perfecta para tu forma de vida, pero eso solo era una sensación.
Regresé a México para ver a mi familia en enero y arreglar unos trámites escolares.
Después volví a Rumanía, pero esta vez yo iba a mudarme, pues uno de mis amigos se regresó a su país y el otro fue a estudiar a España, lo cual fue duro, pues decirles adiós fue algo que no quería.
En el segundo semestre me mudé a la residencia de estudiantes, de lo cual, tampoco me arrepentí, las personas que vivían ahí ya las conocía, pues todos los estudiantes eran de mi carrera y tomaba las mismas clases con ellos en el primer semestre, ningún rumano, solo extranjeros.
El segundo semestre fue completamente diferente, todo lo que había sucedido en el primero había quedado atrás. En la residencia había estudiantes de España, Francia, Turquía, Grecia, Italia, Francia, Argentina, Portugal, Chile, Tailandia y había más nacionalidades en la escuela. Era increíble vivir en la residencia, éramos como una familia grande, salíamos de fiesta juntos, íbamos a la escuela juntos, incluso organizábamos cenas típicas de cada nacionalidad, y organizábamos viajes. Hicimos de todo, locuras y tonterías que disfrutábamos juntos, nunca paramos de reír.
Llegó el final del semestre y organizamos nuestro último viaje a la playa, en un lugar llamado Vama Veche, en el mar negro, lo cual fue de las mejores experiencias que tuvimos juntos, pues no reservamos ningún lugar donde pasar la noche, llegamos por tren, y decidimos quedarnos despiertos toda la noche bailando, riendo y disfrutando del momento hasta esperar el amanecer para meternos a nadar a las 7 de la mañana, ya que el agua estaba tibia; los veranos en Rumanía, al igual que la primavera, son muy calientes, a veces llegan hasta los 38 grados, entonces era bastante agradable.
La última semana la pasamos de fiesta todos los días porque cada día uno de nosotros regresaba a su país, y la verdad es que Bucarest tiene muchos lugares en donde puedes bailar tecno, o pop (e incluso reggaetón), bares tranquilos en donde puedes socializar y hay días en donde hay muchas promociones por los alumnos “Erasmus” que van cierto día de la semana. Algo bello de esta ciudad es que la primera impresión no siempre es buena, pero vas descubriendo lugares cada vez que caminas por las calles menos concurridas, y la verdad es que, a pesar de la pinta de Bucarest, es un lugar bastante seguro, llegué a caminar en parques y calles a las 3 o 4 de la mañana después de alguna fiesta, y nunca me sucedió algo, aunque siempre es bueno tener precaución.
Decir adiós a mis amigos de la residencia fue igual de difícil que decirles adiós a mis dos primeros amigos, no faltaron las lágrimas en grupo y la melancolía y nostalgia que sentimos todos. Pero no lloramos porque no nos volveríamos a ver o porque dejábamos Rumanía, llorábamos porque sabíamos que, si incluso nos volviésemos a ver, no sería lo mismo, porque nada se iba a repetir, nada sucedería del mismo modo. A cada uno le tuve un cariño diferente. Lo difícil fue ver que la residencia se iba quedando vacía y que llegaban nuevos estudiantes a vivir una nueva experiencia, pues fui de los últimos en irme.
Al final, me fui la segunda semana de julio del 2019 agradecido por todo lo que aprendí y por todas las personas que conocí.
Realicé un último viaje por Europa (en donde igual conocí gente maravillosa y de todo el mundo) y regresé a México unos días antes de volver a la universidad.
Describirte esta experiencia en este texto es muy resumido, pero solo te cuento poco de lo que viví y que considero importante, hubo muchos momentos que me tomarían horas contarte. Aprendí más de la vida que de mi carrera, y por supuesto que no me arrepiento de nada. Aprendí a apreciar mi vida y que siempre hay razones por las cuales hay que seguir aprendiendo, no es que tengas que salir de México para que suceda todo esto, ni que en el país no ocurran problemas, pero a veces estás en una caja de la cual no sales porque estás tan acostumbrado a una rutina, y en el momento en el que decides salir de ella, te das cuenta que hay mucho que descubrir en tu país y en el mundo. Es una experiencia inolvidable el conocer gente que vive del otro lado del mundo y que tal vez en algún momento de tu vida los volverás a ver. Que a pesar de que es un cliché el escuchar que el viajar te abre la mente, es cierto, pero más que nada, es un aprendizaje que podría destruir prejuicios y estereotipos si así lo deseas.
No sé cuando volveré a ver a mis amigos, ni cuando volveré a Rumanía, los extraño demasiado, pero me doy cuenta que en todas partes puedes encontrar gente maravillosa y que quiero seguir aprendiendo, que quiero seguir viajando, quiero seguir viviendo nuevas experiencias, porque solo así te sientes vivo.