Por: Raul Barronni
A veces andamos por la vida sin pensar que el rumbo puede cambiar drásticamente.
Mi nombre es Raúl Barronni, tengo 31 años. El 22 de marzo de 2015, sufrí un accidente automovilístico en el cual el diagnóstico médico fue muy poco alentador, una valoración médica determinó que tenía una discapacidad en una de mis piernas, la cual me obligaría a caminar arrastrando el pie, además de que no podría levantar mi brazo más allá de mi barbilla. Suena muy doloroso, ¿cierto?, bueno, pues se siente peor.
Fue entonces que tenía en mis manos la opción de decidir vivir con una limitación física o quitarme las limitaciones que hay en la mente. Así que en una plática conmigo mismo, recordé que había sueños que de niño me alentaban a superarme, y decidí que no iba a fallarle a ese niño y ahí comenzó el plan.
Sabía que quería hacer un viaje a otro país, y lo primero que hice fue ver video blogs de viajeros y así supe que existía Alan por el Mundo, lo cual fue un conflicto porque dan ganas de viajar a todos los países, pero la decisión fue ir a Londres.
Buscando en la web, encontré un sinfín de ofertas de paquetes turísticos, vuelos, hoteles, tours, etc. y poco a poco fui reduciendo las opciones para elegir entre lo mejor respecto a precio y calidad, sin embargo yo sabía que bueno o malo, todo sería parte de la experiencia.
Posteriormente me registré en un blog donde algunas personas publican sus próximos destinos y las fechas en que viajarán, invitando a compartir hospedaje y así economizar. Era una idea un tanto loca viajar con alguien desconocido, pero tenía que confiar en mi intuición y así lo hice. Conocí a quien ahora considero un buen amigo, Roberto, quien me convenció de visitar también París.
Y llegó la fecha esperada, viajaría desde la Ciudad de México, pero el vuelo tenía una conexión en Bogotá, con 17 hrs. de diferencia para abordar el vuelo a Londres, así que decidí visitar la ciudad de Bogotá. Armado con mi mochila, mi bastón y mi niño interno, empezó la aventura.
Con todo y bastón me propuse subir al santuario en el cerro de Monserrate, lo cual fue no solo una experiencia fantástica, también fue un logro llegar a la cima.
Por la noche abordé el vuelo hacia a Londres, inmediatamente tomé un tren para encontrarme con mi futuro nuevo amigo en París. Aun no puedo explicar la emoción de estar en una ciudad tan llena de arte; cada rincón es mágico, el tiempo se detiene entre el río Sena, sus puentes, museos y claro… La Torre Eiffel.
No es fácil –tampoco imposible- estar en un país donde no dominas su idioma, pero eso le da un toque divertido y enigmático a todo. Es como vivir dentro de tu propia película; ¡Es tu historia!
¿Y se acuerdan que un médico dijo que no podría levantar mi brazo más allá de mi barbilla? Pues…
Dos días después había que tomar un tren de regreso a Londres, el cual debido a complicaciones de tiempo, perdimos y tuvimos que abordar hasta la mañana siguiente. Eso nos llevó a buscar un hostal de última hora y caminar bajo la lluvia entre las calles perdidas de algún barrio parisino. Pero si las circunstancias te obligan a pasar una noche más en París, entonces no es una tragedia.
Llegar a Londres fue como estar viajando en el tiempo entre la actualidad y la historia. Su esencia medieval con toques de arquitectura moderna.
Nada se compara con embarcarse en el Támesis y dejarte llevar por el panorama alrededor.
Palacios, prisiones, torres, armaduras, joyas, guardias reales… Bienvenidos a Tower of London.
¿Creen que aún le falta un poco de magia?, pues como lo dije, ésta es mi película, me acompañaba mi niño interno y ambos seríamos los protagonistas. (El bastón se convirtió en varita mágica).
Y para finalizar tenía que llevar mis pasos a una calle emblemática donde muchos anhelamos cruzar alguna vez…
Así llegó el fin de mi viaje, era hora de volver a casa, y lo maravilloso de viajar, es que una parte de ti se queda en ese lugar para siempre y al mismo tiempo lo llenas con tus memorias, nuevos amigos y la experiencia de estar lejos de tu país pero más cerca de tus sueños.
Si hace 4 años alguien me hubiese dicho que tendría un accidente que cambiaría mi vida, tal vez no lo habría creído, y si hace 2 años alguien me hubiese dicho que dos años después estaría caminando en otro continente, no habría imaginado cuán extraordinaria sería esta magnífica experiencia.
Mi niño interno me enseñó a volar, y ahora sé que se puede llegar tan lejos como el alma lo desee. Este viaje fue resultado de mucho trabajo físico, espiritual, laboral, etc. Pero cada momento ha valido la pena, y es una experiencia que nada podrá arrancar de mi. Por último solo puedo darles un consejo de manera personal:
Que nadie jamás les diga cuáles son sus límites, y que el precio por cumplir sus sueños no sea más grande que el deseo de realizarlos.
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4.5