Por: Julián García Guillén
Errar es testimonio de nuestra condición de ser humano. Es un acto natural, involuntario, cotidiano, por el cual todo individuo es sujeto de juzgar y de ser juzgado. Es el eterno molino de viento de nuestra vida. En nosotros está ser eternos Quijotes o enmendar.
Es un acto natural, sin embargo, la consciencia del nivel de riesgo, previa al acto, es el acento que conlleva responsabilidad, más aún cuando los efectos implican a terceros. La historia, generalmente, la escribe quien tiene en su tintero la justicia o la dice tener, pero constatar siempre nos dará el otro lado del cristal con que se mira.
Chernobyl es un capítulo triste de la historia, cuya dicotomía, entre el beneficio de la energía nuclear y sus efectos nocivos a la salud, ha dividido a la humanidad desde aquel 26 de abril de 1986. Ha sido considerado, junto con el accidente nuclear de Fukushima I en Japón en 2011, como el más grave en la Escala Internacional de Accidentes Nucleares (accidente mayor, nivel 7) y suele ser incluido entre los grandes desastres medioambientales de la historia.
La central nuclear Vladímir Ilich Lenin, está ubicada en el norte de Ucrania, a 3 km de la ciudad de Prípiat, a 18 km de la ciudad de Chernobyl y a 17 km de la frontera con Bielorrusia, con quien comparte el diámetro y control de la zona riesgo.
18 de octubre de 2019, nos ha tomado dos horas llegar desde Symona Petlyury Street, cerca de la estación central de trenes de Kiev. 134 km al primer punto de control militar, ubicado en el radio de 30 kilómetros al reactor principal. Llevar consigo pasaporte y tú entrada son indispensables.
Son infinitos los fantasmas que una tragedia así ha generado en 33 años. Sin embargo, no sientes miedo, es una adrenalina especial ante lo desconocido, pues éste genera incertidumbre. Mi profesión es el periodismo y ese instinto por investigar y registrar en imágenes, lo vence todo.
Las reglas son muy sencillas. Usar manga larga, pantalón que cubra por completo las piernas, zapatos cerrados. No tocar, no alejarse. No colocar tus pertenencias en el suelo. Fumar representa riesgo de absorber radiación, toda vez que conlleva un riesgo en el proceso de aspirar. Comer sólo es seguro dentro del vehículo y en zonas seguras, por la misma razón.
Deberás llevar contigo un sensor que al final medirá el nivel de radiación adquirido en la zona. Adicional podrás rentar un dosímetro que mide la radiación en tiempo real y conforme ésta aumente emitirá una alerta, que a mayor nivel el ruido será más intenso. Antes de cruzar, el primer encuentro es con los souvenirs, la tragedia la han convertido en industria del turismo.
La zona inicial es un museo natural donde se exhiben, entre otras cosas, las máquinas barredoras de grafito cuya función de despejar bloques de hasta 40 o 50 kilogramos no pudo ser completada pues la radiación evitó su funcionamiento. Para ello, aniquiladores humanos, quiénes a cambio del triple de sueldo normal, por intervalos de máximo de 90 segundos, despejaron del techo de la planta el grafito que hubiese puesto, en su momento, la zona en riesgo de una nueva explosión.
Tierra adentro, nos encontramos con una de las imágenes icónicas de Chernobyl: la antena de telecomunicaciones que absorbió, más no contuvo, un cúmulo de radiación que acabó por completo con su funcionamiento. A esta altura del recorrido, la incertidumbre ha disminuido, hay la certeza de que estamos en una zona segura.
Los latidos crecen a la par de la medición del dosímetro que va en aumento; ingresamos a la zona del radio de 10 km Chernobyl. La actriz principal está ante nuestros ojos, fácil, desenfadada, menos de un kilómetro nos separa, la planta Vladimir Ilich Lenin se dibuja fascinante a la mirada, vecina de un reactor quinto inconcluso.
La cita con la historia alcanza el zenit, el reactor cuatro está a 100 metros. Respirar, transpirar, la piel misma, todo se torna psicosomático ante el dosímetro. En contra peso, la adrenalina y el instinto cruzan el umbral de la historia y no deseas estar en ninguna otra parte. El sarcófago renovado, certificado e inaugurado hace unos meses por el presidente, Volodimir Zelensky ha cumplido. La zona es relativamente segura.
33 años después, Chernobyl ha ido hilvanando soplos de vida. Animales silvestres inicialmente, después el hombre. En la zona se puede permanecer sin riesgo 16 días al mes y los otros 15 se debe salir. Es segura para el turismo, para que la radiación comience a ser dañina se necesita permanecer más de 8 horas dentro del radio de 10 km de reactor.
Prípyat, la ciudad fantasma, fue fundada el 4 de febrero de 1970 expresamente para dar hogar a los trabajadores de la central nuclear y a sus familias. Aquel sábado de 1986, la vida continuó normal, las escuelas incluso abrieron, no fue hasta un día después a las 14 horas, el primer autobús cruzó el boulevard Lenin y para las 17 horas la ciudad estaba desierta. A las 18:20, la policía revisó todos los apartamentos y contabilizó a 20 personas que rehusaron ser evacuadas, cuyos cadáveres fueron hallados semanas después. Los evacuados fueron colocados en familias de las ciudades y aldeas de los distritos contiguos.
La serie de HBO, verídica sin duda, creó también algunos mitos, el puente desde donde se dice la población admiró las luces que irradiaba la Central Nuclear está lejos de la zona habitada de Prípyat. Asimismo, entre el puente y la central hay una cantidad inmensa de árboles que impiden la visibilidad. Toda dramatización tiene su toque de irreal.
Sólo entrar representa encontrar puntos calientes en donde el dosímetro puede alcanzar niveles que van de los 7 a los 20 en incluso a los 40 puntos. La ciudad fantasma nos abre sus puertas y a la vez el umbral del tiempo. La naturaleza ha ido recobrando lo que el hombre le arrebató.
Sus construcciones aún laten, son umbrales abiertos a la historia, aún se conservan los objetos de la época, a mi parecer han sido modificados de posición para generar mayor realismo. Se percibe aún aroma añejo y una extraña sensación te eriza la piel. La zona es resguardada por la guardia civil, más te adentran furtivamente, lo que da un toque de adrenalina a la visita. Una escuela, un gimnasio, el supermercado, teatro, estadio de futbol fueron algunos de las zonas visitadas. El postre es para el final, el parque central y la zona de juegos mecánicos con la icónica rueda de la fortuna.
Se estima que la zona de Prípyat no será habitable hasta dentro de varios siglos por la concentración de elementos radiactivos que no desaparecerán de forma absoluta hasta dentro de 24 mil años, lo que se cree que tarda el plutonio en extinguirse.
De acuerdo con la OMS, el número total de defunciones atribuidas a Chernobyl, más las muertes de trabajadores de servicios de emergencia y residentes de las zonas más contaminadas que se producirán en el futuro como consecuencia del accidente, se estima en 4 mil aproximadamente. Esta cifra comprende los 50 agentes de servicios de emergencia que sucumbieron al síndrome de irradiación aguda y los nueve niños que murieron de cáncer de tiroides, así como un total estimado en 3 940 defunciones por cáncer y leucemia provocados por la radiación entre los 200 mil trabajadores de servicios de emergencia que intervinieron en los años 1986 y 1987, los 116 mil evacuados y los 270 mil residentes en las zonas más contaminadas.
Viajeros, a 33 años de la tragedia, mi reflexión es que Chernobyl es la dicotomía entre los beneficios de la ciencia y el errar humano. Los hechos y la omisión de un régimen político son reales y como tal la humanidad ha juzgado. Sin embargo, la historia no se juzga, es subjetiva, es decir, quien la pone en papel siempre controla la tinta. 1986 está inscrito en una época en que dos sistemas se disputaban el planeta y no se trata de determinar en qué lado de la balanza está el bien o el mal. Chernobyl debe ser sólo un aprendizaje para el avance de la ciencia. Desafortunadamente, Fukushima I, en Japón en 2011, registró un capítulo similar.
Lo que sí, sin duda, ¡Chernobyl es una cita con la historia!