Por: Adelaida Buteler
Hace como un año y medio, creo que me voy a acordar siempre, fue el día que me levanté, me preparé unos mates, me fui al balcón, con la alocada Nueva Córdoba a mis pies, me puse a mirar las sierras y decidí que iba a cambiar mi vida. Muchos me preguntan ¿por qué? ¿para qué? ¿cómo?, y detrás de eso viene el clásico “me encantaría hacer lo mismo, pero…”. A ellos les cuento esto…
A diferencia de otros viajeros, no empecé mi viaje para conocer lugares, ni gente nueva. No empecé mi viaje para olvidarme de alguien o dejar algo. Empecé mi viaje en mi mejor momento. Empecé mi viaje para encontrarme a mí misma.
Como muchos comencé a preguntarme algunas cosas. ¿Realmente quiero trabajar toda mi vida metida en un lugar con un escritorio, aire acondicionado, y luz artificial? ¿Quiero más dinero? ¿A costa de qué? ¿de trabajar más horas y no poder disfrutarlo? ¿Realmente me sirve la Nikon de mis sueños si no tengo tiempo para sacar fotos? ¿Realmente quiero el novio, el perro, la casa y el auto?.¿Y después qué?.
Quizá no fui millonaria, pero en algún otro momento llegué a tener todo lo que creía que quería para darme cuenta que no necesitaba nada.
Necesité llegar a tener mi auto para darme cuenta que nunca salía a pasear porque no tenía tiempo, necesité tener una relación hermosa para darme cuenta que otro no soluciona tus problemas, necesité conocer gente que llevaba 10 años trabajando en el mismo lugar para saber que nunca me iba a conformar con 21 días de vacaciones, necesité terminar una carrera para darme cuenta que un título no te garantiza nada.
Necesité viajar (¡y no de vacaciones!) para poder responder “absolutamente nada” cuando me preguntaran “¿qué cambiarías en tu vida para ser feliz?”.
¿Por qué este año me cambió la vida? En primer lugar empecé a confiar en mi misma. Cuando estás a miles de kilómetros de casa, llegas a un pueblo sin saber donde estás, donde te vas a alojar y de qué vas a vivir, porque solo llevas 100 pesos, ahí, ahí confías en ti mismo al 100%.
Quizá al principio cueste pero después de llegar a varios lugares te das cuenta de que en realidad siempre hay cama y comida, en todo el mundo, y qué preocuparse es al vicio.¿Por qué?. ¡¡Porque al final siempre hay cama y comida!! (y hasta a veces la cama es mas linda de lo que estamos acostumbrados…así como despertarse tirado en la arena viendo el amanecer en el Caribe)
¡Aprendí que vivir con solo una mochila a cuestas es lo mas lindo que hay! Empiezas a desprenderte por completo de las cosas materiales. Te da lo mismo regalar lo poco que tienes porque te vas de un lugar caliente a un lugar frío y sabes que cuando vuelvas al calor de algún lado sacarás un par de remeras y unos shorts y que al final todo es un ciclo y esto de que lo que va vuelve se aplica constantemente en el viaje. Te sacas esa paranoia que tenías cuando vivías en tu país, simplemente porque ya no hay nada que te puedan quitar y que te afecte tanto. Las cosas materiales ya no son de valor.
Aprendí que el dinero es un papel que solo sirve para ponernos límites que no existen. Te lo está diciendo alguien que hace un par de años atrás apenas cobraba un mes, ya estaba haciendo cuentas para el que sigue.
Aprendí que amo la soledad, y que el hecho de que viajes no tiene que ser sinónimo de estar rodeado de gente todo el día. Supongo que es el estilo de cada uno, yo, personalmente, prefiero perseguir el amanecer sola por ahí , quizá con mates o corriendo un poco, y no quedarme de fiesta en la noche.
Me he cruzado con gente maravillosa en el camino, de países diferentes con culturas diferentes, y de mi mismo país pero con mentalidades totalmente distintas. El artesano que lleva 10 años viajando, el que vino 15 días a un all inclusive (que te odia porque se vuelve y tú te quedas), el que está de intercambio estudiando, y el que está como tú, sin pertenecer a ningún lado. Descubrí qué tipo de gente no quiero en mi vida, no porque tengan algo malo, simplemente porque a veces en este viaje estamos en sintonías distintas; y aprendí que hay quienes con cinco minutos hacen que me de vueltas la cabeza con ideas, experiencias y filosofías fantásticas.
Aprendí que los límites no existen, que realmente podemos llegar hasta donde nosotros nos propongamos. ¡Los miedos solo están en tu cabeza!
Aprendí también a dejar ir. Por mas que te encariñes, te vas a ir de ese lugar, y a esas personas quizá no las vuelvas a ver; pero dejaron en tu vida recuerdos maravillosos y anécdotas para contar siempre.
Aprendí, que pese a lo que muchos me dicen, viajar sin destino y sin dinero ¡no es es ser hippie!
Me di cuenta que lo único que necesito para dormir es mi bolsa y algún abrigo para ponerme de almohada (si no te duele el cuello a la mañana). No importa el lugar, mientras no haya mosquitos como en los manglares, ¡se puede dormir en todos lados! y también aprendí que Argentina tiene de los hombres más guapos del mundo ¡¡y nunca me habia dado cuenta!! (y que sí, ¡tanto física como culturalmente, es evidente que la mitad venimos de españoles e italianos!)
Aprendí a valorar lo que tenemos, y a querer más a mi país, porque más allá de que ahora no estoy, voy a volver. Al final es mi casa y la amo. Traslasierra fue, es y será mi lugar en el mundo.
Tenemos muchísimas cosas, empezando por los paisajes y la gente. Tenemos educación gratis, salud gratis, ¡jubilaciones!.Tenemos agua potable, tenemos gas en las casas, pfff la lista es larga, y como dice mi querido Joaquin Sabina: “tenemos el lujo de no tener hambre”. En definitiva, lo que aprendí es a ver el vaso medio lleno. ¿No?
Descubrí la magia de disfrutar el momento, y es algo que sigo aprendiendo y que creo que siempre seguiré haciendo. Disfrutar de las pequeñas cosas y reirme sola por la calle de cosas sin sentido.
Aprendí que cambiar la cabeza cuesta pero no es imposible y que aunque los patrones que tenemos impuestos desde niños siempre vuelven, a medida que pasa el tiempo cada vez son más fáciles de olvidar cuando uno le pone ganas.
Aprendí a tener un poquitito más de paciencia (cosa que nunca tuve pero va creciendo) y a entender que a veces para poder seguir tienes que quedarte quieto un rato y aprovechar “las temporadas altas” en ciertos lugares.
Aprendí a agradecer todos los días. Cuando me despierto, cuando miro un paisaje, cuando conozco alguien nuevo, cuando como una comida rica, cuando alguien me convida un poco de ¡dulce de leche!. Me acuerdo de agradecer cada día que oigo a alguien quejarse de “lo mal que estamos”, cada vez que veo a alguien corriendo porque llega tarde al trabajo, cada vez que alguien dice “no tengo plata”, y cada vez que alguien pone en facebook “por fin viernes”.
Aprendí que a pesar de que vengo de una familia donde siempre fuimos independientes y poco demostrativos, quiero a mis hermanos a muerte…y amo a mi vieja ¡un chiiiiingo!
En fin, aprendí tantas cosas que la lista sería interminable. Pero hoy me doy cuenta que mi vida cambió 360 grados por una sola cosa, la más importante, porque aprendí a relajarme y confiar en Dios, o en el universo o Alá o Buda, o el destino, o el nombre que le pongan (que, para mí, al final es el mismo pero le cambiamos el nombre). Porque en definitiva es él, el que se encarga de todo y va haciendo que las cosas sucedan. Y la verdad es tan gratificante cuando empiezas a dejar de querer controlar todo, es sacarte una mochila gigante de encima, y disfrutar el momento que al final es lo único que tenemos. pfff ¡¡hasta que por fin lo entiendo!!
Vivía pre-ocupada por lo que no sabía si iba a pasar o echándome encima lo que ya había pasado (y no me refiero solo a los gastos del mes que viene, también a que me iba a decir mi jefe el lunes, o a dónde iba a ir el fin de semana, qué iba a estudiar el año que viene, o qué iba a cenar a la noche). Es tan simple como pensar en hoy, ahora, y nada más que ahora. Ni dentro de un rato, ni el fin de semana, ni las vacaciones, ni el año que viene. Viste cuando te dicen “¿que harias si fuera tu último día?” ¡¡Bueno, así!!
Yo aún sigo limpiando algunas cosillas que tengo arraigadas desde toda mi vida, pero hoy aprendí todo esto, hoy estoy acá, con miles de cosas nuevas aún por aprender. Hoy estoy en Londres, Inglaterra, la ciudad “más cara del mundo” a la que me vine, como mucho, con dinero para vivir una semana, sola, sin un plan y sin boleto de vuelta. Hoy hablo alguito de inglés cuando hace un año no sabía nada. Y ¿adivinen que? Tengo una cama calentita y ¡comida! y un mundo por explorar.
Quizás no lleve años viajando, pero que comprobé que te cambia la vida, lo comprobé y estoy agradecida infinitamente de haberme dado cuenta de todo esto a mi edad y ¡no a los 80 años! Y ojalá…¡ojalá se contagien!
¡Pierdan el control de su vida, se siente fabuloso!