Por: Manu Espinosa
Acapulco fue el paraíso más asediado por las estrellas en los años 50; se podía ver a Elizabeth Taylor caminar por la playa, o a Frank Sinatra y Agustín Lara cantándole al amor al atardecer.
“Acuérdate de Acapulco, María bonita, María del alma…”
Atardecer en Acapulco
Además, la ciudad siempre ha sido uno de los puertos mexicanos predilectos por el turismo nacional, sobre todo los capitalinos que pueden llegar aquí en sus autos en tan solo 4 horas.
Lamentablemente, en tiempos recientes, ha habido olas de criminalidad que han ahuyentado a los visitantes; y gracias a eventos internacionales, que transcurren en un ambiente de paz, sin contratiempos, se está reactivando el turismo en este legendario destino.
El Abierto Mexicano de Tenis
El tenis es un deporte que invita a viajar. Sus cuatro principales torneos, o “Grand Slams”, son el Australian Open (Melbourne, Australia), Roland Garros (París, Francia), Wimbledon, (Londres, Inglaterra) y el US Open (Nueva York, Estados Unidos).
Existen verdaderos fanáticos que viajan por todo el mundo, de país en país, de ciudad en ciudad, asistiendo a las competencias durante todo el año, desde Río de Janeiro hasta Shanghai, Mónaco, Roma, Tokio y otras ciudades principalmente en 5 continentes: América (Norte y Sur), Europa, Asia y Oceanía.
El Abierto Mexicano de Tenis de Acapulco, que en 2018 cumplirá 25 años, es el más prestigioso de latinoamérica, y se juega al mismo tiempo que el campeonato de Dubai en los Emiratos Árabes Unidos. Por lo tanto, los aficionados tienen que escoger entre ambos destinos y todo dependerá, casi siempre, de los jugadores que asistan al evento (y bueno, también de la considerable diferencia de precios).
Abierto Mexicano de Tenis
En 2017, aceptaron la invitación a jugar, el español Rafael Nadal, bi campeón del Abierto en 2005 y 2013 y considerado uno de mejores jugadores de la historia; el serbio Novak Djokovic, actual número dos del mundo y principal favorito, y el austriaco Dominic Thiem campeón defensor de Acapulco y una de las jóvenes promesas del tenis mundial.
¿Quién iba a imaginar que ninguno de estos tres ganaría el campeonato y “un guaje de plata” este año?
Rafael Nadal. Foto por Alejandro Orellana
El torneo comenzó desde el lunes 27 de febrero, pero yo llegué el jueves 2 de marzo muy temprano por la mañana. No me gusta tomar los taxis desde las estaciones de autobuses o aeropuertos, pero en Acapulco no existe Uber, así que cansado del viaje y con una maleta a rastras, tuve que traicionar mis convicciones personales.
“Taaaaaaaaaaaaaaaaxi”. Grité, mientras ondeaba mi mano en el aire como la reina del carnaval.
Me hospedé en el Camino Real Acapulco Diamante, a un costado de la Bahía de Puerto Marqués. La terraza que me recibió apenas atravesando el lobby, me hizo sentir ese maravilloso escalofrío inédito de ver el mar por primera vez: el cálido sol sobre mi piel, y el suave sonido de las olas acariciando la arena, como la más legendaria historia de amor.
Playa del Camino Real Acapulco Diamante
Lo primero que hice fue dejar mis maletas y desayunar en el buffet. Me da risa que había una variedad alucinante de opciones gastronómicas deliciosas, y yo siempre agarro lo mismo: huevos, tocino, frijoles refritos, papaya, yogurt, granola, jugo verde y café americano (y veces se me antoja un chocolatín, dependiendo de mis arranques de antojo, de embarazo masculino). Soy irremediablemente predecible.
Llegué a las 4 pm al complejo Princess Mundo Imperial, sede del Abierto Mexicano de Tenis, con Lalo, quien me acompañaba como fotógrafo. Después de acreditarnos, nos dimos cuenta que solo nos habían dado un chaleco naranja, que era el que permitía el acceso a los partidos.
“Ya sabía yo que este viaje, como en todos los demás, sería una tragicomedia con sus toques de dramatismo”. Lo pensé con la mirada perdida en el cielo y mientras sonaba en mi cabeza una canción de suspenso, como en las telenovelas mexicanas
“Tenemos que pensar en un plan. No pienso quedarme sin ver los partidos”. Le dije a Lalo. “Si nos vamos a turnar, de una vez pido la final”.
Después de varios minutos de discusión, decidimos entrar a todos los partidos, los dos mitad y mitad, compartiéndonos el todopoderoso chaleco fluorescente. Así ambos podríamos cubrir los partidos y además tomar cada uno fotos muy a su estilo.
Abierto Mexicano de Tenis
Mientas Lalo estaba dentro de la Cancha Central, yo me fui a dar una vuelta por todo el complejo, y fue una sorpresa darme cuenta que mucha gente ni siquiera va a ver los partidos.
Caminaba entre personas con cervezas y piñas coladas en la mano, jugando tenis de mesa, o en la barra de comida dándole a los tacos de pulpo o a la pizza. Por supuesto que la atracción principal se da en las canchas de tenis, o en las pantallas gigantes del recinto, pero también había muchísimas actividades alternativas, incluido un sensacional simulador de realidad virtual.
Nunca olvidaré a la señora que según ella nadaba encantada en el fondo de un mar imaginario (con cara de “wow” como el meme de Hillary Clinton) o la muchacha que no dejaba de gritar trepada en la simulación de una montaña rusa, casi al borde de las lágrimas.
“Mientras no vaya a `cantar Oaxaca’”.
Atardecía a lo lejos, y alcancé a ver en la playa un castillo de arena monumental, así que salí momentáneamente del complejo para ir a chismosear, como señora curiosa, aquella maravilla. Los detalles de esa fortaleza eran impresionantes, y mientras le tomaba fotos, un señor se me acercó.
“¿Le gusta?” me dijo “Lo hice yo con mi hija”.
Castillo de Arena, construido por Calixto Molina y su hija
Resulta que este don era Calixto Molina, artista plástico considerado el mejor escultor de arena mexicano, y quien ha ganado importantes reconocimientos internacionalmente, con sus obras efímeras plasmadas en playas de todo el mundo.
“Lo bonito de estas obras” continuó diciendo Calixto “Es que no duran para siempre, por eso hay que aprovecharlas en el momento”.
Después tuve que esperar un par de minutos a que bajara la marea, porque las olas me habían hecho naufragar en las inmediaciones de la fortaleza, como una princesa (muy fea por cierto) atrapada en la torre más alta del castillo.
Ese día vi perder a la vigente campeona olímpica, la puertorriqueña Mónica Puig, y a Rafael Nadal vencer al joven japonés Yoshihito Nishioka. Nunca había visto tan de cerca a Rafa, de verdad es imponente, cada vez que le pegaba a la bola se sentía el poder que le imprimía, y una lluvia de sudor se desprendía de su cuerpo en cámara lenta.
La campeona olímpica Mónica Puig
Rafael Nadal al servicio
Tengo que confesar que todo mundo me pidió una foto de las nalgas de Nadal, y es cuando me di cuenta que mi cámara y mi lente no daban esos acercamientos tan exactos y profundos, como los de mis camaradas que llevaban unos foto lentes que parecían telescopios de la NASA.
“Quiero uno de esos”. Pensaba celosamente.
Al final ganó Nadal ese partido, como se esperaba. Lo que si no se esperaba es que en los últimos dos partidos de la noche, perdieran tanto el campeón defensor, el austriaco Dominic Thiem, a manos del estadounidense Sam Querrey, y el favorito Novak Djokovic contra el polémico griego Nick Kyrgios.
Novak Djokovic al servicio
En la noche, después de los partidos que terminaban alrededor de media noche, la gente se quedaba a echar el trago, y a escuchar la banda en vivo que tocaba en la costera. Nosotros después de un par de cervezas bien frías, y platicar un poco de lo que había acontecido en el día, nos regresamos al hotel a descansar.
Al parecer, Lalo no durmió muy bien; lo despertaron los infames mosquitos. No me sorprendió ver la pared llena de sangre a la mañana siguiente.
El segundo día nos levantamos algo tarde. Yo no estaba de vacaciones así que pasé gran parte de la mañana trabajando en el lobby y luego me entraron las ganas y el remordimiento por querer hacer algo de ejercicio. Como siempre viajé con mis tenis para salir a correr, así que de camino a mi habitación me encontré al director del hotel y le pregunté a dónde podría salir a entrenar.
“Pues mira, saliendo del hotel es mucha subida, y está pesado”. Me contestó.
“Entonces bajaré a la playa del hotel” Le dije, aunque inmediatamente me rebatió, riéndose un poco.
“Pues si no te mareas de dar vueltas, porque la playa es muy pequeñita, de unos 50 metros de largo”
Obviamente terminé corriendo en el gimnasio.
Después de unos ricos tacos de camarón, partimos nuevamente al Princess Mundo Imperial. Los del hotel se ofrecieron a llevarnos todos los días, en una Suburban blanca que me hacía sentir una celebridad, o un narco.
En el torneo también hay partidos de dobles, y entre los que quería ver estaba la dupla del estadounidense John Isner que mide 2.08 metros (creo que yo soy del tamaño de su fémur) y su compañero, el español Feliciano López.
Feliciano López y John Isner
Después de una complicada victoria en semifinales, corrí a ver el partido entre el croata Marin Cilic y Rafa Nadal. Mero trámite para que el español, de Manacor, pasara a la gran final.
Derecha de Rafael Nadal
Antes de que empezara el último partido, pasé por una chela bien fría, y más frío me quedaría yo, cuando una vez más Sam Querrey sorprendería a todos los espectadores presentantes venciendo a Kyrgios.
La jornada tenística nos dejó agotados, y a las 2 de la mañana ya estábamos profundamente dormidos.
Al tercer día, a las 8.30 am Fausto Matías, director general del Camino Real Acapulco Diamante, nos invitó a desayunar al otro hotel del grupo: Quinta Real Acapulco.
Al llegar a la colina donde se encuentra, tenía ganas de preguntarle si este hotel era más lujoso que el otro, y no había terminado de formular mi cuestionamiento, cuando vi un sensual Lamborghini estacionado en la entrada.
“Creo que eso responde categóricamente a mi pregunta”.
Me desayuné unos huevos aporreados con cecina, que al parecer es un platillo típico de las costas guerrerenses, porque también los probé en Ixtapa Zihuatanejo hace un par de meses.
Huevos aporreados con cecina en el Hotel Quinta Real
También la vista aquí es espectacular, con la mítica Playa Revolcadero, y los visitantes que parecían hormigas desde lo alto, retar las potentes olas del paradójico Pacífico – no tan Pacífico.
Volvimos a nuestro hotel y con un poco de tiempo libre, por fin pude bajar a la playa privada.
Con los pies descalzos, porque perdí mis chanclas de viejito en el Carnaval Bahidorá, bajé por las escaleras, esquivando las numerosas albercas, hasta la playa.
“Me da una toalla por favor”.
Acomodé todas mis cosas en un camastro, me eché solo un poco de bloqueador en los tatuajes y en la cabeza (que es lo que más se me quema, debido a mi alopecia prematura) y agarré valor para sumergirme en esas aguas oceánicas tan frías. En un ejercicio termodinámico improvisado entraba y salía del agua fría, para ir a asolearme como iguana bajo el sol, y una vez con el cuerpo incandescente regresaba a templarlo al mar.
En una de esas me pareció ver una cara conocida, y después de recorrer mi palacio mental para identificar al personaje, por fin di con su identidad: era el legendario Hugo Sánchez y bastantes kilos de más, con su esposa y su hija.
Mucha gente se acercó a saludarlo, y yo me sentí mal por él, que seguramente lo único que quería era pasar un tiempo tranquilo con su familia. Pero al final yo también me di por vencido y me tuve que tomar la clásica foto, con el que considero el mejor futbolista mexicano de todos los tiempos, y uno de los mejores de la historia.
“Oye Hugo, sé que irás a la final; ¿a quién le vas?” le pregunté.
“A Rafa, mi mujer es de allá; y yo de cierta manera también”
“Ándale sí” pensé, “ahora resulta que Hugo es mallorquín”.
Tras publicar la foto en Facebook, las respuestas no se hicieron esperar.
El legendario futbolista mexicano Hugo Sánchez
“No te vuelvas a lavar las manos ni los ojos, nunca” Me ordenó, enfáticamente mi primo Francisco.
“Ya me bañé, ni modo” le contesté burlón.
“Bueno, entonces enmarca esa foto”.
Ese día comimos en el otro restaurante del hotel, uno que está especializado en mariscos: Tacos de pez dorado al pastor, calamares fritos a la romana, y por supuesto un “clamatito”.
Tacos de Pescado del Hotel Camino Real Acapulco Diamante
Último día en el torneo. Llegué directamente a ver la final de hombres, donde se coronarían el brasileño Bruno Soarez y el escocés Jamie Murray, hermano mayor del número uno del mundo, Andy (quien ganó el título en Dubai, el mismo día).
Andy Murray y Soares, campeones del Abierto Mexicano de Tenis 2017
Es una tristeza que al tenis femenino nadie lo siga, y que la Cancha Central estuviera casi vacía durante la final de mujeres. Pocos ojos vieron coronarse a la ucraniana Tsurenko.
De ahí, a ver la gran final individual en el mismo recinto. El público apoyaba totalmente a Rafa Nadal, vitoreban su nombre y cada vez que hacía un punto, la gente enloquecía y aplaudía. El mismo Nadal lo dijo en una conferencia de prensa previa: “En México me siento como en casa”, y es por cómo lo hicimos sentir (bueno, yo no, porque no me cae bien, y normalmente le voy a sus adversarios).
Al final, un torneo que se vio marcado por las sorpresas no podía terminar de otra manera que con la derrota de Rafa. Nadie lo podía creer, ni siquiera el nuevo campeón Sam Querrey, quien merecidamente, tras un torneo brillante eliminando a sus superiores en el ranking, logró quedarse con “un guaje de plata” y el título más importante de América Latina.
Sam Querrey, campeón del Abierto Mexicano de Tenis 2017, y el subcampeón Rafael Nadal. Foto por Eduardo Magaña
Yo tuve que escapar del complejo, pasar al hotel por mis cosas e irme a la Central de Autobuses Costera para abordar mi camión de regreso a la Ciudad de México.
Nunca olvidaré este viaje a Acapulco; muchos no saben pero amo el tenis y de hecho tengo tatuado un tenista desnudo en mi brazo derecho (seguro se preguntan que por qué está desnudo, pero bueno). El Abierto Mexicano de Tenis es uno de los mejores de su categoría a nivel mundial y trajo a dos de los mejores tenistas de la historia: Rafael Nadal y Novak Djokovic; verlos jugar fue sin duda un sueño personal hecho realidad.
Quiero agradecer al departamento de prensa del torneo por invitarnos a mí y a Eduardo Magaña, como parte del equipo de Alan por el Mundo, al Hotel Camino Real, por hospedarnos en su maravilloso hotel (que gracias a su playa privada, conocí a la leyenda mexicana Hugo Sánchez) y alimentarnos tan rico (esos tacos de pescado al pastor, qué delicia).
Finalmente, fue una fortuna conocer a Calixto Molina, quien es el mejor escultor de arena mexicano y quién construyó con su hija la fortaleza marina; esperamos mostrarles algo de él pronto en Alan por el Mundo.
Adiós Acapulco
4.5
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